Por : Emanuel Elizondo
«… ¡Dichosos los que en él buscan refugio!»
Cuando mi hijo pequeño tuvo un resfriado, me sentí completamente impotente.
Él mismo no parecía entender lo que le sucedía a su cuerpo: el dolor, la fiebre, la tos. Todos nosotros hemos tenido algún resfriado alguna vez. Me sorprende pensar que un virus microscópico, algo que no podemos ver con nuestros propios ojos, nos debilite de tal modo que terminemos en la cama sin nada que hacer.
En estos tiempos nos hemos dado cuenta de que algo pequeño, como un virus, puede doblegar no solamente a una persona, sino a naciones enteras. Cuando sucede algo así, cuando incluso las instituciones más poderosas se ven rebasadas por algo tan pequeño, pudiera ser inevitable pensar: ¿Quién está a cargo? ¿Será que el gobierno está a cargo? Parece que no. ¿Quizás la medicina y la ciencia
son la respuesta? Tampoco. ¿Nosotros mismos? Mucho menos.
El Salmo 2 señala claramente quién es el que está a cargo: Dios. Este salmo mesiánico (es decir, que predice y apunta hacia el Mesías, Jesucristo) proclama que ninguna de las naciones poderosas puede salirse del señorío del Cristo, el Mesías de Dios (vv. 1-3).
Aunque las naciones piensen que pueden salirse del reinado y soberanía de Jesucristo, eso es absolutamente imposible. Dios está en Su trono y nada lo puede sacar de allí.
Es ese Dios, sentado en el trono, quien ha decretado a Jesucristo como Su Hijo eterno (v. 7), como el heredero del mundo, el único que puede regir a las naciones con juicio y justicia (vv. 8-9).
Así que cuando tu vida parece salirse de control, hay alguien que siempre estará en absoluto y completo control. El mismo Dios que estableció a Su Hijo Jesús como el rey del mundo, es el mismo que gobierna sobre las naciones.
Y también sobre tu situación.
Puede ser que en tiempos así tu alma se vea invadida por la duda. Estamos acostumbrados a tener las cosas bajo control. O por lo menos, eso intentamos. Y cuando repentinamente algo sucede, y esas cosas con las que hacíamos malabares con aparente destreza caen al suelo y se estrellan en pedazos, recordamos algo que deberíamos saber, pero frecuentemente olvidamos: no estamos en control. No somos los reyes de nuestro propio imperio.
Cuando Dios nos lleva hasta allí, debemos levantar nuestra mirada al cielo, al lugar en donde nuestra mirada debería siempre estar, y poner nuestra confianza en Dios.
Tú puedes con! ar en ese Dios. De hecho, el salmo termina diciendo: «… ¡Dichosos los que en él buscan refugio!» (v. 12). Así que el salmista proclama una bienaventuranza sobre aquellos que depositan su confianza en el Dios verdadero.
Quiero animarte a que, por la gracia, obedezcas a la voz de Dios que te anima:
«Confía en mí».
Emanuel Elizondo es editor en jefe de Biblias Holman. Enseña teología en la UCLA y predica en la iglesia Vida Nueva en Monterrey, México, donde vive con su esposa Milka. Tiene un doctorado en predicación expositiva en The Master's Seminary.
Extraído del libro Un año en los Salmos.
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