Por : Steven J.Lawson
O supongamos que un rey está a punto de ir a la guerra contra otro rey. ¿Acaso no se sienta primero a calcular si con diez mil hombres puede enfrentarse al que viene contra él con veinte mil? Si no puede, enviará una delegación mientras el otro está todavía lejos, para pedir condiciones de paz. (Luc. 14:31‐32)
Seguir a Jesucristo exige la entrega incondicional de tu vida. Si vas a ser Su discípulo, debes someterte a Su autoridad suprema. Debes reconocer Su derecho a gobernar sobre ti y cederle todo a Él. Debes renunciar a todos los derechos personales. Este sometimiento es necesario, no es negociable.
En la multitud de aquel día, había quienes no conocían el alto costo de seguir a Cristo. Se dejaron llevar por el bullicio del momento. No tenían ni idea de las exigencias de Cristo o de la peligrosa condición en la que se encontraban. Sin saberlo, estaban en guerra con Aquel a quien seguían.Y lo que es más grave, no sabían que Él estaba en guerra con ellos.
En esta segunda parábola, Jesús abordó esta cruda realidad. Ilustró las serias consecuencias de no seguirlo en Sus términos con la siguiente historia. Esta parábola trata de un conflicto militar entre dos reyes adversarios. Cada monarca tiene a su ejército en marcha. Estos dos gobernantes están en guerra. Pero el enfrentamiento es tremendamente disparejo. El rey que se aproxima conduce a este conflicto a soldados muy superiores. Su fuerza militar dominante provocará la derrota segura del rey inferior. Este gobernante, que tiene menos hombres que su rival, debe rendirse ante el rey que se aproxima antes de que sea demasiado tarde. Al estudiar esta parábola, la aplicación para nuestras vidas será evidente.
Cuando dos reyes se enfrentan
Jesús comenzó por situar el escenario: «O supongamos que un rey está a punto de ir a la guerra contra otro rey» (v. 31). Aquí, Él habló de estos dos reyes que están en guerra entre sí. Cada monarca reinaba sobre su propio reino. Estos dos soberanos entraban en batalla el uno contra el otro, al frente de sus respectivas fuerzas. Había una amarga oposición entre ellos, y una lucha que se había intensificado hasta llegar a un punto de ruptura. Se trataba de dos potencias en intenso conflicto, que involucraba a cada uno de sus reinos. Esta rivalidad era tan intensa que pronto se produciría una batalla inevitable.
En este acalorado enfrentamiento, solo un rey saldrá victorioso. No se trata de dos poderes iguales. Un gobernante es muy superior al otro. El soberano más fuerte obtendrá fácilmente el dominio sobre su enemigo más débil. A su vez, obtendrá el botín de la victoria. El rey inferior lo perderá todo y se convertirá en el esclavo del otro. El que sufra la derrota perderá incluso la vida. Es una batalla en la que el ganador se lo lleva todo.
El cálculo necesario
En esta parábola, Jesús explica además que cuando el rey inferior se da cuenta de que no tiene ninguna posibilidad de victoria contra el monarca superior, debe sentarse «primero a calcular si con diez mil hombres puede enfrentarse al que viene contra él con veinte mil» (v. 31). Este rey en peligro debe considerar lo que significará para él entrar en batalla con el rey dominante. Debe calcular si sus fuerzas pueden resistir un ataque así. Debe sopesar sus posibilidades frente a estas fuerzas que avanzan. El gobernante con escasos recursos militares debe determinar si es lo suficientemente fuerte para resistir el asalto de este rey superior.
La única conclusión racional es esta: no hay manera de que el rey en inferioridad numérica pueda prevalecer contra la amenaza que supone el monarca más fuerte. Si entra en este conflicto, seguramente será derrotado y destruido. No hay posibilidad de que el gobernante superado en número pueda hacer frente a la despiadada agresión del gobernante que posee una fuerza militar superior. El rey que está a punto de ser derrotado debe entrar en razón y darse cuenta sobriamente de que se encuentra en una gran desventaja. Debe actuar inmediatamente antes de que sea demasiado tarde.
El rey inferior
Para entender correctamente esta parábola es necesario identificar estos dos poderes. Mientras Jesús contaba esta historia a la inmensa multitud, los dos monarcas que se enfrentaban estaban allí ese día. El rey inferior representaba a cada uno de los seguidores inconstantes de la multitud ese día. Según esta analogía, cada persona —como un rey— tiene la responsabilidad de presidir los asuntos de su reino. Un gobernante entronizado reina sobre los asuntos de su dominio. Un gobernante debe pensar cuidadosamente en los asuntos que enfrenta. Sus decisiones afectarán al futuro de su reino.
Lo mismo ocurría con cada persona no comprometida de la multitud. Estos seguidores superficiales eran como un rey que gobernaba un reino. En este caso, presidían los asuntos de sus propias vidas. La cuestión de seguir a Cristo requería su cuidadosa deliberación, como un gobernante cuando se le presenta una crisis.
Lo que decidan con respecto a Jesús no solo afectará sus condiciones actuales, sino que, en última instancia, determinará su destino eterno. Ninguna decisión se comparará con la importancia de esta.
El rey que se acerca
En esta parábola, el otro rey es el que relata esta historia. Este monarca que se acerca es el propio Jesucristo, que posee un poder infinitamente superior. Él es el Todopoderoso, el Rey de reyes y Señor de señores (Apoc. 19:16). Él posee y ejerce una soberanía absoluta sobre toda persona viva. Su autoridad no tiene rival. Ningún enemigo puede resistir sus avances. Él afirma: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra» (Mat. 28:18). La autoridad incomparable solo le pertenece a Él.
Sobre este Rey, la Biblia declara: «Y se le dio autoridad, poder y majestad. ¡Todos los pueblos, naciones y lenguas lo adoraron! ¡Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino jamás será destruido!» (Dan. 7:14). Pablo sostuvo que Dios Padre «lo resucitó [a Cristo] de entre los muertos y lo sentó a Su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no solo en este mundo, sino también en el venidero.
Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia» (Ef. 1:20‐22). Esta afirmación anuncia la soberanía ilimitada de Jesucristo sobre todo el universo. Esto incluye a todas las personas de la tierra.
Toda vida humana está sometida a la omnipotencia de Jesucristo. Cada persona está subordinada a Sus decisiones. Pablo escribió: «Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil. 2:9‐11). Esta afirmación revela la posición exaltada de Jesús sobre todo el cielo y la tierra.
El conflicto de los siglos
Esta parábola enseña la guerra hostil que existe entre el hombre pecador y el Dios santo. No están en paz el uno con el otro, sino que están en un acalorado conflicto. El rey inferior está en guerra con el Rey superior. Esto representa la enemistad espiritual que toda persona inconversa tiene con Jesucristo. Los que estaban en la multitud ese día no se daban cuenta del estado de guerra en el que se encontraban. Pero es su incredulidad la que los puso en esta guerra espiritual contra Dios. No estaban en condiciones de tener paz con Él, sino que se encontraban en estado de guerra.
El resto de la Biblia confirma esta verdad.Todo incrédulo se encuentra en rebelión cósmica contra el Rey del cielo. Jesús dijo: «El que no está de mi parte está contra mí» (Mat. 12:30). Pablo afirmó que todos los incrédulos son «enemigos» de Dios (Rom. 5:10). Además, están «alejados de Dios y [son] sus enemigos» (Col. 1:21). Esta es la condición espiritual de la raza humana ante el Dios todopoderoso.
El Cristo beligerante
Esta parábola, sin embargo, ilustra algo aún más importante. Representa a Jesucristo en guerra con los pecadores que se niegan a arrepentirse y rendirse a Él. Al hablar de «la ira venidera», Juan el Bautista advirtió que el juicio era inminente: «El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Mat. 3:10). Jesucristo mismo será el Ejecutor de esta ira divina contra todos los incrédulos.
Jesús es el que «dicta sentencia y hace la guerra» (Apoc. 19:11). La Escritura añade: «Lo siguen los ejércitos del cielo, montados en caballos blancos y vestidos de lino fino, blanco y limpio. De su boca sale una espada afilada, con la que herirá a las naciones. “Las gobernará con puño de hierro”. Él mismo exprime uvas en el lagar del furor del castigo que viene de Dios Todopoderoso» (Apoc. 19:14‐15).
La aplicación es inequívoca. Jesús hizo esta advertencia a los de la multitud. No estaban en un estado neutral con Él. No hay un estado neutral con Cristo. O estás de Su lado o estás en guerra con Él. Sin embargo, Él ofrece la paz a través de Sus términos a todos Sus enemigos, pero debes aceptarlos en su totalidad. Él nos extendió la gracia en esta invitación, pero debemos responder con nuestra rendición porque Él se acerca en el juicio final. Esta es una dura verdad, pero verdad al fin y al cabo.
Términos de paz
Al concluir esta parábola, Jesús explicó la misericordia que ofrecía a la multitud. La misericordia se encontraba en la forma en que este rey superior ofrecía condiciones de paz: «Enviará una delegación mientras el otro está todavía lejos, para pedir condiciones de paz» (v. 32). El rey invasor, con fuerzas muy superiores, ofrece condiciones de reconciliación. La única decisión racional que podría tomar el rey inferior sería la de rendirse. Si el rey inferior no acepta esta tregua, perderá la batalla. Cualquier gobernante en su sano juicio entraría en razón y aceptaría la oferta de paz. Este rey inferior no puede sostener el conflicto con este rey superior. Este rey más fuerte se acerca, pero ofrece terminar la guerra con su oferta de paz.
En esta parábola, los términos de la paz se encuentran en la cruz del Señor Jesucristo. Solo Cristo hace la paz entre Dios y los hombres. La Biblia enseña: «Ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1). Esta paz se encuentra exclusivamente en Jesucristo; Él es «nuestra paz» (Ef. 2:14). Pablo afirma que, en Su primera venida, Jesús «vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca» (Ef. 2:17). Mediante Su muerte sustitutiva, Jesús hizo «la paz mediante la sangre que derramó en la cruz» (Col. 1:20). Esta es la oferta gratuita del «evangelio de la paz» (Ef. 6:15) a los que están bajo la ira divina. La buena noticia es que Dios, en Cristo, perdonará las ofensas de Sus enemigos, por inmensos que sean los pecados.
Rendición incondicional
Jesucristo te extiende Sus términos de paz. Él pondrá fin a la guerra entre tú y Él. Esta es la promesa de la reconciliación total. Ninguna persona que piense correctamente querrá entrar en conflicto con Jesucristo en el día final. Debes responder a Su invitación que requiere tu entrega total. No puedes hacer tu propio trato con Él, porque no negociará. La invitación es a aceptar Sus términos de paz.
Jesús está pidiendo tu respuesta. Acepta Su oferta antes de que sea demasiado tarde. Entrégale incondicionalmente tu vida.
Steven J.Lawson Se desempeña como presidente y fundador de OnePassion Ministries, y ha dedicado su vida a ayudar a los expositores bíblicos a lograr una nueva reforma en la iglesia. Además, el Dr. Lawson alberga el Instituto de Predicación Expositiva en ciudades de todo el mundo. El Dr. Lawson también es miembro docente de Ligonier Ministries, donde es miembro de su junta.
Extraído del libro Te costará todo.
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