Por : Josué Barrios
LISA LI ERA una influencer que parecía tenerlo todo. Su vida lucía perfecta mientas era amada y admirada por su legión de seguidores en redes sociales. Sin embargo, ella ocultaba un secreto oscuro. Tenía una doble vida que sus followers no imaginaban. «Su historia no es la de una espía que trabaja al servicio de un gobierno o la de una mujer que tiene dos parejas sentimentales», explica un reportaje de la BBC. En cambio:
La «doble vida» de Lisa Li era la poca limpieza que tenía en su casa, cuya situación fue expuesta por la propietaria del departamento donde vive. Las imágenes publicadas, que muestran la vivienda de la joven bloguera, llena de basura, comida con moho y excremento de perro, se volvieron virales… Esta «mujer hermosa» que se presenta en las redes sociales contrasta con la mujer «repugnante» que dejó su apartamento hecho un desastre, le dijo la dueña a Pear Video en una entrevista.
Me reí en voz alta cuando leí esta noticia hace varios meses. Mi cara parecía un emoji. Sin embargo, una idea incómoda cobró fuerza en mi mente mientras seguí leyendo sobre Lisa Li: yo soy como ella. Soy peor de lo que la gente cree que soy. Mi vida por fuera, y en redes sociales, luce muy linda en comparación a cómo soy en realidad.
La Biblia revela la verdad detrás de nuestra apariencia. Nuestros perfiles sociales pueden mostrar muchas cosas buenas y positivas de nosotros, pero ante Dios nuestro «perfil espiritual» cuenta una historia muy distinta. Hemos sido idólatras que le han dado la espalda al Dios que nos hizo para Su gloria. Sin Él, la casa de nuestro corazón está llena de la suciedad del pecado. Como hemos visto, esta realidad explica buena parte del éxito de las redes sociales y por qué nos comportamos en ellas como lo hacemos.
C. S. Lewis habló del infierno «como un estado en el que todo el mundo está perpetuamente pendiente de su propia dignidad y de su propio enaltecimiento, en el que todos se sienten agraviados, y en el que todos viven las pasiones mortalmente serias que son la envidia, la presunción y el resentimiento». ¡Esto es lo que vemos a menudo en redes sociales! Navegar en ellas nos brinda una experiencia similar a la del apóstol Pablo en Atenas: vemos idolatría casi en todas partes (Hech. 17:16). Twitter, por ejemplo, a veces parece una sucursal del infierno (algo que sus propios creadores parecen admitir). Y si la tierra prometida en la Biblia es descrita como aquella donde fluye leche y miel, Instagram es la tierra donde fluye la vanidad.
De nuevo, esto también tiene que ver conmigo. También he usado las redes sociales para mi enaltecimiento y, movido por pasiones mortalmente serias, no he sido la persona más sabia en cultivar y administrar mejor mi atención. Incluso como creyente, a menudo «no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago» (Rom. 7:15).
Aunque el diseño de las redes fomenta estas actitudes, ellas no las plantan en nosotros. Las redes sociales evidencian en distintos grados un desorden profundo en el corazón, pero no causan ese desorden. Si las redes y lo que podemos obtener en ellas nos resulta más atractivo que la gloria de Dios, ¿qué crees que dice eso de nosotros? No podemos culpar a las redes por nuestro pecado ni por nuestra sed de aprobación y distracción, aunque ellas las aprovechan para ganar dinero.
Así que, aquí están la preguntas que quiero hacerte en este punto del libro: ¿No quisieras ser diferente? ¿No quisieras ser menos susceptible a los efectos de las redes sociales y la manipulación en ellas? ¿No quisieras estar satisfecho en Dios, de tal manera que no tengas que tratar de llenar tu vida con algo más que nunca podrá darte verdadera satisfacción, como los «me gusta» de las personas y las montañas rusas de entretenimiento?
Si has respondido sí a estas preguntas, tengo una mala noticia para ti: ninguno de nosotros puede vivir así en sus propias fuerzas. Sin embargo, tengo otra noticia que empezamos a abordar en el capítulo anterior: hay Alguien que sí vivió así. Si has creído el evangelio, ya lo conoces.
EL SECRETO DE JESÚS
20 000 seguidores; luego 19 000; luego, 18 000… Mi cantidad de seguidores disminuía en Twitter. Siguió descendiendo como el Titanic en medio del océano. ¡Hasta podía imaginarme los violines sonar siempre que veía mi número de seguidores bajar! Lo entendí bien. ¿Quién quiere seguir una cuenta conocida por su contenido sarcástico para luego, de la noche a la mañana, encontrarse con que la persona detrás de esa cuenta se siente llamada a predicar el evangelio y empieza a compartir versículos bíblicos y reflexiones teológicas?
En la introducción a este libro te conté que no me importó perder mi «influencia» cuando vislumbré mejor la suficiencia de Dios en el evangelio. Pero la verdad es que no soy un tipo tan espiritual. Te seré honesto: en un comienzo sí me importó. Sentía que la gente en Internet empezó a verme como miras a una cucaracha que aparece corriendo en medio de la cocina de tu casa a la mitad de la noche. Me convertí en un bicho raro para la gente que me leía. No sabía qué pensar de esa situación… hasta que leí que Jesús también fue tratado como un bicho raro por personas que dejaron de seguirlo.
En Juan 6, vemos que el Mesías les dice a Sus seguidores cosas que ellos no entienden, o mejor dicho, que no quieren entender. Cosas incómodas como: «Yo soy el pan de la vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed» (lo que implica: ustedes me necesitan para vivir con satisfacción); «Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que me envió, y Yo lo resucitaré en el día final» (lo que implica: ustedes son tan pecadores que no pueden venir a Dios por ustedes mismos y solo yo puedo darles salvación); y «Como el Padre que vive me envió, y Yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por Mí». Jesús estaba usando metáforas para hablar de la fe, ¡pero cuando las personas oyeron esto último creyeron que Él hablaba de canibalismo!
«Por eso muchos de Sus discípulos, cuando oyeron esto, dijeron: “Dura es esta declaración; ¿quién puede escucharla?”. […] Como resultado de esto muchos de Sus discípulos se apartaron y ya no andaban con Él» (Juan 6:60, 66). Esto me impactó. He aquí al Hijo de Dios, lleno de gracia y verdad, perdiendo suscriptores y seguidores. Y entonces, Él hace algo más impactante aún. Jesús mira a Sus discípulos más cercanos, los pocos que habían quedado junto a Él, y les pregunta: «¿Acaso también ustedes quieren irse?» (Juan 6:67).
Esto me dejó perplejo durante días. ¿Cómo Jesús podía tener tal nivel de seguridad personal? ¿Cuál era Su secreto y cómo puedo tener eso en mi vida? Aunque Jesús quería que la gente lo reconociera como lo que Él realmente es, en los Evangelios vemos que Su sentido de identidad no dependía de la aprobación de la gente. ¿Cómo era esto posible?
Jesús, Dios hecho hombre, tenía clara Su identidad como Hijo de Dios y por tanto Su misión al venir a este mundo. Él siempre hablaba de Dios como «Mi Padre», «Mi Padre», «Mi Padre», excepto en una sola ocasión. Y como conocía a Su Padre y lo amaba, y estaba feliz en Él, nunca se distrajo de hacer Su voluntad. «Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo Su obra» (Juan 4:34). Él vivió enfocado en la gloria de Dios y satisfecho en Él. Jesús tenía lo que todos nosotros más necesitamos: comunión íntima con Dios y gozo en Su presencia. Y el evangelio, la buena noticia de la Biblia, no se trata simplemente de que Jesús vino a darnos un ejemplo de cómo vivir de esta forma.
Si todo lo que Jesús hace por nosotros es modelarnos cómo deberíamos ser, estamos perdidos. En cierto modo, ya todos nosotros sabemos en nuestro interior cómo deberíamos vivir, y sin embargo no lo hacemos (Rom. 2:14). Como ya vimos, el pecado está arraigado en lo más profundo de nuestro corazón y merecemos condenación eterna por nuestra rebelión. Así que necesitamos más que un ejemplo. Necesitamos un Salvador que venga a hacer por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos. Necesitamos que Él nos rescate de la caída del acantilado de la muerte y nos lleve a la gloria, y así recibamos una identidad en Él que nos lleve a vivir seguros y satisfechos en Dios —como Él vivió—, sin sentir la necesidad engañosa de buscar nuestra propia gloria y vivir para la distracción. Y eso es justo lo que Él vino a hacer.
EL ESCÁNDALO QUE LO CAMBIA TODO
Dios sabía que escucharíamos la voz de la serpiente. Dios sabía que preferiríamos vivir para nuestra propia gloria en vez de la Suya, despreciando el gozo que solo podemos tener en Él. Dios sabía que nuestro pecado sería mayor de lo que quisiéramos admitir. Y a pesar de eso nos amó. Nos amó de tal manera, con tanta intensidad, que desde la eternidad planeó redimirnos. Planeó que fuéramos reconciliados con Él para deleitarnos en Él. Planeó mostrar Su gloria, desplegar Sus atributos de gracia, justicia, amor y más. Dios planeó entrar a este mundo en la persona de Su Hijo para rescatarnos. Para restaurar en el futuro este mundo manchado por nuestro pecado sin tener que acabar con nosotros.
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito para que todo aquél que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). No sé cuántas veces habré escuchado esas palabras. Sin embargo, mi corazón necesita sentir todo el peso de ellas a pesar de lo familiares que pueden ser para mí. Jesús vino a morir por nosotros. Él vino a vivir una vida perfecta en nuestro lugar y llevar la muerte que merecemos. Solo así tenemos salvación.
Verás, si Dios escondiera nuestros pecados en el armario y nos recibiera en la comunión con Él como si nada hubiera pasado, sin que hubiera un pago perfecto por nuestros pecados, Dios no sería bueno. Sería un Dios injusto, tal como un juez sería injusto si absolviera, contra toda evidencia, a un político corrupto, a un violador serial o a un asesino. Esto puede sonar exagerado para nosotros en una generación que se ofende con facilidad, pero ante un Dios infinitamente santo no existen pecados pequeños. Todos somos «el peor de los pecadores» (comp. 1 Tim. 1:15), y el pecado ha afectado todas las áreas de nuestra vida (Rom. 3:10‐18).
Esto no es fácil de tragar. Es una palabra dura, incluso a veces para mí como creyente. Y por eso el evangelio debe resultarnos tan polémico: Dios promete salvación a toda clase de pecador que se arrepiente de sus pecados y cree en Jesús. ¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo puede Dios perdonarnos sin dejar de ser justo? ¿Cómo es posible que un malhechor colgado en una cruz, recibiendo ese castigo por su maldad, pueda arrepentirse allí mismo y se le prometa ir al paraíso con Jesús? (Luc. 23:40‐43). Esta es la tensión más grande que hay en la Escritura.
En el Antiguo Testamento, Dios promete salvación para Su pueblo y al mismo tiempo promete juicio por la maldad del hombre. Dios promete bendición y al mismo tiempo maldición. Dios promete perdonar los pecados y al mismo tiempo castigarlos (Ex. 34:6‐7). Así que, ¿cómo puede el Señor hacer ambas cosas? La clave está en la cruz del Calvario. Este es el punto de Romanos 3:24‐26, el párrafo más importante en toda la Biblia:
Todos son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por Su sangre a través de la fe, como demostración de Su justicia, porque en Su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente, para demostrar en este tiempo Su justicia, a fin de que Él sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús.
El Hijo de Dios en la cruz fue la propiciación por nuestros pecados. Esta es la esencia del evangelio. Propiciación significa que Jesús satisfizo la justa ira de Dios en nuestro lugar. Él lo hizo voluntariamente en obediencia a Su Padre (Juan 10:18). Él es nuestro redentor, quien realiza a nuestro favor el pago que no podíamos hacer: el pago del costo real por nuestros pecados de manera que Dios no sea injusto al perdonarnos. Así Dios demuestra Su justicia y al mismo tiempo «justifica al que tiene fe en Jesús», aquel que confía plenamente en la gracia de Dios mostrada en la cruz y renuncia a sus propios intentos de salvación. Como explica John Stott:
La esencia del pecado es que el ser humano sustituye a Dios con su propia persona, mientras que la esencia de la salvación es que Dios sustituye al ser humano con su propia persona. El ser humano se rebela contra Dios y se coloca a sí mismo donde solo corresponde que esté Dios. El ser humano pretende tener prerrogativas que le pertenecen solo a Dios; Dios acepta penalidades que le corresponden solo al hombre.
Este es el escándalo más grande de la historia. Es insólito e inesperado. Dios hecho carne soporta la muerte como un criminal —una más vergonzosa que la silla eléctrica— para reconciliarnos y darnos vida eterna junto a Él. Nosotros nos ponemos al centro de la fotografía de nuestra vida con nuestra actitud selfie, donde debe estar Dios; Él se pone a Sí mismo en el centro de una cruz donde deberíamos estar nosotros. Y esto revoluciona nuestra vida, incluso la forma en que usamos las redes sociales, como veremos a continuación.
Ahora, no pasemos por alto una palabra muy importante en Romanos 3:24‐25. Es la palabra justificación. Se dice que somos justificados ante Dios por medio de la fe (comp. Rom. 5:1). Esta palabra crucial en el Nuevo Testamento es un término legal. Pablo la usa para explicar que, cuando nos arrepentimos de nuestro orgullo y creemos en Cristo como nuestro único Salvador, entonces somos declarados justos ante Dios, justos ante el tribunal más importante, aunque nosotros no seamos justos en nosotros mismos.
En otras palabras, Dios no solo nos perdona, sino que también nos trata y recibe como si siempre hubiéramos obedecido Su Palabra. Cristo llevó por nosotros el castigo que merecemos; Su vida de obediencia perfecta es puesta en nuestra cuenta ante Dios (Rom. 5:19). Dios mira tu perfil espiritual como si fuera el de Su Hijo… y le da el «me gusta» que tanto necesitamos. Y hace esto porque en la cruz Jesús cargó con nuestro perfil espiritual sucio. Este es el gran intercambio de perfiles. Así es como Dios nos justifica por gracia, para siempre. La tumba vacía es la garantía de que nuestra salvación es segura en Él y de que la muerte no será el final de nuestra vida (Rom. 4:25). Los planes de la serpiente, de impedir que Dios tenga un pueblo que lo glorifique, son arruinados y ahora sus días están contados. Cristo es victorioso y consumará Su reino aquí.
ADOPTADOS POR DIOS
¿Pueden estas noticias ser mejores? ¡Gloria a Dios que sí! El propósito de Jesús, descubrimos rápido al leer el Nuevo Testamento, no es solo salvarnos del infierno y que seamos justificados ante Dios (aunque eso ya es infinitamente glorioso, pues sin justificación no hay evangelio). Jesús también vino para que seamos hijos de Dios ahora (Juan 1:12‐13; Ef. 2:18). Por eso, en la cruz del Calvario, Jesús no dijo: «Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?». Esa es la ocasión en la que no se refirió a Dios como Su Padre. Él dijo «Dios mío, Dios mío…», porque en la cruz no fue tratado como el Hijo de Dios para que tú y yo podamos ser recibidos en la familia.
Nuestra adopción es un privilegio mayor que la justificación porque involucra una relación mucho más íntima de cercanía y amor con Dios. «Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios» (1 Jn. 3:1). Como explicó J. I. Packer: «Estar en la debida relación con el Dios juez es algo realmente grande, pero es mucho más grande sentirse amado y cuidado por el Dios Padre». El Señor de todo no solo nos perdona y declara justos. También nos hace parte de Su familia y nos sienta a Su mesa.
Así podemos empezar a deleitarnos en Él ahora, mientras aguardamos la consumación de Su reino en este mundo cuando Jesús regrese y acabe con toda tristeza, maldad e injusticia. Nos gozamos no solo como un culpable arrepentido se regocija en su exoneración y perdón, sino también como un hijo se regocija en la compañía de su papá que lo ama. Nuestra identidad está en que somos hijos de Dios hoy y por siempre. Si eres creyente, Dios ha puesto Su mano sobre ti y le ha dicho al universo: «Él es Mi hijo». ¿Qué importa que otros te vean como «bicho raro» por hacer la voluntad de Dios para tu vida? No tienes que buscar en la aprobación y alabanza de los demás el gozo que solo la adopción del Padre puede darte.
Por eso, aunque la frase que leímos de Tozer hace algunos capítulos resultó muy iluminadora, ella estaba errada en última instancia. Leímos que «lo que viene a nuestra mente cuando pensamos en Dios es lo más importante sobre nosotros». Pero eso en realidad no es lo más importante sobre nosotros. C. S. Lewis da mejor en el clavo:
Leí en una revista el otro día que lo fundamental es lo que pensamos acerca de Dios. ¡Válgame el Cielo! ¡No! No es que sea más importante lo que piensa Dios de nosotros, es que es infinitamente más importante. De hecho, nuestros pensamientos sobre él no tienen ninguna importancia, salvo en la medida en que eso tiene que ver con lo que él piensa en cuanto a nosotros. Se ha escrito que debemos «presentarnos ante» él, comparecer, ser inspeccionados. La promesa de la gloria es la promesa, casi increíble y solo posible por la obra de Cristo, de que algunos de nosotros, cualquiera de nosotros a los que realmente elige, en verdad sobreviviremos a ese examen, seremos aprobados, complaceremos a Dios. Complacer a Dios… ser un ingrediente real de la felicidad divina… ser amado por Dios, no solamente objeto de su misericordia, sino objeto de su disfrute, como el de un artista que disfruta de su obra o el de un padre con respecto a su hijo: parece imposible, un peso o una carga de gloria que nuestro pensamiento a duras penas puede sostener. Pero así es.
LA GRACIA NOS TRANSFORMA
Entender que somos en extremo pecadores, que Dios es completamente santo y que por ello Cristo tuvo que morir por nosotros para salvarnos, nos lleva a comprender en realidad la santidad de Dios. Al mismo tiempo, nos muestra el amor de Dios. Jesús no vino al mundo para que el Padre nos amara, sino porque ya nos amaba (Juan 3:16; Rom. 5:18).
Esto es lo que ocurre, entonces, cuando abrazamos el mensaje de la cruz: estamos agradecidos ante Dios. Esto nos mueve a amarlo. «Nosotros amamos, porque Él nos amó primero» (1 Jn. 4:19). Y ese amor a Dios se expresa en obediencia a Él, como afirmó Jesús: «Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos» (Juan 14:15). Por lo tanto, la mayor necesidad de un no creyente es conocer este mensaje y creerlo. Y la mayor necesidad de un creyente es seguir profundizando en este evangelio para ser moldeado cada día más por esta gracia increíble. Esto es lo que transforma nuestra vida, incluso nuestra forma de ver las redes sociales. Esto nos satisface.
Esto debe llenarte de seguridad y confianza (¡Dios es tu Padre!), mientras te hace humilde y agradecido (esta adopción es por gracia). Esto debe influir en cómo vives para Dios y profundizas en tu relación con Él al darle tu atención sobre todas las cosas. Esto impacta la forma en que te conduces cuando estás conectado. Ahora tenemos el «me gusta» de Dios y no dependemos del «me gusta» de la gente. Y ahora tenemos la valentía necesaria para dejar de temer reconocer nuestra miseria y la realidad de Dios; somos libres de la sed de distracción. No tememos acercarnos al Dios santo. «Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”» (Rom. 8:15). ¿Puedes ver cómo esto revoluciona la forma en que usamos las redes sociales, ya que ellas aprovechan por diseño nuestra sed de aprobación y distracción?
Al mismo tiempo, el amor de Dios mostrado en la cruz nos lleva a dejar de vernos a nosotros como los protagonistas del universo. Dejamos de evaluar todo con nosotros en el centro. Queremos que Dios siempre sea visto en el centro. Queremos reflejar Su carácter y que otros puedan conocerlo. Buscamos ahora la recompensa eterna y no la que este mundo pueda darnos. Ahora somos libres del «temor a perdernos algo» porque ya tenemos lo más valioso, y que no podemos perder. Ahora somos libres de la esclavitud paralizante de la preocupación cuando vemos noticias horribles en redes sociales, porque sabemos que nuestro Padre ciertamente cuidará de nosotros y llevará a cabo Sus propósitos (Mat. 6:25‐34; Rom. 8:28‐39). La cruz es muestra de Su infinito amor hacia nuestra vida y nos lleva a confiar en Él (comp. Rom. 8:32).
Ahora conocemos también el antídoto a la envidia que conoció el salmista, y que ahora nos ayuda a sentirnos menos miserables en redes sociales: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Fuera de Ti, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre» (Sal. 73:25‐26). Ahora ya no vemos necesario ni atractivo buscar nuestra gloria, y por eso dejamos de temer ser confrontados por otras personas. Y ahora el amor de Dios nos hace humildes para llevarnos a dejar de pensar en nosotros y en cambio a vivir en amor hacia los demás, estando más dispuestos a escucharlos (en medio del ruido de las redes sociales) y ser pacientes con ellos como Dios es paciente con nosotros (Ef. 5:1). Su amor nos ha cautivado.
El evangelio, además, no solo cambia la forma en que usamos las redes sociales (al cambiar primero nuestro corazón), sino que también nos da el valor y la humildad para hacer para Dios aquellas cosas que las redes sociales nos distraen de hacer:
- Ahora somos valientes y humildes para tener conversaciones profundas y cara a cara con nuestro prójimo, a fin de ser confrontados, aprender y crecer a medida que reconocemos nuestra vulnerabilidad, y también ayudar a nuestro prójimo en estas cosas. No tenemos que ocultarnos detrás de una pantalla para evitar esto (comp. 3 Jn. 13‐14).
- Ahora somos valientes y humildes para esforzarnos en nuestras vocaciones y trabajos dentro de la voluntad de Dios, dependiendo de Su gracia en la tarea de cultivar este mundo y aferrándonos a la promesa de que nuestro trabajo no será en vano (1 Cor. 15:58). La gracia nos impulsa a ser buenos trabajadores a medida que estamos satisfechos en Él, diciéndole adiós a la procrastinación en redes sociales.
• Ahora somos valientes y humildes para reconocer la belleza de Dios en la creación y los ecos de ella en el buen arte, sin sentir la carga de tener que «suprimir la verdad» (a menudo fijando nuestros ojos en pantallas con contenido que fomenta la superficialidad) para buscar ignorar al Dios contra el que nos hemos rebelado. Ya nos sabemos amados y perdonados por gracia. Así que podemos deleitarnos en las cosas más excelentes en este mundo deleitándonos primeramente en Él con gratitud y alegría.
• Ahora somos valientes y humildes para tomar la determinación de descansar del ruido y las distracciones de la vida en una era tan tecnológica como la nuestra. Se requiere valentía para vivir fuera del status quo que una vida llena de notificaciones y pantallas representa, pues es fácil pensar que otros podrán criticarnos por no estar a la moda, que nos perderemos de algo realmente importante o seremos menos «relevantes» si salimos de las redes sociales por un tiempo. Pero también se requiere humildad, porque implica reconocer que el mundo no nos necesita tanto como creemos, que Dios cuida de nosotros y que somos seres que necesitan períodos de descanso. El evangelio nos da ambas cosas, como mencionamos.
En resumen, solo por medio de Cristo podemos gozarnos en la gracia de Dios. Tenemos un deleite mayor que el que podemos obtener en este mundo, así que no tenemos que tratar de llenar nuestro corazón con los ídolos de nuestra generación. Y no solo somos motivados por Su amor, sino que al mismo tiempo somos capacitados para obedecer con sinceridad. ¿Por qué? Porque por medio de la fe hemos recibido al Espíritu Santo en nuestra vida, que produce fruto en nosotros para la gloria de Dios (Gál. 3:2). La Palabra dice:
Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros (Gál. 5:22‐26).
Ahora estamos unidos a Cristo por medio del Espíritu Santo, de manera que no solo todo lo Suyo ahora es nuestro por gracia, sino que también Él vive en nosotros para llevarnos a vivir para Dios (Gál. 2:20; Rom. 6:1‐11). Se trata de un misterio tan grande, que no podemos comprenderlo completamente en este lado de la eternidad. Pero se debe evidenciar en nuestro andar si realmente hemos recibido a Cristo por la fe. Esto transforma nuestros gustos, nuestras conversaciones y nuestras prioridades. Esto cambia la forma en que vivimos, consumimos contenido y publicamos cosas en Internet, pues cambia nuestro corazón al respecto.
En otras palabras, gracias al evangelio queremos y podemos obedecer a Dios en el uso de las nuevas tecnologías, no para que Él nos ame y nos salve, sino en gratitud y adoración a Él porque nos amó y nos salvó en Cristo. Estamos unidos a Jesús y eso produce fruto en nosotros (Juan 15:5). Contemplar la gloria de Dios en Su Hijo, en el evangelio, nos transforma y nos hace cada día más como Jesús (2 Cor. 3:18). Dejamos de convertirnos en selfies que buscan la gloria nuestra y no la de Dios. Esto es inevitable cuando Él mora en nosotros por medio de Su Espíritu Santo de maneras que no podemos comprender aún (Ef. 3:16‐17).
Esto no significa que somos perfectos ahora. Soy un pecador y tú también lo eres. Aún pecamos buscando saciar nuestra vida con otros pozos aparte del manantial infinito y puro que es Dios. Pero si hemos probado Su gracia en Cristo, el pecado ya no nos domina ni define (1 Jn. 3:9). No nos regocijamos en la idolatría digital o analógica como antes. Somos capaces de arrepentirnos. Sabemos que Dios lo es todo para nosotros, queremos deleitarnos más en Él y aguardamos el día en que ya no seremos pecadores. ¡Dios terminará lo que empezó en nosotros! (Fil. 1:6).
Mientras tanto, la casa de nuestro corazón deja de parecer un desastre para ser, poco a poco, más acorde al perfil de Jesús. «Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza en Él, se purifica, así como Él es puro» (1 Jn. 3:2‐3). Esto se debe ir notando incluso en nuestras conversaciones en WhatsApp, muros de Facebook y el historial de videos vistos en YouTube. La Biblia habla de esto como santificación. Y estamos contentos por eso, abrumados ante tanta gracia.
Vayamos ahora a algo más práctico y veamos algunos principios bíblicos que nos ayudan a usar las redes sociales con sabiduría en respuesta al amor de Dios. No para que Él nos ame, sino porque nos amó y nos adoptó poniendo a nuestra cuenta el perfil espiritual perfecto de Su Hijo.
Josué Barrios sirve como Coordinador Editorial en Coalición por el Evangelio. Ha contribuido en varios libros y es el autor de Espiritual y conectado: Cómo usar y entender las redes sociales con sabiduría bíblica. Es periodista y cursa una maestría de estudios teológicos en el Southern Baptist Theological Seminary. Vive con su esposa Arianny y su hijo Josías en Córdoba, Argentina, y sirve en la Iglesia Bíblica Bautista Crecer, donde realiza una pasantía ministerial. Puedes leerlo en josuebarrios.com y seguirlo en Instagram, Twitter y Facebook.
Extraído del libro Espiritual y conectado.
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