Por : Barceló, Aldo
«Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias»
Un muchachito aprovechó sus vacaciones para ir a visitar a su abuela que vivía en el campo. Recibió de regalo una honda y, para probar su eficacia apuntó a uno de los patos de su abuela. En el acto, el pato cayó muerto. Se asustó tanto que lo tomó y lo escondió entre unas maderas, pero al darse vuelta encontró que su hermana estaba detrás de él y lo había visto todo. Ella comenzó a sacar provecho de la situación, consiguiendo que el muchacho hiciera cada una de las tareas que le asignaban a ella a costa de su silencio, lo cual se repitió durante un par de semanas. Un día el muchacho ya no soportó más y llorando le confesó a su abuela lo que había hecho, manifestándole su gran arrepentimiento. Fue grande su sorpresa cuando la abuela le dijo que ya lo sabía y que lo había perdonado, ella lo había visto desde la ventana de su cocina y solo estaba esperando que él se lo confesara.
Podemos imaginar el alivio que sintió el muchacho gracias al perdón de su querida abuela y al poder liberarse de la carga que lo esclavizaba para que su hermana guardara silencio. Así debemos sentirnos ante el perdón de Dios, que no se limita a algún tipo de pecado sino a todos los que nos provocan grandes dolencias, no necesariamente físicas, sino del alma, que son las más graves. Dios solo espera que las confesemos y nos arrepintamos.
Señor, gracias por perdonar todos nuestros pecados; enséñanos a confesarlos ¡Amén!
Extraído del libro Un año en los Salmos.
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