Cómo ser ejemplo en una sociedad materialista
Miguel Núñez
La mente materialista encuentra poco gozo en lo que tiene. Esto la lleva a querer poseer siempre más cosas o algo mejor. Desafortunadamente, ese descontento en ocasiones puede terminar provocando que el individuo comprometa su integridad, con miras a adquirir aquello que hoy no tiene.
Cristo nos instruye a no preocuparnos por el día de mañana o por lo que comeremos o cómo vestiremos porque los gentiles o incrédulos son los que se preocupan por esas cosas. Nosotros, sin embargo, deberíamos buscar el reino de Dios primero y todas esas cosas se nos darán por añadidura. Mientras más egocéntricos nos volvemos, menos habilidad o disposición tenemos para esperar.
Es necesario que aprendamos del apóstol Pablo, quien aun en medio de sus prisiones, nunca mostró una actitud de queja, sino de aceptación, gratitud y confianza en la soberanía de Dios.
James Moffatt dijo en una ocasión: «cómo el hombre trata el dinero es la prueba más decisiva de su carácter: cómo él lo gana y cómo él lo gasta»
La manera como Dios ve el dinero es muy diferente de la forma como la sociedad lo valora y el propósito que le atribuye: la sociedad nos dice que el dinero es para comprar lo que deseamos; Dios nos enseña que el dinero es un instrumento para cubrir necesidades, las nuestras y las de otros.
No podemos manejar el dinero como lo haría un inversionista incrédulo, sino conforme a los principios de la Palabra de Dios.
No poseemos nada, nada en absoluto. Lo único que tenemos es un préstamo de parte de Dios porque de Él son todos los recursos. Al final del día, el holgazán desprecia o minimiza el valor de aquello que su Dios le entregó.
Muchas personas cambian de trabajo solo por razones monetarias, sin considerar cómo ese nuevo trabajo podría afectar su tiempo con Dios, con su familia y aun su asistencia a la iglesia.
Pero la Palabra de Dios nos habla en contra de las deudas porque nos hacen esclavos y dependientes de algo que no es Dios, como nos revela el libro de Proverbios: El rico domina a los pobres, y el deudor es esclavo del acreedor (Prov. 22:7).
La avaricia es una condición del corazón de la cual raramente la persona se percata, si es que alguna vez lo hace. Jesús comparó su señorío con el señorío que ejerce el dinero sobre nosotros.
Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento (1 Tim. 6:6). Sin contentamiento, no podemos disfrutar ni siquiera de lo que tenemos y que ha sido provisto por Dios.
El dinero supo corromper el corazón de gente común, de príncipes, de reyes, de presidentes y también de ministros del evangelio de Cristo. El Señor no se equivocó cuando dijo: Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas (Mat. 6:24b).
Dios no se equivoca: «el amor al dinero es la raíz de todos los males».
Un fragmento del libro Vivir con Integridad & Sabiduría (B&H Español)
Susana Sarraulte says
Excelente reflexión