Por : Alejandro Urrea
A veces me pregunto si perseveraré con los santos. Si podré ser aquel que entra por Sus puertas y adorarlo, darle gracias bendiciendo Su nombre todos los años que me quedan en esta vida. Si es por mis méritos, no creo que llegue a esa meta.
Sin embargo, mientras más me adentro en las verdades eternas de la Palabra, más seguro me siento de estas cosas: que Dios es bueno, que hay gracia para el pecador y que mi Dios ha sido y será ! el a pesar de que yo no lo sea.
Hay días que me siento como náufrago gritándole a la tormenta: «¡Aquí estoy!». Y otras temporadas siento que ya construí una casa en la isla remota, donde estoy seguro. Así se siente la vida adulta y esa inestabilidad hace una gran herida y huella en nuestro corazón. No fuimos creados con las cosas que terminan, sino que estamos hechos de eternidad. Por esta razón el corazón de los niños se duele cuando hay cambios. La inocencia de un niño cree que existe el «para siempre». El amor de los papás era para siempre hasta que la palabra divorcio lo mató. La escuela parecía ser para siempre hasta que llegamos al último año de educación y de un día a otro se terminó. Entonces, La parte del salmo que resuena en mi cabeza desde niño es «para siempre es su misericordia».
Pero la vida me ha hecho creer que Su misericordia es solo si me porto bien, si soy un «buen» cristiano. Dios es bueno hasta que me pasa un infortunio y entonces pienso que solo hace cosas buenas cuando me quiere.
Dios es fiel pero solo para los que van siempre a la iglesia, no para mí. Hace poco, cantamos durante el servicio dominical una canción que conozco desde los 5 años. Son cuarenta años de cantarla. El que yo la haya cantado durante tantos años no es por mi fidelidad, bondad y gracia. Es testimonio de que, aunque yo soy variable, inconstante y pecador, el Señor, mi Dios ha sido bueno, misericordioso y fiel.
Este salmo es un faro para los náufragos como yo; me ubica, me estabiliza, me guía hacia aquel que me amó primero. Todo lo que me dicen estos versos es eterno. Su obra me ha hecho entrar por sus puertas, no mis méritos, sino la obra de Cristo. Nuestra gratitud será por la eternidad. Mi adoración y alabanza será para siempre. Su nombre bendeciremos a través de las edades, por las generaciones. Su nombre es y será.
El mismo texto revela mi incapacidad de ser lo que Dios es, pero al mismo tiempo me toma y me abraza mostrándome la gracia que a través de la cruz amplifica mi necesidad por Él. Él es bueno, a pesar de mis faltas, pero Su bondad me hace amar el camino de santificación aún más. Ya no hago las cosas para ser
bueno, camino en santidad porque Él es bueno. Mi vida tiene dirección y no depende del viento. Su misericordia es para siempre y yo la necesito cada día. Esta frase es una declaratoria de libertad diaria para el que era esclavo. ¡La libertad es para siempre! Y luego termina con la fidelidad de Dios. Esa palabra es irresistible a nuestro corazón de niños que ha perdido la fe en el «para siempre». Su amor por mí, a través de Cristo, no cambia y es para siempre. Nuestra fe está basada en esta eternidad, y por eso la seguridad de perseverar no es mía, sino está en Él. Hermanos, la conclusión de esta vida debería apuntar a aquel que la dio, y no a lo pasajero y cambiante, con! ando que veremos cara a cara al Señor bueno, cuya misericordia es para siempre.
Extraído del libro Un año en los Salmos.
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