Por: Tim Challies
Un hombre joven comienza su vida matrimonial con su mente llena de imágenes pornográficas y su corazón lleno de las abstracciones y las decepciones de las fantasías pornográficas. Después de haber visto docenas (¿cientos?, ¿miles?) de actos sexuales en un escenario pornográfico, descarga el perverso equipaje de expectativas pornográficas sobre su esposa. El joven marido prácticamente asume que su esposa consumará todo acto sexual imaginable y piensa que ella lo hará con las mismas ganas, entusiasmo y destreza (si son esas las palabras adecuadas) que las mujeres que ha visto en la pantalla.
Seamos claros. La pornografía germina en tu corazón como una semilla y luego busca crecer y abarcar tanto lugar como sea posible. La pornografía tiene el poder singular de dañar el matrimonio porque, en última instancia, es una práctica enfocada en el ego y no en la unión. Consentir a la pornografía es una forma de aislamiento psicológico, una retirada hacia un diminuto mundo de gratificación propia. Es una clase de expresión sexual que hace que tus apetitos crezcan de forma exponencial, aun cuando tu mundo decrece al mismo ritmo.
La pornografía ridiculiza y rechaza la unión íntima y verdadera, la unión más profunda que un hombre y una mujer pueden llegar a conocer. Por lo tanto, una de las cosas más profundamente nocivas que hace la pornografía es reforzar la enseñanza falsa de que la excitación sexual no tiene nada que ver con la unión holística de dos personas. En cambio, vincula la excitación sexual con el aislamiento y con el enfoque en uno mismo, y desvía su propósito de compartir a meramente recibir.
Tú, el hombre a quien Dios ha llamado a amar a su esposa como Cristo ama a la Iglesia, ¡podrías estar mirándola a través de los ojos de un pornógrafo! Entonces, mi principal preocupación por los hombres jóvenes casados de hoy (más aún por sus esposas, o futuras esposas en el caso de los hombres solteros) es que «pornifiquen» la cama matrimonial, trayendo una fétida contaminación a aquello que Dios quiso que fuera puro, y un repugnante egocentrismo a aquello que Dios quiso que fuera altruista.
Sí, cuando te casas puedes encontrar que, al principio, tu relación con tu esposa te satisface sexualmente en todos los sentidos. Pero ten por seguro que el pecado está latente, agachado junto a la puerta, esperando el momento oportuno. Puede tomar semanas o meses, o incluso años. Pero, tarde o temprano, asomará su horrible cabeza una vez más. Puede suceder cuando tu esposa viaje por unos días o cuando te encuentres solo en la habitación de un hotel en otra ciudad. Tal vez tenga lugar después del nacimiento de un bebé, cuando tu esposa no puede tener relaciones sexuales. Pero, en algún punto, es muy probable que el pecado regrese para asediarte y herirte no solo a ti, sino también a tu esposa.
Las tentaciones de la pornografía abarcan nuestras mentes y cuerpos en una batalla que es principalmente espiritual. La batalla incluye un componente físico, pero es mucho más que solo eso. Ser tentado a la masturbación es, probablemente, la expresión física ilegítima más común de esta batalla espiritual. Pero la tentación no terminará solo porque tengas a tu esposa para satisfacer tus deseos sexuales de manera física y legítima. La batalla física no es el problema central. Es una expresión externa de que tan bien has estado peleando la batalla interna y espiritual. Como en todos los asuntos del crecimiento espiritual, necesitas reemplazar las mentiras con la verdad y las prácticas profanas con las santas.
Un fragmento del libro Por lo demás, en esto pensad: Limpia tu mente (B&H Español)
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