Por Juan y Jeanine Sánchez
Antes de tener hijos, lo más probable es que tuvieras sueños y esperanzas sobre cómo criarías a tus hijos, y sobre cómo resultarían. ¡Algo era seguro! NO serías un padre igual a tus padres. No cometerías los mismos errores que ellos cometieron al criarte. Entonces, sucedió. Te transformaste en padre. Rápidamente, esas esperanzas y sueños empezaron a desvanecerse. En algún momento, tal vez incluso cuestionaste tu decisión de tener hijos. Tenías un plan. Pensabas que sabías lo que ibas a hacer. Entonces, llegaron los hijos, y nada salió como esperabas. ¡Es posible que te sientas tan frustrado que hasta hayas gritado pidiendo ayuda! Tal vez no de manera literal, pero en tu mente. A Dios. O quizás también hayas clamado literalmente pidiendo ayuda. Está bien. Nosotros también.
Sin embargo, antes de seguir avanzando, permíteme advertirte que este no es el libro «experto» sobre crianza que resolverá todos tus problemas. ¡Lo lamento! Además, no es el último libro sobre crianza que vas a leer. Seguramente, no es el primero. Entonces, ¿por qué este libro? Porque hemos aprendido que Dios ya proveyó la ayuda que necesitan los padres. Como cristianos, nos dio a Cristo y la buena noticia de la salvación. Nuestros hijos no son perfectos. Es más, nacen pecadores. Necesitan a Cristo, al igual que nosotros. Y nuestros hijos no necesitan padres perfectos. Necesitan un Salvador perfecto. ¡Qué buena noticia, porque Dios ya lo proveyó en Jesús! Además, nos ha dado Su Palabra como el estándar, no solo para la crianza, sino también para toda la vida. Y nos ha dado los unos a los otros: la iglesia.
Una de las cosas que aprendí temprano en la crianza fue a pedir ayuda, con la mayor frecuencia posible y antes de que las cosas se pusieran demasiado feas. Eso empieza pidiéndole ayuda a Dios. ¡Estamos hablando de la oración! Gran parte de nuestra crianza la hicimos de rodillas… orando por salvación, seguridad, sabiduría, esposos piadosos (tenemos todas hijas mujeres), matrimonios fieles y nietos. Comprendes la idea. Además, al mirar hacia afuera, nos dimos cuenta de que había padres que ya habían recorrido más camino que nosotros. Sus hijos estaban crecidos, o al menos, eran más grandes que nuestras hijas. Nos maravillamos al ver cómo se relacionaban con sus hijos y la buena respuesta que obtenían. Queríamos saber qué habían hecho, cómo lo habían hecho y por qué funcionaba. Cuando yo (Juan) servía en un ministerio de jóvenes en una iglesia rural en Florida, Esta- dos Unidos, nos hicimos amigos con uno de los diáconos y con su familia. Él y su esposa estaban criando tres hijas. En ese momento, Jeanine y yo estábamos recién casados, así que no teníamos hijos. ¡¿Quién habría pensado que, según la providencia divina, criaríamos cinco hijas?! Pasamos mucho tiempo en su casa. Los observamos criar. Nos hicimos amigos de sus hijas. Fue una hermosa experiencia mirar y aprender como pareja joven sin hijos.
Más adelante, empezamos a tener hijos propios… ¡todas niñas, recuerda! No teníamos idea de lo que hacíamos. Nuestra idea era que Jeanine se ocupara de todo lo que tuviera que ver con bebés, y yo me concentrara en terminar mis estudios universitarios. ¡No sabíamos nada! Se suponía que asistiéramos a clases de pre-parto, donde nos enseñarían algunas cuestiones básicas del cuidado de bebés, pero nuestra primera hija se adelantó. Tan solo pudimos asistir a una clase. Así que ahí estábamos, una joven pareja de veinteañeros. Llevamos una beba a casa y no teníamos idea de qué hacer. Cuando ella lloraba por la noche, yo despertaba a Jeanine y le pedía que la alimentara. Es más, cada vez que lloraba, le pedía a Jeanine que la alimentara. Era la única forma que teníamos de hacer que dejara de llorar.
Cuando nuestra primera hija creció un poco, la pasamos a una cama pequeña. Nuestra rutina de la hora de dormir era mirar videos de Winnie the Pooh hasta que le diera sueño. Entonces, la acostábamos. Me ponía de rodillas junto a su cama, y le palmeaba la espalda hasta que se quedaba dormida. Después, intentaba salir gateando de la habitación en el mayor silencio posible. Si ella hacía algún sonido o se movía, me apuraba a volver a su lado y empezaba a pal- mearle la espalda otra vez. Recién a los cuatro años de edad aprendió a dormir toda la noche sola. ¡Ayuda!, pensaba. La crianza no puede ser así para siempre, ¡¿no?! Cuando Jeanine volvió a quedar embarazada, le dije que ya era suficiente. No podíamos seguir así con otro niño. Le dije: «¡Vas a tener que ver cómo hacemos, porque no podemos hacer lo mismo que antes!». Al mirar atrás, veo lo egoísta que fui.
¿VAS a tener que ver cómo hacemos? ¿No era acaso una tarea conjunta?
No hace falta decir que tuvimos que buscar ayuda. Alguien le presentó a Jeanine la idea de acostumbrar al bebé a una rutina de sueño y alimentación. ¡Imagínate! En vez de permitirle a la beba que dirigiera nuestras vidas, nosotros podíamos dirigir la de ella. ¡Qué novedoso! Este fue el principio de nuestra transformación. Bueno, de la transformación de Jeanine, para ser sincero. Yo seguía siendo el mismo Juan egoísta. Es más, durante los primeros seis años de nuestro matrimonio, tenía la idea de que Jeanine era la responsable de cuidar a las bebés y a las niñas pequeñas. En algún momento, cuando ya supieran ir al baño solas, pudieran comunicarse verbalmente y fueran más independientes, yo intervendría y me ocuparía. Evidentemente, estoy exagerando, pero no demasiado. Durante seis años, descuidé mis responsabilidades como padre. Y durante seis años, Jeanine leyó los libros sobre crianza y oró para que Dios me despertara a mis responsabilidades. Felizmente, el Señor lo hizo.
A unos seis años de casados, Jeanine me pidió que asis- tiera con ella a una conferencia sobre crianza. No estaba demasiado seguro, pero sabía que tenía que apoyarla. Para mi sorpresa, el Señor me tocó. Tiendo a pensar en forma teológica, y por primera vez, un pastor me mostró mis responsabilidades en la Escritura. El orador hizo un argumento teológico sobre la función de los padres en el hogar y sobre cómo debemos criar a nuestros hijos de manera que glorifique a Dios. Eso me marcó. Volví a casa como un hombre nuevo. Bueno, al menos, como un padre nuevo. Empecé a tomar en serio mi responsabilidad en la crianza. Comencé a guiar y a disciplinar a mis hijas. Me encargué de la rutina de la hora de dormir y empezamos a leer juntos en voz alta. Al recordar aquella época, doy gracias a Dios. ¡Sé que mi esposa también le da gracias! En Su misericordia, Él nos ha permitido criar cinco hijas. No son perfectas. Nosotros tampoco. Por la misericordia de Dios, todas profesan una fe en Cristo. A medida que buscamos formar a nuestras hijas para que reflejaran la imagen de Dios, el Señor las usó para formarnos también. Así que escribimos este libro juntos, no como expertos ¡sino como padres que también clamaron pidiendo ayuda!
Nos alegramos de que lo hayas empezado a leer. Considéralo una colección de lecciones que aprendimos en el camino y que deseamos transmitir a otros en esta travesía de la crianza. Tal vez ya hayas aprendido algunas de estas lecciones. ¡Genial! Nos regocijamos con aquellos que están más adelante que nosotros en este camino. Nos encanta aprender de los que van más avanzados. Pero sospecho que algunas de las lecciones que aprendimos te resultarán útiles. Por eso escribimos este libro. Antes que nada, en la primera parte, queremos afirmar nuestra conversación en la Palabra de Dios. Para aquellos que, al igual que yo, necesiten que los convenzan (o les recuerden) desde la Escritura lo que deberíamos estar haciendo y a qué deberíamos apuntar como padres, empezaremos en el capítulo 1 colocando los cimientos bíblicos y teológicos para la crianza. Nuestro deseo en la crianza debería ser el mismo que el de Dios: tener hijos piadosos. Por eso nos creó. El problema es que, debido al pecado de Adán, todos nacemos pecadores. Así que, en el capítulo 2, confrontaremos la realidad del contexto de la crianza: la caída. Somos padres pecadores que necesitan un nuevo corazón. Si no lo entendemos, gran parte de nuestra crianza será apenas una modificación de conducta. Una vez puestos los cimientos bíblicos y teológicos, pasaremos al capítulo 3 para proporcionar un marco para la crianza cristiana. Es decir, queremos hablar de lo que somos llamados a hacer (y a no hacer) como padres. Si no seguimos el camino correcto, no persistiremos fielmente en una crianza bíblica hasta el final.
En la segunda parte, queremos pasar de las bases bíblicas y teológicas de la crianza cristiana a explicar nuestras responsabilidades bíblicas: mostrar el evangelio con el ejemplo como padres (cap. 4) y enseñar el evangelio desde la Palabra de Dios (cap. 5). Por supuesto, uno de los desafíos como padres es cómo disciplinar a nuestros hijos. Así que, en el capítulo 6, dedicamos tiempo a considerar algunos proverbios y encontrar guía bíblica. Nuestro objetivo es arraigar nuestra función y nuestras responsabilidades como padres en la Escritura.
Por supuesto, si estás buscando ayuda AHORA, las pre- guntas para las que quieres respuestas son las preguntas sobre «cómo». Es lo que esperamos proporcionarte en la tercera parte. Es imposible decir todo en estos capítulos, y tampoco lo intentaríamos. En cambio, considéralos una conversación de una hora mientras bebemos café. En el capítulo 7, Jeanine y yo nos sentamos con padres de niños más pequeños (0-5 años) y hablamos de lo que aprendimos que era más importante en esos años. Una vez más, no podremos cubrir todo. Sin embargo, este rango de edad es tan crucial que no pudimos resumir en un solo capítulo lo que teníamos para decir. Entonces, verás dos capítulos sobre estos primeros años. Nuestra oración es que te resulten útiles. Seguimos nuestras «conversaciones de café» en los capítulos 8 (6-12 años) y 9 (13-20 años). Te animamos a reunirte con otros padres y tener conversaciones similares juntos. Tal vez puedas leer este libro con un grupo de padres de tu iglesia. Anímense unos a otros y oren unos por otros. Aprendan de los demás.
Sabemos que algunos se verán tentados a ir directo a la sección del «cómo» (capítulos 7-9). No podemos detenerte. Ahora que lo compraste, es tu libro. Así que empieza por donde quieras. Pero debemos advertirte algo. Pasar directamente a la tercera parte puede producir algunos resultados deseados de inmediato, pero dejarte frustrado a la larga. Que- remos animarte a criar con la eternidad en mente. Piénsalo de esta manera. ¿Alguna vez quisiste bajar de peso? Es fácil bajar de peso rápido. Muchas dietas están diseñadas para ayudarte a ver resultados de inmediato. El problema es que esos resultados no son sostenibles. Es imposible mantener una dieta libre de carbohidratos mucho tiempo sin ver efectos adversos en tu cuerpo. También puedes bajar de peso rápida- mente mediante mera fuerza de voluntad: cortando calorías o ayunando. El problema es que, en un momento de debilidad, comes algún dulce, y ese se transforma en dos y después tres. Cuando te das cuenta, estás atiborrándote de comida chatarra y recuperaste el peso que habías perdido. Eso se llama el efecto yo-yo en las dietas: arriba y abajo, arriba y abajo. Los médicos advierten que esta clase de dietas no es saludable. En cambio, si quieres bajar de peso y mantenerlo, es necesario que cambies tu forma de pensar, entendiendo lo que la comida le hace a tu cuerpo y cómo te hace sentir. Y hace falta un progreso lento. Eso te permite comprometerte con una mirada a largo plazo. Saltar a la parte 3 es como empezar una dieta libre de carbohidratos o ayunar. Tal vez veas resultados inmediatos, pero no es sostenible. Te anima- mos a ir despacio. Lee el libro con la Biblia a mano. Anota las preguntas que vayan surgiendo.
Al principio de cada capítulo, anunciamos el principio que enfatizaremos en todo ese capítulo. Y al final de cada capítulo, escribimos algunas preguntas para debatir que te ayudarán a seguir la conversación con tu cónyuge o con otros que te animen. Una vez más, considéranos amigos que quieren ayudar al transitar contigo este camino de la crianza. Y por último, te instamos otra vez a orar; a orar por tus hijos, para que Dios les dé un nuevo corazón y puedan seguir a Cristo todos los días de sus vidas. Y también ora por ti, para que el Señor te conceda la gracia de aprender de Su Palabra, para que puedas comunicar Su corazón y empieces a desear para tus hijos lo mismo que Dios desea: que sean piadosos y reflejen Su imagen, para Su gloria.
¡A Dios sea la gloria!
Obtenido del libro “Oye, hijo mio – Una guía práctica para criar a tus hijos en el Señor”
Juan Sánchez ha servido desde 2005 como pastor principal de High Pointe Baptist Church en Austin, Texas. Es graduado de la Universidad de Florida (B.M.Ed.) y el Southern Baptist Theological Seminary (M.Div., Th.M., Ph.D.). Además de entrenar pastores en los Estados Unidos y Latinoamérica, Juan es también miembro del concilio de The Gospel Coalition, presidente de Coalición por el Evangelio, y sirve como profesor en el SWBTS. Juan está casado con Jeanine, y vive en Austin, Texas, al igual que sus cinco hijas, dos yernos, y tres nietos. Puedes seguirlo en Twitter: @manorjuan.
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