Por : Dr. Miguel Núñez
Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia (Heb. 12:11).
Introducción
La disciplina de la iglesia es uno de los muchos temas que la iglesia contemporánea ha relegado a un segundo plano y, en algunos casos, descartado por completo. Sin embargo, esta es una práctica que ha jugado un rol muy importante a lo largo de toda la historia del cristianismo. Como era de esperarse, el haber descuidado esta práctica ha tenido lamentables consecuencias en la vida de la Iglesia. Tristemente, en los últimos años hemos visto una disminución significativa del temor reverente a Dios y un menosprecio por su santidad. Esto ha provocado una insensibilidad hacia el pecado y una pérdida del temor a las consecuencias del pecado. Por consiguiente, hoy en día son cada vez más frecuentes los casos de falta de santidad en la vida de los líderes y sus familias, así como la pérdida de interés por honrar la santidad de la Iglesia. Todo lo anterior hace que la iglesia local no se interese en la disciplina.
Por otro lado, hay un grupo de creyentes que ha malinterpretado la disciplina de la iglesia y la ha hecho punitiva. Hay congregaciones donde a la persona que está en un proceso de disciplina se le ordena sentarse en el último asiento o banco de la iglesia y no participar de la cena del Señor. Este tipo de prácticas antibíblicas también han contribuido a que la disciplina de la iglesia haya sido relegada al olvido por muchos creyentes.
Ahora bien, en las iglesias debe haber una membresía estructurada que permita poder disciplinar a sus miembros de forma adecuada, según las directrices que Dios nos ha dejado en su Palabra. Por tanto, a lo largo de este capítulo abordaremos la disciplina de la iglesia, asumiendo que la iglesia ha estructurado su membresía.
La disciplina de la iglesia: definición
En sentido amplio, la disciplina es el proceso a través del cual cada uno de nosotros pasa, con el propósito de formar o reformar el carácter. Esto implica que cada individuo es disciplinado por Dios, por sus padres, por sus maestros y por superiores en distintos escenarios. Si lo vemos de esta manera, podemos concluir que la disciplina es algo bueno, pues cada vez que los padres disciplinan a sus hijos están tratando de formar su carácter.
En cuanto a la disciplina de la iglesia, el ministerio IX Marcas, dedicado a equipar a los líderes cristianos con recursos bíblicos y prácticos con el objetivo de mostrar la gloria de Dios por medio de iglesias saludables (esta es su visión), define la disciplina de la iglesia como «cada acción destinada a incentivar la santidad y a luchar contra el pecado». Desde esa perspectiva, la disciplina de la iglesia no es solo una buena práctica, sino también algo necesario.
El Pastor Thabiti M. Anyabwile, en su libro What is a Healthy Church Member [¿Qué es un miembro saludable?], comenta con relación a la disciplina: «Si tienes problema con la percepción de que la disciplina de iglesia es cruel o falta de amor, considera que la Biblia misma nos enseña que Dios es un Padre amoroso que disciplina a sus hijos: «… Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él; porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (Heb. 12:5-6).
Thabiti Anyabwile, continuó: «El recibir disciplina de la mano de Dios es evidencia de su amor por nosotros. Cada vez que Él nos reprende y nos castiga podemos estar seguros de que nos está tratando como un padre trataría a su hijo. La disciplina es un acto de amor, no de venganza ni de odio. El autor de Hebreos continuó: “Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus, y viviremos? Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad” (Heb. 12:9-10). El Padre está protegiendo nuestras vidas y conformándonos a su santidad en la medida en que nos corrige y nos disciplina».
Tipos de disciplina en la iglesia
Al hablar de disciplina necesitamos hacer una diferencia entre disciplina formativa, disciplina preventiva y disciplina correctiva. Esta distinción es importante porque cada una de estas disciplinas persigue diferentes metas y tiene como resultado distintas bendiciones.
Disciplina formativa
La disciplina formativa en el ministerio abarca todo aquello que la iglesia hace con el objetivo de formar el carácter del individuo. En este sentido, la disciplina formativa debe incluir enseñanza de la Palabra, aplicación de la Palabra, estudios bíblicos, grupos de rendición de cuentas, oración y cualquier otra cosa que contribuya al crecimiento espiritual del creyente y a su vida de santidad. Todas estas intervenciones requieren de un esfuerzo de nuestra parte y, por tanto, requieren de disciplina.
Cuando el apóstol Pablo expresa en su carta a los corintios que él golpeaba su cuerpo y lo hacía su esclavo, se estaba refiriendo a cómo él disciplinaba los apetitos su carne y su mente, a fin de no convertirse en un obstáculo para el avance del evangelio (1 Cor. 9:27). De modo que, la disciplina formativa involucra todas aquellas cosas que van a contribuir de una u otra manera a formar y desarrollar nuestro carácter, con el propósito de poder correr mejor la carrera de la fe, sin tropezar ni desmayar, para que al final del camino podamos declarar como Pablo: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe» (2 Tim. 4:7).
La disciplina preventiva
En cierto modo, la disciplina preventiva puede ser comparada a la vacuna que es administrada a un paciente con el objetivo de que no contraiga determinada enfermedad. Se trata de otro tipo de disciplina relacionada a disciplinar la vida cristiana, por tanto, incluye todo lo que hasta ahora hemos mencionado sobre la disciplina formativa, más algunas medidas particulares.
Observa lo que el apóstol Pablo escribió en su segunda carta a los corintios:
Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca. Acerca de esto, tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí. Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí (2 Cor. 12:7-9).
El texto anterior es un excelente ejemplo de lo que es una disciplina preventiva en la vida del creyente. El apóstol Pablo fue testigo de revelaciones extraordinarias cuando fue llevado al tercer cielo y para evitar el orgullo, Dios permitió un aguijón en su carne. Ninguno de nosotros conoce con exactitud la naturaleza de este aguijón, pero en el texto original el término para aguijón es la palabra angelo, que significa «mensajero». De hecho, en algunas traducciones de la Biblia aparece la frase «mensajero de Satanás» y esto ha llevado a algunos teólogos a concluir que este aguijón en la carne no era otra cosa que un ataque satánico permitido por Dios, con el que Pablo tuvo que luchar todo el tiempo. En este momento, no vamos a entrar en la discusión de si fue o no un ataque satánico, pero lo menciono para ayudarte a entender cuáles son algunas de las interpretaciones de este pasaje. El pastor John MacArthur opina que este aguijón se trataba de un ataque demoníaco del que Pablo era víctima de vez en cuando, precisamente porque en el texto original, la palabra aguijón o espina, significa mensajero, lo que pudiera referirse a un demonio enviado como mensajero por Satanás con el propósito exclusivo de atormentar a Pablo.
Lo curioso de esto es que el pasaje revela que ese aguijón en la carne atormentaba tanto a Pablo, que en tres ocasiones le suplicó a Dios que se lo quitara y Dios le respondió: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Cor. 12:9). No obstante, llama aún más la atención la razón por la que Dios permitió este aguijón en la vida de Pablo y el texto revela que fue con el objetivo de que no se enalteciera por lo extraordinario de las revelaciones que había recibido de parte de Dios. Entonces, al leer este pasaje, ¿crees tú que nosotros estamos exentos de que Dios permita en nuestras vidas condiciones similares que tengan el propósito expreso de mantenernos menos orgullosos o más humildes, con la intención de que dependamos más de Él? En lo personal, he llegado a ver mi padecimiento de diabetes por los últimos 48 años como una de las cosas que Dios ha permitido en mi vida para que yo pueda permanecer más cerca de Él, dependiendo de manera exclusiva de su gracia y sea menos dependiente de los logros que Dios mismo ha permitido en mi vida. Por tanto, la diabetes para mí ha sido buena y preventiva.
La disciplina correctiva
El texto más utilizado de la Palabra de Dios al momento de hablar de disciplina correctiva es el pasaje de Mateo 18:
Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos. Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos. En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mat. 18:15-20, énfasis mío).
Lo primero que quiero resaltar es que algunas traducciones comienzan diciendo «si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos» (Mat 18:15, RVR1960), lo que ha llevado a algunos a pensar que la persona ofendida es quien debe hacer la confrontación inicial. Entonces, pudiera suceder que nos enteremos que un hermano en la fe ha pecado contra alguien fuera de la iglesia y no hagamos nada con la excusa de que dicho hermano no ha pecado contra nosotros. Sin embargo, las traducciones más fieles al texto original simplemente dicen: «si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas». En pocas palabras, mi hermano no tiene que pecar contra mí directamente para poder hablar con él, porque el texto simplemente señala: «si tu hermano peca…».
Por otro lado, también nos llama la atención que el texto no dice «si tu hermano peca, ve con los pastores y cuéntaselo para que ellos lo reprendan». Por el contrario, la Palabra nos manda a ir directamente con el hermano y reprenderlo a solas. De manera que, al hablar de la disciplina de la iglesia, lo primero que debemos entender es que se trata de un asunto que involucra a todos los creyentes. No es algo que concierne exclusivamente al liderazgo, sino que toda la iglesia debe estar interesada en velar por la santidad de la iglesia y sus miembros. Si un hermano en la fe peca y de alguna manera nos enteramos, nuestro deber es ir con el hermano y hablar con él a solas; dependiendo de su respuesta entonces procederíamos conforme al texto de Mateo 18. Si el hermano no responde en arrepentimiento, la Palabra nos manda a ir con uno o dos testigos a confrontarle nuevamente. Si aun así no responde, entonces somos instruidos a decírselo a la iglesia.
Algunos quizás pudieran preguntarse cuánto tiempo debe pasar entre el momento que la confrontación es hecha y el instante en que la iglesia es informada del asunto. La respuesta es que esto dependerá de cada caso, pues la Biblia no ha definido un tiempo en específico. En nuestra experiencia, se han presentado casos donde hemos trabajado con una persona por todo un año antes de comunicarlo a la iglesia. No porque estuviéramos ocultando el asunto, sino porque el hermano en un principio parecía estar respondiendo a la reprensión, incluso mostraba señales de arrepentimiento, pero al pasar los meses volvía a lo mismo y se mostraba resistente a la corrección. En estos casos no nos quedó otra opción que no fuera decirlo a la iglesia conforme a las instrucciones de Mateo 18:15-20. Con este ejemplo buscamos ilustrar que el proceso de disciplina no debe ser llevado a cabo en un transcurso de dos o tres días, sino que el mismo debe realizarse dentro de un tiempo prudente, sin adelantarnos ni retrasar el proceso.
Otra observación que podemos hacer sobre el pasaje de Mateo 18 es que el mismo ha sido mal aplicado múltiples veces, sobre todo los versículos 18 al 20. Estos versículos estaban destinados a ser aplicados en el contexto de la disciplina de la iglesia. Sin embargo, hoy en día vemos a un sinnúmero de líderes del «evangelio» de la prosperidad desatando bendiciones en forma de cosas materiales: carros lujosos, casas y muchas cosas más, utilizando el pasaje como fundamento para sus exorbitantes declaraciones. Sin embargo, a lo que Mateo 18:18-20 realmente se refiere es a que aquellos hermanos que han sido disciplinados bíblicamente están atados por la disciplina, misma que Dios reconoce desde los cielos, hasta el momento en que la iglesia los desate. Esto implica que, si esa persona no cumple con el proceso de disciplina acordado por el liderazgo, sino que se va de la iglesia en medio del proceso, ese hermano permanecerá atado porque el reino de los cielos reconoció la disciplina aplicada por la iglesia (siempre y cuando la misma haya sido llevada a cabo bíblicamente). Si, por ejemplo, la persona había sido suspendida o descalificada de su posición de liderazgo, hasta que la iglesia no lo desate, es decir, hasta que la iglesia no complete su tiempo de disciplina y lo declare «libre», la persona continuará atada en los cielos, sin importar a dónde vaya. Esto asume un proceso de disciplina bíblica.
El propósito de la disciplina de la iglesia
La disciplina de la Iglesia no es punitiva, pues Cristo pagó por nuestros pecados al dar su vida en la cruz del Calvario. Por el contrario, el propósito de la disciplina es redención, corrección, protección y purificación, así como evitar consecuencias mayores en la vida de aquellos que han pecado.
Al ejercer la disciplina, la Iglesia busca reivindicar la santidad de Dios que ha sido violada por el pecador, así como la protección y purificación de la iglesia y sus miembros. Por tanto, no hay razón para que a la oveja que está atravesando por un proceso de disciplina se le exija tomar asiento en la última hilera de asientos del templo o se le prohíba participar de la mesa del Señor, como acostumbran algunas iglesias. Este tipo de requisitos y prohibiciones representan un castigo por el pecado cometido, cuando el castigo por nuestros pecados cayó sobre Cristo. La disciplina de la iglesia no es punitiva, sino restauradora. Recordemos las palabras de Pablo en Romanos 8:1:
Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu.
Ahora bien, la oveja que ha sido perdonada y que está siendo restaurada por Dios, está en medio de un proceso de disciplina que tiene como objetivo final la transformación del carácter de la persona. Esta es la razón por la que la persona en disciplina es removida temporalmente de cualquier posición de liderazgo que ocupaba en la iglesia, no como una forma de castigo, sino precisamente para que pueda ocuparse en formar y desarrollar su carácter, a fin de que una vez transformado el carácter, él o ella pueda volver a servir al Señor en medio de su pueblo.
En la primera carta de Pablo a la iglesia en Corinto, notamos cómo algunos miembros de aquella iglesia fueron disciplinados por haber violentado la santidad de Dios durante la celebración de la cena del Señor. Al parecer había personas que no honraban la santidad de este sacramento, sino que se emborrachaban con el vino y comían del pan en exceso hasta el punto de dejar a otros sin nada que comer durante la cena. Observemos cómo el apóstol describe lo que estaba sucediendo en la iglesia de Corinto:
De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí. Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y muchos duermen. Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo. Así que, hermanos míos, cuando os reunáis para comer, esperaos unos a otros. Si alguno tiene hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Los demás asuntos los arreglaré cuando vaya (1 Cor. 11:27-34, énfasis mío).
En este pasaje, podemos observar claramente cómo en ocasiones el Señor disciplina a sus hijos con la intención de evitarles consecuencias mayores, que es justamente uno de los propósitos de la disciplina de la iglesia. Aquellas personas que incurrieron en el pecado de tomar la cena del Señor indignamente enfermaron e incluso algunos murieron. No es insignificante el hecho de que en un momento clave del desarrollo de la Iglesia, Dios le quitara la vida a quienes no honraron la mesa del Señor. Él estaba una vez más poniendo en alto la santidad de su Nombre.
Entonces, si parte del propósito de la disciplina de la iglesia es evitar consecuencias mayores en la vida de la persona que ha pecado, cuando ese hermano es confrontado por otro y se arrepiente, ahí culmina el asunto. Por tanto, el hermano que lo confrontó siguiendo la ordenanza de Mateo 18:15-20, no solo ha ganado a su hermano, sino que ha prevenido incluso que ese pecado se divulgue, pues todo quedó entre ellos dos.
Ahora bien, si la persona no escucha a quien se acercó a confrontarle, comienza a sufrir una primera consecuencia, ya que a partir de ese momento su pecado comienza a perder confidencialidad porque el hermano que inicialmente hizo la confrontación tendrá que volver con dos o tres testigos. Y si tampoco responde a la disciplina, entonces ellos tendrán que informarlo a la iglesia. De manera que, el pecador no arrepentido comienza a sufrir las consecuencias de su pecado, de menor a mayor, en la medida en que él o ella no responde a la disciplina.
Por tanto, cuando finalmente se decide llevar el asunto ante la iglesia, no se hace con el propósito de que ese hermano sea avergonzado por su pecado, sino para evitar que sobrevengan consecuencias mayores a la persona. La idea es que toda la iglesia pueda buscar a este hermano y ayudarle a regresar al camino. Si lo logran, entonces la persona no tendrá que sufrir otras consecuencias. Pero si no responde en arrepentimiento, lamentablemente tendrá que ser disciplinado con su expulsión de la iglesia. Ahora, Dios está tratando de evitar que esa persona sea condenada con el mundo. Pues, cuando un miembro de la iglesia es expulsado de la iglesia por falta de arrepentimiento, él o ella ya no puede asistir más a las reuniones de la iglesia ni participar de la comunión de los santos. La idea detrás de esto es que la persona, al sentirse alejada de sus hermanos y de los medios de gracia que Dios provee a través de la iglesia local, pueda llegar a experimentar un verdadero arrepentimiento que le haga apartarse del mundo y regresar al Señor. De modo que, la motivación detrás de la expulsión es un deseo de que la persona se devuelva en arrepentimiento.
En nuestros 20 años de ministerio hemos tenido que pasar por la triste experiencia de expulsar a algunos miembros de la congregación. Por la gracia de Dios, algunos de ellos han regresado arrepentidos y a su regreso le hemos dado las gracias a Dios por haberlos traído de vuelta a casa, pues ese era el objetivo de la expulsión. Ahora bien, hasta el momento en que la persona regresa arrepentida, el individuo que ha sido expulsado debe ser considerado como un no creyente, pues se ha comportado como tal y Dios nos ordena tratarle como a un incrédulo (Mat. 18:17).
En lo personal, creo que en la mayoría de los casos que terminan con la expulsión del miembro de la iglesia, la persona expulsada no era un verdadero creyente. Si Dios nos indica que si el individuo no se arrepiente en el proceso debemos considerarlo como un incrédulo, lo más probable es que esa persona sea un incrédulo. Pues, si el Espíritu de Dios mora en este individuo, cuando él es confrontado por un hermano, luego por dos o tres y finalmente por toda la iglesia, el Espíritu Santo que mora en él le dará la convicción necesaria para arrepentirse. Pero si eso no ocurre, hay una buena probabilidad de que esa persona realmente no haya nacido de nuevo.
Ronnie W. Rogers, en su libro Undermining the Gospel, The Case for Church Discipline, menciona cinco razones para ejercer la disciplina eclesiástica:
- Redención: se relaciona con traer al creyente de regreso a la comunión con el hermano.
- Corrección: se relaciona con la anterior, ya que la idea, según Rogers, es corregir la forma de pensar y de actuar del miembro de la iglesia que se ha desviado.
- Protección: tiene que ver con la protección de la persona que recibe la disciplina para que no sufra mayores consecuencias y para proteger al resto de la congregación, debido a que una pequeña porción de levadura echa a perder toda la masa.
- Purificación: procura ayudar a la persona y a la iglesia que aplica la disciplina a crecer en santidad.
- Justicia: esta idea puede ser algo confusa porque ya Cristo pagó por nuestros pecados en la cruz. Pero Rogers señala que si el pecador no sufre algún tipo de acción disciplinaria no hemos hecho cumplir la justicia de Dios en el sentido de que, ¿cuál sería la diferencia entre personas nacidas de nuevo que viven en obediencia y personas nacidas de nuevo que han decidido abusar de la gracia de Dios?
El proceso de confrontación y confesión
Al momento de confrontar a un hermano con su pecado, si este no responde a la confrontación, recuerda que debes darle un tiempo razonable para que se arrepienta antes de proseguir con el siguiente paso. En algunos casos, se puede esperar algunos días, dependiendo de la urgencia, mientras que en otros casos pudiera dársele mucho más de tiempo, semanas y hasta meses, según la complejidad del caso. Sin embargo, si la persona no se arrepiente, la Palabra de Dios nos manda a volver con dos o tres testigos. En cuanto a los testigos, procura que sean personas piadosas y maduras en la fe. Obviamente, si son personas maduras no serán chismosas, lo que es vital porque hasta este momento el proceso se debe mantener en un contexto confidencial.
Pasada la segunda confrontación, si la persona todavía continúa mostrando resistencia, el asunto debe ser llevado a la iglesia. Ahora bien, no pienses que debes comunicarlo a toda la congregación inmediatamente, sino que el caso debe ser llevado primero ante el liderazgo de la iglesia (asumiendo que hasta ese momento los líderes no han tomado parte en el proceso). Entonces, los líderes de la iglesia van a sentarse con este hermano y comenzarán a conversar sobre el tema. Muchas veces, el hermano se arrepiente y el asunto queda entonces con los líderes y, por lo tanto, no hay necesidad de informar a toda la iglesia del asunto. Recuerda que la idea detrás de la disciplina no es avergonzar ni castigar al hermano, sino que este se arrepienta. Por tanto, si el caso llegó a los líderes y el hermano se arrepintió, ahí termina todo y no hay por qué seguir involucrando a nadie más.
Pecados que requieren de disciplina pública
Si pretendemos disciplinar todos los pecados que las ovejas cometen, nos pasaremos días y días en este proceso y al final terminaremos disciplinando prácticamente a toda la congregación. Creo que la Palabra de Dios provee sabiduría para hacernos saber cuándo disciplinar públicamente y cuándo no. En nuestro análisis de los textos bíblicos vemos muy pocas razones para la disciplina pública:
1. Pecados públicos que afectan la congregación
Por ejemplo, si una joven soltera queda embarazada, su pecado de fornicación será inevitablemente público porque su estado de gestación será evidente a todos. Por tanto, este pecado deberá ser confesado de manera pública. Sin embargo, un miembro de la iglesia pudo haber fornicado sin que resultara en un embarazo, ser confrontado y llevado al arrepentimiento, manteniendo el asunto en privado.
Por otro lado, si alguien en la congregación cometió adulterio contra su cónyuge y resulta que hay un número de hermanos en la iglesia que de alguna u otra forma se han enterado del asunto, este caso tendría también que ser tratado como un pecado público. Pero si el adulterio es algo solo conocido por aquellos que pecaron, este otro caso pudiera manejarse de manera privada. En el caso de los líderes, este tipo de pecado adquiere otra connotación.
2. Pecados cometidos por los líderes de la iglesia
Si un líder de la iglesia (anciano, diácono, líder de adoración, etc.) comete un pecado de inmoralidad sexual, financiera, de división y otros de envergadura tendrán que ser removidos de su posición, al enterarnos de su ocurrencia. Por consiguiente, este pecado debe ser confesado públicamente, pues ¿cómo le explicamos a la iglesia que esa persona ya no estará ejerciendo su función de líder sin informar el porqué?
3. Disciplina pública por falta de arrepentimiento
Mateo 18:15-20 claramente habla de esta categoría: se refiere a un hermano que no se ha arrepentido después de varios intentos por parte de diferentes miembros de la iglesia que han procurado su confrontación, pero los acercamientos a él han resultado infructuosos.
Cuando los pastores enfrentamos un caso que debe ser disciplinado de forma pública, lo primero que hacemos es reunirnos con quien ha pecado para explicarle por qué es necesario llevar el asunto ante la iglesia. Idealmente, si la persona está genuinamente arrepentida, quien le va a informar del asunto a la iglesia no es el pastor o los líderes de la iglesia, sino la persona que ha cometido el pecado. En nuestra iglesia, los pastores le pedimos al hermano que escriba una carta a la iglesia donde confiesa su pecado y que luego nos la envíe para poder revisar lo que esa persona ha escrito, antes de que su confesión sea leída frente a la congregación, a fin de asegurarnos de que no se diga ni más ni menos de lo necesario. Consideramos esto como importante porque la persona pudiera pararse frente a la congregación y decir algo que sea tan nebuloso que la iglesia, al final, no sepa qué es lo que esa persona está confesando. Pero también pudiera suceder que el hermano crea que debe ser muy específico y que entonces provea detalles innecesarios sobre lo que pasó. La intención siempre será que el pecado cometido sea debidamente nombrado y confesado ante la congregación. Una vez confesado el pecado, el caso quedará cerrado y no se volverá a hablar más sobre el mismo, excepto a nivel de consejería pastoral. Esto evita chismes y murmuraciones.
Cómo llevamos a cabo la confesión pública
En cuanto a la manera de llevar a cabo la confesión pública, podría variar de iglesia a iglesia. En nuestra iglesia, mientras la persona está confesando su pecado a la congregación, uno de los pastores (frecuentemente he sido yo como pastor titular de la iglesia, pero pudiera ser cualquiera de los pastores que han estado lidiando con la oveja durante el proceso) está parado a su lado como muestra de apoyo al hermano, pero no a su pecado. Cuando la persona termina de confesar, el pastor la abraza, le ofrece el perdón en nombre de Cristo y de la iglesia, e invita a los miembros de la congregación que deseen a pasar adelante a expresarle el perdón a este hermano que ha venido voluntariamente a confesar su pecado y a pedir perdón a Dios y a la iglesia por haber mancillado el nombre de Cristo y el nombre de la iglesia. Este momento puede durar quince minutos, media hora o más. En un caso particular que tuvimos hace tiempo, toda la iglesia pasó adelante y allí estuvimos por dos horas. Podemos dar testimonio de que estos momentos de confesión han sido de las noches de mayor ministración para el cuerpo de Cristo porque se reivindica la santidad de Dios con la disciplina y se expresa la gracia de Dios en el perdón.
Una vez que la iglesia ha terminado de expresar el perdón, le decimos al que ha confesado que se puede retirar y los pastores nos quedamos conversando con la iglesia unos minutos más para ayudarle a digerir lo que acaba de ocurrir. En este sentido, lo primero que hacemos es preguntar a la iglesia si hay alguien que tenga alguna pregunta o inquietud sobre lo sucedido. También le hacemos la aclaración a la iglesia de que si hay alguna pregunta, este es el momento para hacerla, pues cuando la reunión se dé por terminada, ya no habrá más preguntas ni comentarios que hacer sobre el caso. Usualmente, estos momentos de confesión pública son tan tristes que nadie quiere preguntar nada porque toda la iglesia se identifica con el dolor del que está confesando. En una o dos ocasiones, la gente ha levantado la mano y hemos respondido a sus preguntas. Cuando podemos responder públicamente, responderemos públicamente. Si hay preguntas que no podemos responder de manera pública, le decimos a la persona que hizo la pregunta que se acerque a nosotros al final de la noche para responderle de forma privada. Si la información es tan confidencial que no podemos dar una respuesta, le informamos a la persona que la respuesta a su pregunta es altamente confidencial y que, aunque conocemos la información, no la podemos dar al público. Todo esto lo hacemos de manera que la congregación puede notar la honestidad del proceso.
También aprovechamos para recordar a la congregación las palabras del apóstol Pablo: El que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga (1 Cor. 10:12). El día de mañana, cualquiera de nosotros pudiera ser el que esté parado frente a la congregación confesando, así que no debemos tener un espíritu de condenación. Por otro lado, si como miembro de la iglesia, tú ya le has expresado el perdón a tu hermano, cuando vuelvas a verlo continúa tratándolo igual que antes, pues el cuerpo de Cristo le va a dar el mismo trato de siempre, excepto que él o ella no estará sirviendo activamente en la iglesia. Esta persona puede tomar la cena del Señor y puede participar de todas las actividades de la iglesia porque no lo estamos castigando, sino disciplinando. En este sentido, los pastores y ancianos seguirán trabajando el caso en consejería por un tiempo. No olvidemos las palabras de Pablo a los gálatas:
Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado (Gál. 6:1).
Otras observaciones
Dependiendo de la severidad del problema (la mayoría de los casos que llegan a disciplina pública son severos), en la IBI usamos un año como el tiempo mínimo que debe durar el proceso de restauración de la persona. Dicha restauración no implica necesariamente la restitución de la persona a su posición; sobre todo si solo ha pasado un año. En los casos de pastores removidos de su posición por las razones que sean, no creemos sabio el restaurar dicha persona a su posición nuevamente.
Reflexión final
Finalmente, al concluir cada disciplina pública, le recordamos a la iglesia algo que escribí hace algunos años y que he denominado Las diez leyes del pecado,133 como advertencia para toda la iglesia de las terribles consecuencias que el pecado puede traer sobre nuestras vidas, y con el objetivo de que al meditar sobre estas cosas seamos movidos a buscar la santidad, sin la cual nadie verá a Dios (Heb. 12:14).
Las diez leyes del pecado
Primera ley: El pecado te llevará más allá de donde pensabas llegar (Luc. 15:11-24, la historia del hijo pródigo).
Segunda ley: El pecado te alejará por más tiempo del que habías pensado (Luc. 15:11-24, la historia del hijo pródigo).
Tercera ley: El pecado te costará más de lo que querías pagar (Luc. 15:11-24, la historia del hijo pródigo).
Cuarta ley: Pecas a tu manera, pero tienes que regresar a la manera de Dios (Luc. 15:11-24, la historia del hijo pródigo).
Quinta ley: El pecado engendra pecado (Luc. 15:11-24, la historia del hijo pródigo).
Sexta ley: El pecado te conduce a justificar lo que has hecho (Gén. 3, Adán y Eva).
Séptima ley: El placer es efímero y temporal, pero las consecuencias del pecado son duraderas (2 Sam. 11, la historia de David).
Octava ley: No hay pecado oculto que Dios no ponga de manifiesto (2 Sam. 11, la historia de David).
Novena ley: Mi pecado comienza cuando yo quiero, pero las consecuencias comienzan cuando Dios quiera (2 Sam. 11, la historia de David).
Décima ley: Nadie se burla de Dios (Gál. 6:7).
Dr. Miguel Núñez es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico
Extraído del libro De pastores y predicadores.
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