Cómo el evangelio cambia nuestra idea de la justicia.
Juan Sánchez
¿Alguna vez has pensado por qué las películas de revancha son tan populares? Esas como Gladiador, Corazón valiente, Búsqueda implacable. Creo que estas películas son populares porque, en el fondo, cada uno de nosotros tiene un deseo innato por la justicia. Ahora bien, debido a nuestra naturaleza pecaminosa, el deseo por la justicia puede conducirnos con facilidad a la revancha, y esto nos puede llevar hacia un ciclo interminable de venganza. Dios, nuestro Creador, está consciente de esta realidad. Es por eso que en este texto de Éxodo 21, Él proveyó un estándar de justicia que pone límite a la sed de venganza.
Por desgracia, esta ley de justicia equitativa ha sido aplicada y entendida de forma errónea. En vez de servir como la base de la justicia, ha sido utilizada como la base de la venganza. Jesús expone la mal aplicación que los fariseos hacían de este principio, en Mateo 5:38. Los fariseos habían pervertido este principio al usarlo como el fundamento de la venganza personal: “Si me haces X cosa a mí, ¡entonces tengo el derecho de hacerte X cosa a ti!”. Cuando el principio se entiende y aplica de forma errónea, puede convertirse en una excusa para demandar nuestro derecho personal para hacerles a otros lo que entendemos que ellos nos han hecho en primer lugar.
En términos modernos, podríamos decir que el punto de la ley es asegurarse de que el castigo sea adecuado al crimen. Tal principio tiene el propósito de proveer justicia, tanto para el inocente como para el culpable.
El principio de la justicia equitativa expone el hecho de que todos nosotros hemos ofendido a un Dios santo y que nuestro castigo debe ser adecuado a nuestra transgresión. La paga por pecar en contra de un Dios santo es la pena de muerte.
Pero el evangelio nos recuerda que Jesús, la única persona inocente y sin pecado, pagó la penalidad por nuestro pecado (vida por vida) al sufrir y morir en la cruz como un criminal. Todo aquel que reconoce su pecado y culpabilidad puede renunciar a su pecado y volverse a Cristo con fe para recibir el perdón por sus transgresiones. Todo aquel que se arrepiente de sus pecados y cree en Jesucristo experimenta la realidad de la satisfacción de la justicia de Dios en la muerte de Cristo.
Debido a que hemos sido perdonados, nosotros también podemos vivir una vida caracterizada por el perdón hacia otros. En otras palabras, la justicia equitativa de Dios al castigar nuestros pecados en Jesús nos libera de buscar venganza contra aquellos que pecan contra nosotros (Mat. 5:38-42). No necesitamos devolver mal por mal o injuria por injuria; al contrario, somos llamados a bendecir a aquellos que nos persiguen, demostrando así que somos hijos de Dios, que recibiremos Su herencia por venir (1 Ped. 3:8-17).
Un fragmento del libro Textos fuera de contexto (B&H Español)
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