El amor de Dios manifiesto en el Hijo.
Enrique Oriolo
“Yo no creo en el infierno porque Dios es amor”. “Si Dios es bueno y es amor, ¿cómo no me va a perdonar?”. “Dios me ama y sabe que hago lo mejor que puedo: Él es amor”. ¿Escuchaste alguna vez una de estas frases? Seguro que sí. Yo las escuché. No recuerdo haberlas dicho, pero de seguro he pensado cosas similares. Crecí como un católico romano que procuraba cumplir todo lo que tenía que cumplir: me confesaba cada dos meses, iba a misa todos los domingos, tomaba la eucaristía. Yo era más religioso que mis compañeros de clase, que mis amigos del barrio. Si a eso le sumamos que ¡Dios es amor!, ¡ya está! ¿Qué más necesito?
De plano debo decirlo: Dios es amor, y Dios ama de un modo increíble. Negar tal cosa sería negar la Biblia. Lo importante es ver el resto de la panorámica sobre esta idea y este texto de 1 Juan 4:8, que también se presenta unos versículos más abajo: “Y nosotros hemos llegado a conocer y hemos creído el amor que Dios tiene para nosotros. Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios permanece en él” (1 Jn. 4:16).
En medio de los marcados contrastes entre el mundo y la iglesia, entre los hijos de Satanás y los hijos de Dios, entre la luz y las tinieblas, entre el amor y el odio, Juan coloca allí nuestro texto: “Dios es amor”. El amor es un tema recurrente en las cartas de Juan, y para poder entender lo que él nos está diciendo, nuestro concepto de amor debe ser el mismo concepto que maneja Juan al escribir. El mismo apóstol Juan nos dejó registrado que Jesús dijo en Su ministerio terrenal que no hay mayor amor que dar la vida por sus amigos (Juan 15:13).
Así se mostró el amor de Dios: por medio del sacrificio sustitutorio de Cristo en la cruz del Calvario: “En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito (único) al mundo para que vivamos por medio de Él” (1 Jn. 4:9). El Hijo unigénito del Padre murió para que nosotros vivamos por medio de Él y podamos ser llamados hijos de Dios.
Dios no podía perdonarme por el hecho de que yo era más religioso que el resto de mis compañeros, ni porque yo cumplía ciertas reglas religiosas, porque por las obras ningún hombre puede ser hecho justo (Rom. 3:20). Dios tuvo que remover el pecado de mi cuenta, tuvo que satisfacer la ira que estaba sobre mí, y ejecutar el justo juicio que me esperaba. ¿Y cómo Dios fue amor y justo al mismo tiempo? Cuando Jesucristo, que vivió una vida sin pecado, fue a la cruz a morir como un pecador. El pecado, la ira y el justo juicio que estaban a mi nombre fueron pasados a Su cuenta; y Su vida perfecta, sin pecado y justa, fue aplicada a mi cuenta.
El Hijo unigénito de Dios tuvo que morir para que yo pueda formar parte de Su familia. Si perdemos a Dios el justo, perdemos a Dios como amor, y nos quedamos con un recorte fotográfico que distorsiona el panorama. Si unimos la justicia y el amor de Dios, nos encontramos con una cruz. Y es desde la cruz que entendemos que Dios es amor.
Un fragmento del libro Textos fuera de contexto (B&H Español)
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