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Familia

La Palabra orada

November 30, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Samuel E. Masters

Cuánto me cuesta orar. No encuentro tiempo. Cuando estoy orando mi mente se dispersa, me distraigo y paso minutos pensando en cualquier cosa. A veces me ayuda caminar y orar. He pasado lindos momentos caminando y desahogándome con el Señor. Pero no es un método infalible. En otras ocasiones camino y de repente me doy cuenta de que perdí la concentración observando la construcción de algún edificio o siguiendo un perro que anda suelto en la calle. Muchas veces me he dado cuenta de que mi mente está enfocada en todas las cosas que me preocupan, pero no las estoy llevando al Señor. Hay otros días que me siento completamente trabado por la gran cantidad de preocupaciones y la sensación de no poder orar sin que mi mente salte sin orden de una cosa a otra. A veces intento orar, pero tengo una sensación de desconexión — como cuando perdemos la conexión a Internet—. Siento que mis pobres plegarias rebotan en el techo y caen al piso por su propio peso.

La oración es un privilegio de valor inconmensurable. Por la gracia de Jesús tenemos el derecho a entrar directamente al trono de Dios para hacerle saber nuestras necesidades y ofrecerle nuestra adoración. El autor de Hebreos nos insta a acercarnos «con- fiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (Heb. 4:16). Pablo nos anima: «No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias» (Fil. 4:6). Sin embargo, tomamos la oración como un deber y una carga. Sin duda, es un deber, pero no debe ser una carga.

En la oración completamos el circuito de comunicación con nuestro Dios. Él nos habla mediante Su Palabra y nosotros respondemos por la oración. ¿Podría haber un privilegio más grande? El problema, por supuesto, está en nosotros. Todavía huimos instintiva- mente de la luz —nos escondemos del intenso brillo de la santidad de Dios—. En este largo proceso de la santificación, todavía no nos hemos adaptado del todo a los atrios del cielo.

John Owen escribió que «somos adversos al trato y la comunicación con Dios». Esto es porque «en nosotros secretamente hay una enajenación que obra en contra de nuestros deberes y la comunión inmediata con Él». Todavía la presencia divina produce en nosotros una reacción alérgica. Como nuestros padres, Adán y Eva, cuando escuchamos la voz del Señor en el huerto, nuestra tendencia es escondernos entre los árboles.

El gran secreto de la oración

Debido a mi frustración con la oración empecé a buscar soluciones. La idea que tuve fue aplicar técnicas de productividad a mi vida de oración. Les adelanto que este nos es el gran secreto de la oración, aunque no es tan mala idea como parece.

Entonces, ¿cuál es el secreto? En breve, el secreto es el Espíritu Santo. El puritano David Clarkson (1622-1686), amigo y asistente de John Owen, destapó este secreto al escribir:

Es la función del Espíritu Santo interceder por nosotros. Él ora en nosotros, es decir, Él forma nuestras oraciones. Él escribe peticiones en nuestros corazones, nosotros las ofrecemos; Él las compone, nosotros las expresamos. Aquella oración que confiamos será aceptada es la obra del Espíritu Santo; es Su voz, movimiento, operación y, por tanto, Su oración.

Uno de los pasajes más citados por los puritanos en relación con la oración es el siguiente:

Así mismo, en nuestra debilidad, el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes con- forme a la voluntad de Dios (Rom. 8:26-27).

Otro pasaje clave para los puritanos fue Zacarías 12:10:

Sobre la casa real de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de súplica, y entonces pondrán sus ojos en mí. Harán lamentación por el que traspasaron, como quien hace lamentación por su hijo único; llorarán amarga- mente, como quien llora por su primogénito.

Con referencia a este pasaje, John Bunyan escribió: «Cuando el Espíritu entra al corazón, surge la oración genuina, antes, nunca».

En realidad, la oración depende de nuestra interacción con el Dios trinitario. Cristo también facilita nuestras oraciones. Como gran Mediador intercede por nosotros (Rom. 8:34; Juan 17). John Owen escribió: «En la oración, es la obra el Espíritu Santo mantener fija la atención de los creyentes en Jesucristo como único medio de ser aceptados por Dios». Thomas Manton (1620-1677) estaba de acuerdo cuando dijo: «No podemos acercarnos al bendecido Padre al menos

que sea por el bendecido Hijo, y no podemos acceder al Hijo, sino por el bendecido Espíritu Santo».

Aunque en la oración dependemos de la obra del Espíritu Santo, la intercesión del Hijo y la gracia de Dios el Padre no es una relación de absoluta pasividad. Parecido al proceso de la santificación, Dios nos ayuda, pero nosotros somos responsables de orar. William Gurnall explica que el Espíritu «no respira en nosotros como por una trompeta, un instrumento pasivo». Todo lo contrario, en la oración existe «una concurrencia entre el Espíritu de Dios y el alma o espíritu del cristiano». Siguiendo las mismas líneas, Thomas Manton escribió:

No debemos demorar nuestro deber de orar hasta sentir el movimiento del Espíritu, sino que debemos utilizar aquellas capacidades que poseemos como criaturas capaces de razonar, y en la medida que cumplimos con nuestro deber esperamos y clamamos por las necesarias influencias del Espíritu del Señor.

La oración modelo

Las mejores oraciones se expresan en un lenguaje sencillo. Tanto en público como en privado; no ganamos nada cuando insistimos en decorar nuestras oraciones con adornos verbales. La oración no es una plataforma para demostrar nuestro manejo poético del idioma o la profundidad de nuestros conocimientos teológicos. Las oraciones de nuevos creyentes muchas veces son de las mejores, ya que todavía no aprendieron a adornar sus palabras y no se apoyan en las tantas muletillas piadosas que aprendemos con el tiempo.

Jesús nos advierte en contra de orar en público para ser vistos por los hombres (Mat. 6:5). También nos exhorta a evitar un estilo propio de las oraciones paganas: «Y al orar, no hablen solo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras» (Mat. 6:7). He mencionado que la espiritualidad es la expresión práctica de nuestra teología. Si pensamos que Dios solo nos escucha si pedimos algo mil veces, ¿qué dice esto de nuestra teología?

Anteriormente mencioné que en la provincia de Córdoba hay una montaña que se llama el Uritorco, lugar muy frecuentado por los adeptos de la nueva espiritualidad. Cuando subí a la cima hace varios años encontré algo que me hizo recordar los documentales que había visto sobre el monte Everest. En la cima habían dejado varias cuerdas de las que colgaban pequeñas banderillas que ondeaban en el viento. En el Tíbet se entiende que estas banderas, con cada movimiento, elevan una oración (¿a Dios, al universo?). De forma parecida, en los templos budistas se encuentran filas de ruedas de plegaria, cilindros de bronce que los que pasan hacen girar con la mano. La idea es la misma. En las banderillas y las ruedas encontramos una ingeniosa respuesta de la tecnología primitiva frente al tedio de la oración pagana. En la India existen modelos que giran impulsados solo por el calor de una vela.

La enseñanza de Jesús indica que estas oraciones no son escuchadas. Nos dio, en cambio, un modelo de oración efectivo:

Ustedes deben orar así: «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno» (Mat. 6:9-13).

En esta oración modelo observamos seis peticiones o declaraciones básicas:

1. Como quien entra a la presencia del rey, reconocemos Su identidad suprema y santa. A la vez, nos dirigimos a Él como Padre. El Rey soberano del universo quiere ser conocido y tratado como nuestro Padre. Nos puede intimidar Su grandeza, pero con ternura paternal extiende Su mano y nos invita a pasar.

2. Pedimos por el avance de Su reino, tanto en los términos más amplios como en los asuntos más pequeños. En última instancia, anhelamos que el dominio de Su reino avance en nuestros propios corazones.

3. Pedimos lo que nos hace falta: comida, trabajo, etc. Él se deleita en proveer lo que necesitamos. Pidamos sin timidez. Él nos ama.

4. Confesamos nuestros pecados y buscamos que todo esté bien entre Él y nosotros, igual que entre nosotros y nuestro prójimo.

5. Pedimos Su ayuda para librar la guerra por la santidad.

6. Lo glorificamos como Dios, es decir, lo adoramos en espíritu y verdad.

¿Te percataste de que es muy sencillo? No sé si en realidad era necesario hacer la lista anterior. La oración en sí ya es más que clara. Obviamente, esta no es una oración que debamos repetir de memoria mil veces con un amuleto en la mano. Esto haría del Padre Nuestro una oración pagana.

El Padre Nuestro no es la única oración que encontramos en las páginas de la Biblia. Encontramos también otras oraciones de Jesús, de Pablo, de los profetas y muchos otros personajes bíblicos. Todas nos pueden servir como ejemplos. En los Salmos encontramos 150 oraciones que abarcan todas las situaciones y emociones posibles en la vida. Hay salmos de confesión de pecados, salmos que expresan el temor o el enojo con Dios cuando no entendemos. Salmos de júbilo y de alabanza. La simple práctica de leer un salmo y luego repetirlo como oración propia puede enriquecer enormemente nuestras vidas. Cuidado, no estoy diciendo que sea suficiente leer una oración de las páginas de la Biblia o verbalizar una propia. Debemos orar con fe. El Señor señala con absoluta claridad: «Sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan» (Heb. 11:6). No hace falta una enorme cantidad de fe. Un poquito, el tamaño de una semi- lla de mostaza, es más que suficiente (Mat. 17:20). Tampoco tiene que ser de la mejor calidad. Recordemos el ejemplo del hombre que le dijo a Jesús: «¡Sí creo! ¡Ayúdame en mi poca fe!» (Mar. 9:24). Este hombre entendió algo clave: la misma fe es un regalo de Dios, y como toda cosa buena, se la podemos pedir al Señor. Nuestra fe puede ser poca y de pobre calidad, sin embargo, el Padre nos escucha y nos contesta. Con el paso del tiempo se van acumulando las respuestas y esto fortalece nuestra fe.

Nunca me consideré un modelo de fe u oración, pero en esta etapa puedo decir simplemente que Dios me contesta. Esto no quiere decir que sea un testamento a la calidad de mi fe, sino a la fidelidad de Dios demostrada miles de veces. He aprendido a regocijarme cuando Su respuesta es «no», porque me he dado cuenta de que hasta Sus «no» envuelven infinitamente más bendición que mis desafiantes «¡pero, si!» o mis lamentables «¿por qué no?».

La oración como medio de gracia y disciplina espiritual

Hemos visto que no hubo consenso entre las iglesias históricas de la Reforma en cuanto al número exacto de medios de gracia. Para algunos, los medios de gracia eran dos: la predicación de la Palabra y la administración de las ordenanzas. Para otros los medios de gracia incluían la oración y para otros más incluían la disciplina bíblica en la iglesia. Realmente, esto no debe ser muy relevante. Todos entendemos en términos generales que la oración es un medio de gracia. Dios nos bendice con la oración. A la vez, como acabamos de ver, la oración es también nuestra responsabilidad y, por lo tanto, una disciplina espiritual para cada uno de nosotros.

La oración en la vida de la Iglesia

El apóstol Pablo, escribiéndole a Timoteo, insistió en la importancia de las oraciones públicas: «Así que recomiendo, ante todo, que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernantes y por todas las autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa y digna» (1 Tim. 2:1-2). Los ancianos de nuestra iglesia nos hemos propuesto incrementar la importancia que se le da a la oración en la vida de nuestra iglesia.

Dicen que las iglesias muchas veces se parecen a sus pastores. Esto es lamentable en parte. Les he confesado mis deficiencias en la oración. Mi tendencia siempre ha sido ser muy activista —más Marta que María—. Suelo actuar primero y orar después. No sé cuán- tas veces hemos comenzado una reunión de ancianos y luego de conversar de una cosa y otra, nos damos cuenta de que ya estamos hablando de cosas de gran importancia y todavía no hemos tomado el tiempo de buscar el rostro del Señor. Con el paso del tiempo he ido aprendiendo la lección que ofrece el ejemplo de David, quien aun cuando su familia había sido llevada cautiva, buscó primero al Señor en oración antes de ir a dar batalla (1 Sam. 30:8).

Los ancianos hemos tomado medidas para mejorar nuestra vida de oración. Además, en los últimos años hemos dado más lugar a la oración en nuestras reuniones. También nos hemos esforzado por hacer que nuestros grupos pequeños funcionen como productores de oración. Sin embargo, siento que todavía nos falta. Como ya he mencionado, me consuela el hecho de que, aunque nuestras oraciones sean muy pobres, el Señor igual, por Su gracia, nos contesta:

Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.

Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes con- forme a la voluntad de Dios (Rom. 8:26-27).

La oración en el hogar

Los padres somos responsables de enseñarles a nuestros hijos a orar. Seguramente hay buenas técnicas pedagógicas que podemos usar en este proceso. Sin embargo, como hemos visto, la oración en sí no es un asunto muy complicado. Nuestras deficiencias en la oración no vienen por una falta de técnica, sino que son producto de la resistencia de nuestros corazones. Nuestros hijos, siendo nuestros descendientes, y descendientes de Adán, tendrán las mismas luchas. Lo más importante que podemos hacer es ofrecerles un modelo de oración sencillo, sincero, constante y lleno de fe. Lo que más va a marcar sus vidas será nuestro ejemplo.

Recuerdo una experiencia que marcó mi vida de oración por el año 1978 o 1979. Mi familia se había mudado de Buenos Aires a Córdoba con el fin de empezar una nueva obra. Fueron años difíciles. El Gobierno de facto libraba una guerra en contra de la insurgencia marxista. En esa época desaparecieron miles de personas, muchas de ellas sin ninguna conexión con el conflicto. En el país se sentía una opresión pesada y lúgubre.

Mi padre insistió en plantar una iglesia a pesar de las circunstancias. Hace poco me invitaron a predicar en el 40 aniversario de esa iglesia. A la distancia quizás cueste entender lo difícil que fue comenzarla. Domingo tras domingo, mis padres y mis tres hermanos nos reuníamos en el pórtico de nuestra casa donde colocábamos unas veinte sillas. Aunque repartimos muchas invitaciones por la zona y domingo tras domingo abríamos las puertas, no llegaba nadie. Cuando relato esta historia, siempre digo, a modo de broma, que nos alegrábamos cuando entraba algún perro del barrio porque mejoraba el promedio de asistencia. Esta situación duró más de dos años. No tengo dudas de que muchos hombres de menos fe que mi padre hubieran tirado la toalla al poco tiempo debido a los resultados tan pobres.

Recuerdo que una noche me levanté a las dos de la mañana. Tenía hambre, así que me dirigí a la cocina. Miré por la ventana y vi una luz encendida en el estudio de mi padre. Salí al patio y cuando me asomé por la ventana no veía a mi padre. Al mirar de nuevo lo vi detrás de su escritorio, arrodillado frente a su sillón con la cabeza agachada en oración y la Biblia abierta frente a él.

La mejor forma de enseñar a orar a nuestros hijos es ser un buen ejemplo.

La oración privada

En cuanto a cómo orar en privado, quizás no hay mucho más que decir. Nos hace falta desarrollar una rutina sagrada. Como los monjes benedictinos, debemos buscar ordenar nuestras vidas basándonos en la prioridad de las disciplinas de la lectura de la Palabra y la oración. En vez de intentar meter nuestras oraciones en los pocos momentos libres que tenemos en nuestra agitada agenda, conviene tirar abajo la estructura de nuestra vida y reconstruirla con la Biblia como cimiento y la oración como columnas y vigas que sostienen la estructura. Con esto no queremos decir que sea necesario orar nueve veces por día, pero nuestra vida espiritual cambiará cuando la oración tenga prioridad en nuestra vida diaria.

He escuchado decir muchas veces que, si queremos darle prioridad a la Palabra y a la oración, debemos levantarnos una hora más temprano. Por muchos años no le di mucha importancia a este consejo. Mientras tanto, seguía luchando por encontrar el tiempo y el espacio necesario durante el día. Por fin, mi esposa y yo comenzamos a despertarnos una hora más temprano. La cultura argentina incluye mantenerse despierto hasta largas horas de la noche. Los restauran- tes no abren hasta las 8:00 de la noche y la gente en realidad recién empieza a llegar después de las 9:00. Yo disfrutaba ese estilo de vida, aunque con los años me cuesta más. Sin embargo, nos dimos cuenta de que, al menos que hubiera un compromiso importante, teníamos que empezar a irnos a dormir más temprano. Es decir, cambiamos nuestro ritmo diario por completo para acomodar la prioridad de la oración. No lo hemos lamentado. Esa primera hora de la mañana con un café en la mano, la Biblia en las rodillas y las oraciones en nuestras bocas es el momento que más nos gusta del día.

La oración mueve mundos

Arquímedes dijo: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». Hablaba del principio de la física que permite multiplicar la fuerza mediante el uso de una palanca. Entiendo la idea, pero confieso que me pregunto, ¿cuánto tendría que medir esa palanca? Dudo que Arquímedes tenga suficiente fuerza para levantarla. ¿Quizás con una palanca adicional?

La oración, en cambio, sí mueve mundos. Con la fe del tamaño de una semilla de mostaza podemos mover montañas (Mat. 17:20). Todo lo que pedimos en el nombre del Señor, será hecho para que el Padre sea glorificado en el Hijo (Juan 14:13). Esto significa que todo lo que se alinea con Su gran plan de redención y restauración recibe una respuesta positiva del Señor.

Lo siento, quizás no esté en los planes del Señor que tengas una Ferrari. Por lo menos, hasta el momento, a mí el Señor me ha dicho que no. Pero creo que cuando venga en Su reino lo que recibiremos hará parecer al Ferrari como poca cosa. Nos espera un mundo transformado. El proceso que produce esa transformación, el plan de redención, ya se activó. Nosotros ahora participamos en el plan de Dios para restaurar Su creación.

Hay un tema que surge una y otra vez en la enseñanza bíblica sobre la oración; me refiero al avance del evangelio en el mundo. Si mientras oramos nunca levantamos los ojos más allá de nuestras propias necesidades y miramos con atención el plan de Dios para restaurar Su creación, habremos convertido la oración bíblica en un ejercicio típico de la espiritualidad autodirigida practicada por el individuo que se considera soberano.

El Señor Jesús preguntó: «¿No dicen ustedes: “Todavía faltan cuatro meses para la cosecha”? Yo les digo: ¡Abran los ojos y miren los campos sembrados! Ya la cosecha está madura» (Juan 4:35). Pablo pide: «Por último, hermanos, oren por nosotros para que el mensaje del Señor se difunda rápidamente y se le reciba con honor, tal como sucedió entre ustedes» (2 Tes. 3:1).

William Carey escribió en cuanto a la oración en las misiones:

Uno de los primeros deberes y, de hecho, el más importante que nos incumbe a nosotros, es la oración ferviente y unida. Por más que la influencia del Espíritu Santo sea menospreciada por muchos, se descubrirá al hacer la prueba, que, sin ella, todos los medios que podamos utilizar serán inefectivos. Si se levantare un templo en honor a Dios en el mundo pagano, no será con ejércitos, ni con fuerza, ni por la autoridad del magistrado o la elocuencia del orador; «sino con mi Espíritu», ha dicho Jehová de los ejércitos. Por lo tanto, debemos suplicar fervientemente Su bendición sobre la obra que Él nos ha dado para hacer.

La oración mueve montañas y cambia mundos. Nos puede cambiar a nosotros, a nuestras familias y a nuestras iglesias. En la oración, bajo la influencia del Espíritu Santo, nuestros corazones se empiezan a alinear con el corazón de Dios.

Obtenido del libro “En espíritu y en verdad”

Samuel Masters Es el pastor fundador de la Iglesia Bíblica Bautista Crecer (En Córdoba, Argentina), presidente de The Crecer Foundation (EE. UU.), y rector del Seminario Bíblico William Carey. Obtuvo su Masters of Arts In Religion en Reformed Theological Seminary y tiene un doctorado en Biblical Spirituality del Southern Baptist Theological Seminary. Está casado con Carita y tienen tres hijos. Vive desde hace 33 años en Argentina.

La Palabra en el andar diario

November 25, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Samuel E. Masters

Conocí a un misionero presbiteriano de Corea hace un tiempo. No hablaba español y me costaba entender su inglés, pero igual logramos tener una linda conversación sobre la lectura de la Biblia. Me platicó que su costumbre era escribir la Biblia. «¿Cómo?», le pregunté. Me dijo que por lo regular hacía una copia, palabra por palabra, de toda la Biblia. Ya había copiado la Biblia completa en coreano, inglés y en el idioma del campo misionero donde sirve. Ahora estaba copiando el Nuevo Testamento en griego y al terminar quería copiar el Antiguo Testamento en hebreo. Me dijo a modo de conclusión: «Sí, esto es muy bueno para entender muy bien la Biblia». La esposa del pastor coreano me dijo que una de las bendiciones de esta práctica es poder regalarles a los hijos la Biblia copiada por la mano de su padre.

Era la primera vez que conocía a una persona que tuviera esta práctica. Las disciplinas bíblicas no lo recomiendan, aunque sí figura en la misma Biblia. El Señor impuso un requisito a los nuevos reyes de Israel: «Cuando el rey tome posesión de su reino, ordenará que le hagan una copia del libro de la ley, que está al cuidado de los sacerdotes levitas» (Deut. 17:18). A lo mejor, pocos llegaremos a copiar la Biblia entera con nuestro propio puño y letra, pero hay muchas cosas que podemos hacer para darle prioridad en nuestras vidas.

El culto familiar

Hace poco, una de mis hijas me agradeció porque, cuando ella era chica, en nuestra casa acostumbrábamos a tener cultos familiares. Todas las noches leíamos una versión de la Biblia para niños. Además, a pesar de las demandas del ministerio, practicamos algo que había aprendido de mis padres. Reservábamos una noche para pasar tiempo juntos. Llegó a conocerse como la noche de los brownies porque establecimos la tradición de que mi esposa preparara ese postre para disfrutarlo en familia. Veíamos alguna película familiar edificante o leíamos algo como Las Crónicas de Narnia.

Fue difícil mantener este ritmo cuando nuestros tres hijos asistían a la escuela secundaria, así que comenzamos a poner énfasis en que cada uno desarrollara sus propias disciplinas de lectura y oración. Los domingos dábamos prioridad a una comida familiar en la que cada uno compartía lo que había leído y cómo Dios les había hablado mediante Su Palabra.

Mi hija me hizo una confesión después de agradecerme por estas cosas. Me dijo que muchas veces no había leído nada durante la semana y antes de comer el domingo leía algo rápido para tener algo para compartir. Eso me causó gracia, porque, en parte, yo sabía que su hermano hacía lo mismo. Mi hija lo hacía con más sutileza porque, en su caso, nunca nos dimos cuenta. De todas formas, mi hija señaló que en esos años se plantó una semilla que ahora rinde fruto en su vida.

Lo ideal es que nuestro culto familiar tenga las siguientes características:

• Sencillez. Este tipo de reuniones familiares no deben ser complicadas. Conviene mantener un ambiente relajado donde prestemos atención, pero sin mayor formalidad. Si se acompaña de risa, mucho mejor. La reunión puede consistir simplemente en la lectura de un capítulo de un libro devo- cional. Mucho mejor es leer la Biblia y comentarla, haciendo aplicación a la vida familiar y las situaciones de cada miembro. El padre y la madre deben ayudar a que se muestre a Cristo y el evangelio y que no sea simplemente una arenga moralista que usemos para promover la buena conducta entre nuestros hijos. Conviene buscar ideas claves y poner énfasis en unos pocos conceptos que se reafirmen con claridad. Entendemos que para padres o madres que están solos o que sus cónyuges no son del Señor, esto puede ser más complicado. Pero el Señor, en Su gracia, puede abrir los espacios y tiempos necesarios que van a producir el mismo fruto espiritual. Una herramienta de mucho valor son los catecismos. Algunos miembros de nuestra iglesia han visto hermosos resultados con sus hijos. Lamento no haberlos aprovechado con mis propios hijos. También es bueno repasar el sermón del domingo y lo que aprendieron en la escuela dominical. No siempre es posible, pero cuando hay coordinación entre las clases de escuela dominical, grupos pequeños y el mensaje del domingo, esto ayuda mucho a fortalecer las reuniones familiares de los miembros durante la semana.

• Regularidad. Es más importante la constancia o regularidad que la cantidad de tiempo empleado. No es necesario que sea más largo que unos 10 minutos y es preferible que no dure más de media hora. La reunión familiar se puede aprovechar para incentivar la lectura individual, aun cuando los niños sean muy pequeños.

• Pastoreo. Es importante que los padres entendamos que somos responsables de pastorear a nuestros hijos. La reunión

familiar es una herramienta clave para esta tarea. Incentivar la participación de los niños —que comenten, pregunten y participen en la oración— nos ayudará a entender su condición espiritual y las formas en que podemos ayudarlos a avanzar en sus vidas cristianas. Vuelvo a recalcar que la responsabilidad de la vida espiritual de nuestras familias recae primero sobre nosotros como padres y no en la iglesia.

• Coherencia. Es importante vivir conforme a lo que predicamos. Es muy fácil aparentar ser fieles seguidores de Cristo por unas pocas horas en la iglesia el domingo. Pero nuestros hijos y cónyuges saben quiénes somos de verdad por- que conviven con nosotros todos los días de la semana. No tenemos que ser perfectos, pero sí transparentes y dispuestos a rendir cuentas. Si nuestros seres queridos ven en nosotros un esfuerzo genuino por vivir según la Palabra de Dios y admitimos nuestras faltas cuando fallamos, entonces nuestro ejemplo será transformador. Muchas veces lo que más tiende a producir cinismo doloroso en nuestros hijos es ver la doble vida de sus padres.

Más allá de la importancia de tener cultos familiares, es importante entender que como padres debemos dar ejemplo en todo momento de carácter cristiano. La espiritualidad bíblica no es algo que se practica solo en momentos separados durante la semana, sino que es un estilo de vida que depende de una cosmovisión basada en el concepto de Coram Deo: vivir en la presencia y bajo la mirada de Dios. Si entendemos esta presencia real y constante de Dios, nos daremos cuenta de que cada instante de nuestras vidas debe ser dedicado a la obediencia y adoración del Señor, quien está presente en nuestras vidas.

Esta es la idea detrás de uno de los pasajes más importantes del Antiguo Testamento sobre la vida familiar. Deuteronomio nos presenta una declaración del credo básico de Israel: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas»

(Deut. 6:4-5). Notemos cómo pasa rápidamente del plano nacional al familiar. Es decir, el credo nacional que servía como fundamento del pacto de Dios con Israel se debía implementar en un plan pedagógico a nivel familiar:

Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca (Deut. 6:6-8).

La vida espiritual de la familia tenía momentos especiales reservados durante el año. En familia subían a Jerusalén a celebrar distintas fiestas como, por ejemplo, la de los Tabernáculos. El padre cumplía una función sacerdotal durante la celebración de la pascua, ya que se encargaba del sacrificio para su familia.

La vida espiritual no se limitaba a estos momentos especiales del calendario o al espacio sagrado del Templo en Jerusalén. Toda la vida en toda la Tierra Prometida era de adoración al Dios de Israel. Este es el significado del imperativo de enseñar la Palabra de Dios en todo momento, desde que nos levantamos, al salir de casa y al andar por el camino. De la misma forma, nuestra responsabilidad es aprovechar cada momento para tirar abajo la esterilidad del secularismo que nos amenaza y estampar en las conciencias de nuestros hijos la presencia y la gloria del eterno Dios viviente.

Las antidisciplinas espirituales

Hace tiempo me percaté de que había desarrollado una mala costumbre. En los momentos en que estaba desocupado, por ejemplo, al estar haciendo fila para pagar en el supermercado, o en cualquier otro momento libre, sacaba de inmediato el teléfono para mirar sitios de noticias mundiales. No es malo querer estar informado, pero se me había hecho una reacción inconsciente y automática. Es decir, un hábito y casi una adicción. Lamenté que mi reacción natural no fuera buscar un salmo, meditar en las Escrituras, memorizar un versículo u orar por mis hermanos.

¿Cuál es la solución? No es fácil, pero debemos lograr que las nuevas tecnologías de la comunicación nos sirvan y no nos controlen. La pornografía no es la única adicción virtual que nos puede dominar. Estas adiciones podemos entenderlas como «antidisciplinas espirituales».

¿Cómo las enfrentamos? En primer lugar, las tenemos que identificar. Pidámosle al Señor, quien escudriña nuestros corazones, que nos ayude a identificarlas. En segundo lugar, las tenemos que controlar y, en algunos casos, las debemos eliminar por completo, como en el caso de la pornografía. En otros casos, simplemente debemos limitarlas. Esos hábitos esclavizantes, como el uso excesivo de las redes sociales o la lectura de las noticias en todo momento, se deben limitar a tiempos muy reducidos. El Señor nos ayudará pues nos ha dado el «espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Tim. 1:7).

Es indudable que antes del Internet ya existían «antidisciplinas». John Bunyan lamentaba el tiempo que había dedicado a los juegos y deportes los domingos antes de su conversión. Estas formas de desperdiciar el tiempo aún existen y nos pueden causar problemas. No podemos negar que hay un lugar saludable en la vida para muchas actividades sanas. No debemos caer en una postura legalista que nos lleve a pensar que hasta salir a andar en bicicleta con nuestros hijos es malo. En el jardín de la vida hay lugar para una diversidad de flores. Simplemente debemos cuidar que las malas hierbas de las antidisciplinas no estrangulen las flores y los árboles frutales de los medios de gracias y las disciplinas bíblicas.

Las disciplinas bíblicas

Al haber pasado por el uso de la Palabra en el contexto de la iglesia y la familia, llegamos ahora a las disciplinas espirituales en la vida del individuo. Recordemos que tener una copia de la Biblia era un privilegio impensable para muchas generaciones de cristianos que nos precedieron. Además, no siempre existió el alfabetismo casi universal que encontramos ahora en muchos de nuestros países.

¿Cómo podemos aprovechar al máximo la bendición de poseer una copia de la Palabra de Dios? El consejo del puritano Richard Green- ham (1535-94), nos puede ayudar.89 Para la lectura de las Escrituras, Greenham recomienda ocho características:

1. Diligencia. Debemos ejercer más diligencia en la lectura privada que en cualquiera de nuestras actividades seculares. Si somos diligentes, entonces el esfuerzo se nos hará más fácil. Es como ejercitar un músculo. Cuanto más lo ejercitamos, más fuerte se pondrá y será capaz de hacer más cosas. La clave es la regularidad. Por eso, es bueno establecer un tiempo diario y permanente de lectura de la Biblia.

2. Sabiduría: Greenham señala que debemos ser sabios en la lectura bíblica, entendiendo nuestra propia capacidad. Esto es lo mismo que hará un predicador al adaptar su predicación al nivel y capacidad de sus oyentes. Considero que es mucho más importante lograr regularidad que buscar leer muchos capítulos. Mi recomendación sería leer suficiente como para poder captar una o dos ideas claves. Para esto basta un salmo o parte de un capítulo de los Evangelios. También es recomendable seguir un orden preestablecido en vez de abrir la Biblia todos los días al azar. Hay muchos planes de lectura. No es necesario leer la Biblia completa en un año (aunque esto es muy bueno y provechoso). Actual- mente, mi esposa y yo seguimos un plan de lectura que per- mite leer toda la Biblia en dos años.90 Esto lo hacemos antes del desayuno, acompañados de un café. En la noche, antes de dormir, leemos juntos un libro de contenido espiritual.

3. Preparación. Greenham recomienda tres pasos a modo de preparación. El primer paso es acercarnos a la lectura con temor reverencial. El segundo paso es acercarnos a la lectura con fe en Cristo. Greenham pregunta: «¿No será que Cristo abrirá nuestro entendimiento como lo hizo con Sus discípulos en el camino a Emaús?». El tercer paso es acercarnos con un genuino deseo de aprender.

4. Meditación. Greenham asevera que la meditación posterior a la lectura es tan importante como la preparación previa. En realidad, la meditación es una disciplina por sí misma y muy valorada por los puritanos. Sin embargo, no se le puede separar de la lectura de la Palabra o de escuchar la Palabra predicada. La meditación puede servir como un puente natural entre nuestro consumo de la Palabra y la oración. ¿Qué es la meditación? Es simplemente digerir la Palabra. Es repasarla durante todo el día y buscar cómo aplicarla directamente a nuestras vidas. Es como la vaca que va rumiando mientras digiere su comida más de una vez. Hablo de un proceso consciente de pensamiento disciplinado que acompaña a nuestra lectura. Vale la pena aclarar que esta meditación cristiana no tiene nada que ver con el vaciamiento mental de la meditación mística. La meditación involucra activamente nuestra mente y afectos. Greenham entrega el ejemplo de la diferencia entre vagar a la deriva en un bote y el trabajo necesario con los remos enfocado y dirigido para llegar a un destino determinado. Las mismas Escrituras nos aseguran que la meditación en la Palabra produce gran bendición: «Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito» (Jos. 1:8).

5. Compartir. Los puritanos practicaban la disciplina de lo que se conocía como «conferencia». Esta no era una reunión masiva donde se escuchaba a unos pocos disertantes, sino un grupo pequeño de hermanos que compartían todos juntos lo que estaban aprendiendo de Dios. Era algo parecido a lo que conocemos hoy como un grupo pequeño o un estudio bíblico en casa. Compartir de manera informal sirve para bendecir- nos mutuamente y afirmar las verdades aprendidas: «El hierro con hierro se afila, y un hombre aguza a otro» (Prov. 27:17). Lo que se comparte se entiende y se recuerda mejor.

6. Fe: Greenham mantiene que nuestra lectura de las Escrituras se debe mezclar con fe, ya que sin fe no es provechosa para nuestras almas (Heb. 4:2) y «sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb. 11:6).

7. Práctica: El fruto de nuestra fe se observa en la aplicación y la obediencia práctica. El Espíritu Santo hace que la Palabra sea efectiva y el resultado es evidente en los cambios producidos en nuestros pensamientos, actitudes y acciones. Aquí encontramos el punto donde los medios de gracia y la práctica de las disciplinas espirituales se conectan de forma directa con la lucha por la santidad que detallamos en los capítulos 9 al 11.

8. Oración: Nuestra oración se puede confundir de tal forma con el contenido de la lectura privada, que es casi imposible distinguir entre las dos. Debe existir una estrecha relación entre nuestro consumo de la Palabra y nuestras oraciones. Cristo prometió que todo lo que pidiéramos en Su nombre sería concedido (Juan 14:13) y Él mismo sometió sus propias oraciones a la voluntad de Su Padre. Nuestra efectividad en la oración depende de que pidamos según Su voluntad y la única forma en que podemos conocer Su voluntad es mediante las Escrituras. Por lo tanto, la oración y la lectura son inseparables. Las dos son parte de esa conversación con Dios que tenemos el privilegio de mantener de forma permanente.

Existen otras disciplinas que pueden resultar de bendición además de estas prácticas. Como ejemplos tenemos la memorización de las Escrituras y el hábito de mantener un diario de vida espiritual. La memorización es una disciplina bastante sencilla. Basta encontrar un pasaje breve, anotarlo en una tarjeta y llevarlo en el bolsillo. Sacamos la tarjeta y la repasamos cada vez que tenemos un momento libre.

En cuanto a la forma de hacer un diario, debo confesar que nunca lo he hecho. Sin embargo, la idea es sencilla. Anotamos en un cuaderno diariamente lo que leímos ese día en la Biblia, cuáles fueron las ideas más llamativas que surgieron de esa lectura y la aplicación que tiene para la vida diaria. También podemos apuntar las peticiones de oración más sobresalientes y cualquier respuesta recibida por parte de Dios. De nuevo, la idea es no complicarse y la mayor sencillez es preferible.

Estas últimas disciplinas no son imprescindibles u obligatorias. La oración y la lectura de la Palabra, en cambio, son esenciales. Si estas prácticas adicionales nos ayudan a enfocar nuestra relación con el Señor por medio de la lectura de la Palabra y la meditación en ella, bienvenidas sean. Sin embargo, recordemos que Dios no desea la multiplicación de prácticas religiosas, sino corazones contritos, porque es mejor la obediencia que el sacrificio (1 Sam. 15:22).

Las disciplinas bíblicas son hábitos saludables que sirven para darle forma a nuestra vida espiritual que redunda en todas nuestras áreas. Profundizan la bendición que recibimos por los medios de gracia en nuestra iglesia y nos ayudan a adorar a Dios en espíritu y verdad.

El salmista dijo: «Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero» (Sal. 119:105). La Palabra nos indica el camino de la bendición. Para los puritanos, la Palabra predicada en la congregación era prioritaria, pero de ahí la luz de la Palabra se extiende a todos los ambientes de nuestra vida por medio de la lectura en la familia, en los estudios de grupo pequeño y por medio de disciplinas individuales y privadas. Mal entendidas, las disciplinas se pueden volver rutinarias y aburridas —legalistas e infructuosas—. Es mi oración que puedan ser una de las formas por las que Dios llene todos los espacios y tiempos de nuestra vida con Su gracia y luz gloriosa.

Obtenido del libro “En espíritu y en verdad”

Samuel Masters Es el pastor fundador de la Iglesia Bíblica Bautista Crecer (En Córdoba, Argentina), presidente de The Crecer Foundation (EE. UU.), y rector del Seminario Bíblico William Carey. Obtuvo su Masters of Arts In Religion en Reformed Theological Seminary y tiene un doctorado en Biblical Spirituality del Southern Baptist Theological Seminary. Está casado con Carita y tienen tres hijos. Vive desde hace 33 años en Argentina.

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