Por Tim Keller
Jonás huyó de Dios. Pero si por un momento tomamos cierta distancia y miramos todo el libro, Jonás nos enseñará que hay dos estrategias diferentes para escapar de Dios. Pablo las describiría en Romanos 1-3.
Primero, Pablo se refirió a los que abiertamente rechazan a Dios y «se han llenado de toda clase de maldad, perversidad, avaricia y depravación…» (Rom. 1:29). Sin embargo, en el capítulo dos se refirió a los que procuran seguir la Biblia: «… dependes de la ley y te jactas de tu relación con Dios; que conoces su voluntad y sabes discernir lo que es mejor porque eres instruido por la ley» (Rom. 2:17-18). Luego, después de examinar a los paganos, los gentiles inmorales, y a los creyentes en la Biblia, los judíos morales, Pablo concluiría en un resumen extraordinario: «No hay un solo justo, ni siquiera uno […]. Todos se han descarriado…» (Rom. 3:10-12). Un grupo está tratando de seguir con diligencia la ley de Dios y el otro grupo la ignora, y con todo Pablo afirmó que ambos se «han descarriado». Ambos, en maneras distintas, huyen de Dios. Todos sabemos que podemos huir de Dios al ser inmorales y sin religión. Sin embargo, Pablo declaró que es posible evitar a Dios al ser muy religiosos y morales.
El ejemplo clásico en los Evangelios respecto a estas dos maneras de huir de Dios está en Lucas 15, la parábola de los dos hijos. El menor trató de escapar del control de su padre al tomar su herencia, dejar su casa, rechazar todos los valores morales de su padre y vivir como quería. El mayor se quedó en casa y obedeció a su padre en todo, pero cuando este último hizo algo con el resto de la riqueza que al mayor no le gustó, estalló con enojo. En aquel momento se hizo evidente que él tampoco amaba a su padre.
El mayor no obedecía por amor, sino solo como una manera de que su padre se sintiera obligado con él, de tener el control de manera que el padre tuviera que hacer como el hijo le pidiera. Ninguno de los dos hijos confiaba en el amor de su padre. Ambos trataban de encontrar maneras de escapar a su control. Uno lo hizo al obedecer todas las reglas del padre, el otro al desobedecerlas todas.
Flannery O’Connor describió a uno de sus personajes ficticios, Hazel Motes, como alguien que sabía que «la manera de evitar a Jesús consistía en evitar el pecado». Pensamos que, si somos religiosos practicantes, virtuosos y buenos, entonces hemos hecho nuestra parte, por así decirlo. Entonces, Dios no puede simplemente pedirnos algo, nos debe. Está obligado a bendecirnos y a responder nuestras oraciones. Esto no es acercarnos a Él con alegría y gratitud, con entrega y amor, sino es más bien una manera de controlarlo y, como resultado, mantenerlo a cierta distancia.
Ambas maneras para escapar de Dios aceptan la mentira que no podemos confiar en que Dios procura nuestro bien. Pensamos que tenemos que obligar a Dios para que nos dé lo que necesitamos. Aunque obedezcamos a Dios en apariencia, no lo estamos haciendo por Él, sino por nosotros. Si, al procurar cumplir Sus reglas, pareciera que Dios no nos trata como sentimos que merecemos, la apariencia de moralidad y justicia pueden colapsar de repente. El alejamiento interno de Dios que había estado ocurriendo desde hace ya cierto tiempo se convierte en un rechazo evidente y externo. Nos enojamos con Dios y solo nos alejamos.
El ejemplo clásico en el Antiguo Testamento respecto a estas dos maneras de huir de Dios se encuentra justo en el Libro de Jonás. Este profeta hace el papel tanto del «hijo menor» como del «hijo mayor». En los primeros dos capítulos, Jonás desobedeció y huyó del Señor, pero al final se arrepintió y pidió a Dios Su gracia, así como el menor dejó la casa, pero regresó arrepentido.
Sin embargo, en los últimos dos capítulos Jonás obedeció el mandato de Dios de ir y predicar a Nínive. En ambos casos, estaba tratando de controlar la situación. Cuando Dios aceptó el arrepentimiento de los ninivitas, del mismo modo que el hermano mayor en Lucas 15, Jonás reaccionó con ira mojigata ante la gracia y la misericordia de Dios hacia los pecadores.
Y ese es precisamente el problema que encaraba Jonás: el misterio de la misericordia de Dios. Es un problema teológico, pero es, al mismo tiempo, un problema del corazón. A menos que Jonás viera su propio pecado y se viera como alguien que vivía totalmente por la pura misericordia de Dios, nunca entendería cómo Dios podía ser misericordioso con los impíos y todavía ser justo y fiel. La historia de Jonás, con todas sus peripecias, se trata de cómo Dios toma a Jonás, algunas veces de la mano, otras veces del cuello, para mostrarle estas cosas.
Jonás huyó y huyó. Con todo, aunque usó múltiples estrategias, el Señor siempre estuvo un paso adelante. También Dios varía Sus estrategias, y continuamente extiende Su misericordia hacia nosotros de nuevas maneras, aunque no lo comprendamos ni lo merezcamos.
Un fragmento del libro El profeta pródigo (B&H Español)
Foto por Zoltan Tasi en Unsplash
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