Eric Geiger
Desde que llegué a Lifeway (Marzo 2, 2012), una de las personas a las que me ha gustado conocer y encontrarme es Michael Kelley.
Michael es el Director de Discipulado en Lifeway Christian Resources y ha sido encargado de la importante tarea de desarrollar no solo una visión adherente y convincente para el discipulado, sino también la incorporación de esa visión en un plan de estudios verdaderamente personalizado para las iglesias.
Podré compartir más sobre esa última parte más tarde.
Pero una de las otras cosas que hace único a Michael es que hace varios años, a su hijo en ese entonces de 2 años, Joshua, le diagnosticaron leucemia. Después de más de 3 años de quimioterapia, Michael está lanzando un libro sobre esa experiencia llamada Los Miércoles Eran Bastante Normales: un niño, cáncer y Dios.
Confíe en mí cuando le digo que valdrá la pena leer este libro. Le pedí entrevistarlo hoy en el blog sobre su libro, historia y fe:
Michael, como padre, no me puedo imaginar escuchar la palabra “cáncer” aplicada a una de mis hijas. ¿Cómo puede un padre comenzar a lidiar con noticias como esa?
No lo sé. Todavía no lo sé, es un momento en que la fe ya no es un sustantivo; es un verbo, y es una opción activa para creer lo que crees que sabes que es verdad sobre Dios y el mundo.
También pienso, sin embargo, que esos momentos son grandes recordatorios de la provisión de Dios. No solo en términos de lo material, sino realmente en términos de fe. Cuando nos despertamos en la mañana de octubre, a Joshua le diagnosticaron cáncer, no teníamos idea de que estaba enfermo. Pero tampoco teníamos idea de que Dios nos había proporcionado suficiente gracia para sostener ese día.
Una de las partes más significativas del libro para mí fue el capítulo llamado “Juntos”, en el que se describe el papel que otras personas jugaron en su viaje. Hábleme acerca de la influencia de la comunidad de fe a su alrededor durante ese tiempo.
Es en momentos como este que tenemos una oportunidad increíble para realmente funcionar como el cuerpo de Cristo. Como Pablo describe, cuando una parte sufre, las otras partes también lo hacen. Entonces, había personas, personas que aún son queridas amigas, que realmente se convirtieron en parte de nuestra familia durante ese tiempo. Comenzaron a llevar pequeñas botellas de Purell en sus bolsillos para poder lavarse las manos cada vez que nos veían, así Joshua no recibiría ningún germen. Aparecieron sin previo aviso con comida. Llegué a casa varias veces y mi hierba había sido cortada. Cosas como esa, que no parecen mucho, pero fueron pequeños recordatorios del amor de Dios por nosotros.
Así es como funcionamos en las vidas de los demás, creo, como recordatorios. Tendemos, especialmente durante las temporadas de dolor, a olvidarnos de cuán amoroso y fiel es Dios. Cuando experimentamos el amor y la fidelidad de quienes nos rodean, nos remitimos a la realidad más grande de Dios.
Obviamente, el libro es muy emotivo, pero también es intensamente esperanzador, y no solo porque Joshua ahora no tiene cáncer. ¿Es eso cierto?
Absolutamente. La esperanza, por su propia naturaleza, reconoce que hay algo mal. Si no hubiera, no necesitaríamos tener esperanza. Pero nuestra esperanza no puede ser solo que las cosas vayan a ser diferentes circunstancialmente, porque podrían no serlo. Nuestra esperanza tiene que ser algo mayor.
Sabemos que Dios puede cambiar nuestras circunstancias, pero al final, ponemos nuestra esperanza no en ese cambio, sino en Dios mismo. En su sabiduría, su amor y su provisión.
¿Cuál es el único mensaje clave que esperas que le deje a quien lea el libro?
Eso es difícil de poner en una sola oración. Pero tal vez esto: el dolor puede llevarte a Dios o alejarte de Dios. Cuando corres hacia Dios, Él no promete todas o ninguna de las respuestas a tus preguntas. Pero Él sí se lo promete a Sí mismo.
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