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Manso y Humilde

Dios conoce nuestros corazones

December 9, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Martín Manchego

Hace años tuve la triste experiencia de ver cómo un joven que parecía ser un cristiano comprometido, respetuoso de sus autoridades, puntual, amable, que manejaba muy bien el lenguaje bíblico, y que incluso tenia un liderazgo innato, de pronto se apartó del Señor. Dejó todo lo que en un momento pareció ser su principal deleite.

Cuando conversé con este joven y le pregunté qué había pasado en su vida, me comentó que nunca había creído el evangelio, pero que le resultaba fácil fingir que sí. Desde muy pequeño había aprendido buenos modales, valores, cómo ser amigable. Esto, junto a su gran capacidad para memorizar lo que aprendía, lo llevó a dar una buena apariencia de piedad.

Su brutal honestidad era escalofriante. No pude evitar preguntarme: ¿estoy viviendo mi espiritualidad superficialmente, como este joven?

Yo estaba seguro de mi salvación, y aún lo estoy gracias a Dios, pero en aquel momento entendí algo espeluznante. Vi que hay cosas que podemos hacer que pueden lucir piadosas, aunque realmente no surjan de un corazón agradecido que quiera agradar a Dios.

Un Dios que mira el corazón

Piensa en las siguientes palabras: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones” (Pr. 21:2 RV60).

Este versículo dice que hay caminos que pueden verse correctos, pero Dios no solo ve esos caminos, sino que también Él mira más profundamente: Él ve y evalúa las intenciones del corazón detrás de todos nuestros actos.

Dios no solo quiere que nuestras palabras sean correctas; Él quiere que nazcan de un corazón sincero. Dios no quiere que solamente aprendamos a repetir oraciones que suenen piadosas; Él quiere que oremos en lo íntimo con un corazón contrito y humillado. Nuestro Dios no desea que simplemente luzcamos piadosos; Él desea que lo seamos en lo interior.

El Señor pesa los corazones.

Un Dios que nos llama a sinceridad

El moralismo es enemigo de la fe sincera. Por eso Jesús confrontó a los fariseos: “Ustedes son los que se justifican a sí mismos ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones, porque lo que entre los hombres es de alta estima, abominable es delante de Dios” (Lc. 16:15).

¿Vives una vida de apariencias ante Dios? ¿Has aprendido a actuar ante los demás como si tuvieras una relación profunda con Él?

Si es así, ven a la luz de Dios. Él es grande en misericordia y perdón. Él dice: “Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef. 5:14). También dice: “Yo te haré saber y te enseñaré el camino en que debes andar; te aconsejaré con Mis ojos puestos en ti” (Sal. 32:8).

Dios quiere darse a conocer en tu vida. Si has vivido en hipocresía ante Dios, puedes arrepentirte y creer en la obra del Señor Jesús en la cruz. Él ha resucitado y hoy, a la diestra de Dios, intercede por sus redimidos (Ro. 8:34).

Avivemos nuestro deseo de ser más sinceros en nuestra fe mirando a Cristo. Él vió a las multitudes y sintió compasión por ellas (Mt. 9:36). Él sabía amar, y era manso y humilde de corazón (Mt. 11:29). Él es nuestro máximo ejemplo de amor, humildad, y servicio honesto.

Pidamos en oración que todos los días podamos caminar en una fe sincera delante de Aquel que dio su vida por nosotros: el Señor que pesa nuestros corazones y nos ama a pesar de eso.

Martín Manchego es pastor asociado y sirve en el ministerio de alabanza y enseñanza en español en la iglesia Metro Bible Church en Southlake, Texas. Es graduado de Teología y humanidades en Texas Baptist College. Además es compositor del album “Perfecto Salvador” y dirige un canal propio en YouTube en el cual comparte devocionales, entrevistas, canciones, poemas y reseñas de libros. Está casado con Denisse. Puedes encontrarlo en YouTube e Instagram.

Foto de Ben White en Unsplash

… y al que a mí viene, no le echo fuera.

December 7, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Dane Ortlund

Todo lo que Thomas Goodwin y John Owen llegaron a ser (eruditos, bien educados, analíticos, graduados de las mejores universidades del mundo), John Bunyan no pudo serlo. Bunyan era pobre y sin educación. Según los estándares del mundo, todo estaba en contra de que Bunyan tuviera un impacto duradero en la historia humana. Pero así es como el Señor se deleita en trabajar: tomando a los marginados e ignorados, otorgándoles roles fundamentales en el desarrollo de la historia redentora. Y Bunyan, aunque con un estilo de escritura mucho más sencillo, compartió la capacidad de Goodwin de abrir el corazón de Cristo a sus lectores.

Bunyan es famoso por El progreso del peregrino, que es, además de la Biblia, el libro más vendido de la historia. Pero también fue autor de otros 57 libros. Uno de los más bellos es Come and Welcome to Jesus Christ [Ven y recibe a Jesucristo], escrito en 1678. La calidez del título es representativa de todo el tratado. Con el típico estilo puritano, Bunyan tomó un solo versículo y escribió un libro entero sobre él. Para este libro, Bunyan eligió Juan 6:37. En medio de autoproclamarse el pan de vida dado a los espiritual- mente hambrientos (Juan 6:32-40), Jesús declara:

Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.

Era uno de los versículos favoritos de Bunyan, como lo demuestra la frecuencia con la que lo cita a lo largo de sus escritos. Pero en este libro en particular, toma el texto y lo examina desde todos los ángulos, exprimiéndolo al máximo.

Hay demasiada teología consoladora en este versículo. Consi- dera lo que Jesús declara:

  • «Todo…», no «la mayoría». Una vez que el Padre fija Su amo- rosa mirada en un pecador errante, el rescate de ese pecador es seguro.
  • «… el Padre…». Nuestra redención no se trata de un Hijo ama- ble que trata de calmar a un Padre incontrolablemente enojado. El Padre mismo ordena nuestra liberación. Toma la iniciativa amorosa.
  • «… da…», no «regatea». Es un placer para el Padre confiar libremente a los rebeldes recalcitrantes al bondadoso cuidado de Su Hijo.
  • «… vendrá…». El propósito salvador de Dios para un pecador nunca se frustra. Nunca se queda sin recursos. Si el Padre nos llama, iremos a Cristo.
  • «… y el que […] viene…». Sin embargo, no somos robots. Si bien el Padre es claramente el soberano de nuestra redención, no somos arrastrados en contra de nuestra voluntad. La gracia divina es tan radical que llega y transforma nuestros propios deseos. Nuestros ojos son abiertos. Cristo se vuelve hermoso.
  • Venimos a Él. Y cualquiera es bienvenido. Ven y recibe a Jesucristo.
    • «… a mí viene…». No llegamos a un conjunto de doctrinas.
  • No acudimos a una iglesia. Ni siquiera venimos al evangelio. Todo esto es vital, pero lo más importante es que llegamos a una Persona, a Cristo mismo.

Bunyan resalta todo esto y más. Vale la pena leer todo el libro.1 Pero son las últimas palabras del versículo en las que él se detiene más tiempo, las que más significado tuvieron para él. A la mitad de su libro, confronta nuestras sospechas innatas sobre el corazón de Cristo. Utilizando la versión KJV en inglés («y al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera», LBLA en español), Bunyan comenta:

Los que vienen a Jesucristo, a menudo temen sinceramente que Él no los reciba.

Esta observación está implícita en el texto. Lo deduzco de la amplitud y la franqueza de la promesa: «de ningún modo lo echaré fuera». Porque si no hubiera una inclinación en nosotros a «temer ser echados fuera», Cristo no tendría la necesidad de apaciguar nuestro miedo, como lo hace, con esta gran y extraña expresión: «de ningún modo».

No era necesario que la sabiduría del cielo inventara tal pro- mesa y la plasmara con tal énfasis, con el propósito de romper en pedazos de un solo golpe todas las objeciones de los pecadores, si ellos no fueran propensos a admitir tales objeciones, desanimando así a sus propias almas.

Pero la frase «de ningún modo» destroza todas las objeciones, y fue pronunciada por el Señor Jesús para ese mismo fin, y para ayudar a la fe que se mezcla con la incredulidad. Y es, por así decirlo, la suma de todas las promesas; no existe objeción que esta promesa no destruya.

Pero soy un gran pecador.
«De ningún modo te echaré fuera», responde Cristo.

Pero soy un viejo pecador.
«De ningún modo te echaré fuera», responde Cristo.

Pero soy un pecador de corazón duro.
«De ningún modo te echaré fuera», responde Cristo.

Pero soy un pecador reincidente.
«De ningún modo te echaré fuera», responde Cristo.

Pero he servido a Satanás toda mi vida.
«De ningún modo te echaré fuera», responde Cristo.

Pero he pecado contra la luz.
«De ningún modo te echaré fuera», responde Cristo.

Pero he pecado contra la misericordia.
«De ningún modo te echaré fuera», responde Cristo.

Pero no tengo nada bueno que ofrecer.
«De ningún modo te echaré fuera», responde Cristo.

Esta promesa se proporcionó para responder a todas las objeciones, y lo hace.2

En algunas de nuestras versiones de la Biblia ya no se utiliza la frase «de ningún modo», pero era una forma antigua de capturar el negativo enfático del griego en Juan 6:37. El texto literalmente dice: «al que viene a mí no lo echaré, no lo echaré fuera». A veces, como aquí, el griego utiliza dos negativos juntos para mostrar contundencia literaria. «Ciertamente, nunca, nunca lo echaré fuera». Es esta negación enfática de que Cristo no nos echará fuera lo que Bunyan llama «esta gran y extraña expresión».

¿Cuál es la finalidad de Bunyan?

La declaración de Jesús en Juan 6:37, el libro Come and Welcome to Jesus Christ y la cita en el centro de este libro existen para darnos paz mediante la naturaleza perseverante del corazón de Cristo. Decimos: «Pero yo…». Él dice: «De ningún modo te echaré fuera».

Los pecadores caídos y extraviados no tienen límite en su capacidad de pensar en razones para que Jesús los eche. Somos fábricas de nuevas objeciones al amor de Cristo. Incluso cuando nos que- damos sin razones tangibles para ser echados fuera, como pecados o fallas específicas, tendemos a tener una vaga sensación de que, con el tiempo suficiente, Jesús finalmente se cansará de nosotros y nos mantendrá a distancia. Bunyan nos entiende. Él sabe que somos inclinados a desechar las garantías de Cristo.

«No, espera», decimos al acercarnos con cautela a Jesús, «no lo entiendes. Realmente me he equivocado de muchas maneras».

Lo sé, Él responde.

«Sabes la mayor parte, claro. Ciertamente más de lo que otros ven. Pero hay una perversidad dentro de mí que está oculta de todos».

Lo sé todo.

«Bueno, la cuestión es que no es solo mi pasado. También es mi presente».

Entiendo.


«Pero no sé si puedo liberarme de esto pronto». Estoy aquí para ayudar justo a ese tipo de personas. «La carga es pesada, y se hace cada vez más pesada». Entonces déjame llevarla.

«Es demasiado para soportar».


No para mí.

«No lo entiendes. Mis ofensas no son hacia otros. Son en contra tuya».

Entonces soy el más adecuado para perdonarlas.

«Pero descubrirás más maldad en mí; te cansarás de mí».

Al que a mí viene, no le echo fuera.

De manera desafiante, Bunyan concluye la lista de objeciones que planteamos para venir a Jesús. «Esta promesa se proporcionó para responder a todas las objeciones, y lo hace». Caso cerrado. No podemos presentar una razón para que Cristo cierre Su corazón a Sus propias ovejas. No existe tal razón. Cada amigo humano tiene un límite. Si ofendemos lo suficiente, si una relación se daña lo suficiente, si traicionamos suficientes veces, somos echados fuera y se forma una barrera. Pero con Cristo, nuestros pecados y debilidades son los elementos necesarios que nos califican para acercarnos a Él. No se requiere nada más que acudir a Él, primero en la conversión y mil veces después hasta que estemos con Él al morir.

Quizás no sean principalmente los pecados sino los sufrimientos los que provoquen que algunos de nosotros cuestionemos la bondad del corazón de Cristo. A medida que el dolor se acumula, a medida que pasan los meses, la conclusión parece obvia: hemos sido echados fuera. Seguramente la vida de alguien que ha sido abrazado por el corazón y la humildad de un Salvador no debería ser como la nuestra. Pero Jesús no dice que aquellos con vidas sin dolor nunca serán echados fuera. Él dice que los que vienen a Él nunca serán echados fuera. No es lo que la vida nos trae, sino a quién pertenecemos, lo que determina el corazón de amor de Cristo por nosotros.

Lo único que se requiere para disfrutar de ese amor es venir a Él. Pedirle que nos acepte. No dice: «Quien viene a mí con suficiente contrición», o «Quien viene a mí sintiéndose lo suficientemente mal por su pecado», o «Quien viene a mí con mucho esfuerzo». Él declara: «Y al que a mí viene, no le echo fuera».

Nuestra fuerza de resolución no es un ingrediente necesario para recibir Su buena voluntad. Cuando Benjamin, mi hijo de dos años de edad, comienza a adentrarse en la suave pendiente de la piscina cerca de nuestra casa, instintivamente toma mi mano. Se aferra con más fuerza a medida que el agua se vuelve más profunda. Pero un niño de dos años no puede aferrarse con gran fuerza. En poco tiempo, no es que él se aferre a mí, sino que yo me aferro a él. Si dependiera de su propia fuerza, sin duda se soltaría de mi mano. Pero si yo determino que no se irá de mi alcance, estará seguro. No puede soltarse, aunque lo intente.

Así es con Cristo. Nos aferramos a Él, sin duda. Pero nuestra resistencia es como la de un niño de dos años en medio de las tormentosas olas de la vida. Sin embargo, Su fuerza no permite soltarnos. El Salmo 63:8 expresa esta verdad: «Está mi alma apegada a ti; tu diestra me ha sostenido».

Estamos hablando de algo más profundo que la doctrina de la seguridad eterna, o «una vez salvo, siempre salvo», una doctrina gloriosa y verdadera, también conocida como la perseverancia de los santos.

Hemos profundizado más y llegado a la doctrina de la perseverancia del corazón de Cristo. Sí, los cristianos profesos pueden descarriarse, demostrando que nunca estuvieron verdaderamente en Cristo. Sí, una vez que un pecador se une a Cristo, no hay nada que pueda separarlos. Pero dentro de la estructura de estas doctrinas, ¿cuál es el corazón de Dios, hecho tangible en Cristo? ¿Qué es lo más natural para Él cuando nuestros pecados y sufrimientos se acumulan? ¿Qué le impide despreciarnos? La respuesta es: Su amor. La obra expiatoria del Hijo, decretada por el Padre y aplicada por el Espíritu, asegura que estemos a salvo por la eternidad. Pero un texto como Juan 6:37 nos asegura que esto no es solo una cuestión de decreto divino, sino de deseo divino. En esto se deleita el cielo. Ven a mí, dice Cristo. Te abrazaré y nunca te dejaré ir.

¿Has considerado lo que significa para ti estar en Cristo? Para que seas echado fuera del corazón de Cristo ahora y en la eternidad, Cristo mismo tendría que ser sacado del cielo y puesto de nuevo en la tumba. Su muerte y resurrección hacen que sea justo que Cristo nunca expulse a los Suyos, sin importar con qué frecuencia caigan. Alentar esta obra de Cristo es el corazón de Cristo. No puede soportar separarse de los suyos, incluso cuando merecen ser abandonados.

«Pero yo…».

Proclama tus objeciones, pero nada puede vencer estas palabras: «Al que a mí viene, no le echo fuera».

Para aquellos unidos a Él, el corazón de Jesús no es su casa de alquiler, sino su nueva residencia permanente. No eres un inquilino; eres un hijo. Su corazón no es una bomba de tiempo, son los verdes pastos y las tranquilas aguas de las infinitas garantías de Su presencia y consuelo, cualesquiera sean nuestros logros espirituales. Él es así.

Obtenido del libro “Manso y Humilde”

Dane Ortlund (PhD, Wheaton College) es vicepresidente de publicaciones de la Biblia en Crossway en Wheaton, Illinois, donde vive con su esposa, Stacey, y sus cuatro hijos.

Foto de Ben White en Unsplash

Un tierno amigo, Jesús

December 2, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Dane Ortlund

Ahora consideraremos el corazón de Cristo relacionado a la amistad. Su corazón es nuestro amigo que nunca falla.

A diferencia de la actualidad, en generaciones anteriores era común pensar en Cristo como un Amigo. Analizaremos el tema de la amistad divina desde la perspectiva de los puritanos en este capítulo, pero ni siquiera necesitamos acudir a autores históricos o incluso cristianos para saber que hoy hemos menospreciado de forma lamentable aun la amistad entre humanos, quizás especialmente entre varones. Richard Godbeer, profesor de historia en la universidad de Virginia Commonwealth, ha demostrado a través de una extensa revisión de correspondencia escrita que la amistad masculina se ha diluido mucho en la actualidad en comparación con la riqueza del afecto saludable y no erótico entre los hombres en la América colonial.

Pero si permitimos que el mundo que nos rodea nos dicte el significado de la amistad, no solo perderemos una realidad vital para el florecimiento humano a nivel horizontal; perderemos, lo que es incluso peor, el deleite de la amistad de Cristo a nivel vertical.

Una de las referencias más llamativas sobre la amistad de Cristo llega justo antes del icónico texto de nuestro estudio en Mateo 11:28-30. En Mateo 11:19, Jesús cita a Sus acusado- res, quienes despectivamente lo llamaban «amigo de publica- nos y de pecadores» (es decir, un amigo de los hombres más despreciables en aquella cultura). Y como suele ser el caso en los Evangelios —como cuando los demonios dicen: «Sé quién eres, el Santo de Dios» (Mar. 1:24), o cuando el mismo Satanás reconoce que Cristo es el «Hijo de Dios» (Luc. 4:9)—, no son Sus discípulos sino Sus adversarios quienes de forma más clara perciben quién es Él. Aunque las multitudes lo llaman «el amigo de los pecadores» como una acusación, el calificativo es de un consuelo indescriptible para aquellos que se saben pecadores. Que Jesús sea amigo de los pecadores solo es despreciable para aquellos que sienten que no están en esa categoría.

¿Qué significa que Cristo sea amigo de los pecadores? Por lo menos, significa que le gusta pasar tiempo con ellos. También significa que ellos se sienten bienvenidos y cómodos en Su presencia. Observa el enunciado que da lugar al comienzo de una serie de parábolas en Lucas: «Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle» (Luc. 15:1). Los mismos grupos de personas con quienes se acusaba a Jesús de entablar amistad en Mateo 11 son aquellos que no pueden mantenerse alejados de Él en Lucas 15. Se sienten cómodos a Su alrededor. Perciben algo diferente en Él. Otros los mantienen a distancia, pero Jesús ofrece la irresistible intriga de una nueva esperanza. Lo que realmente está haciendo es atraerlos a Su corazón.

Considera tu propio círculo de personas con las que te relacionas. Sin duda, la línea de quiénes son tus amigos podría trazarse en diferentes zonas, como círculos concéntricos que se reducen hasta llegar a una diana. Hay algunas personas en nuestras vidas cuyos nombres conocemos, pero realmente están en el círculo exterior de nuestras amistades. Otros están más cerca del centro, pero tal vez no sean amigos íntimos. Al continuar hacia el interior, algunos de nosotros tenemos la bendición de tener uno o dos amigos particularmente cercanos, personas que realmente nos conocen y nos «cautivan», con quienes es un placer pasar tiempo. A muchos de nosotros, Dios nos ha dado un cónyuge como nuestro amigo terrenal más cercano.

Incluso caminar a través de este breve experimento mental puede encender focos de dolor. Algunos de nosotros estamos obligados a reconocer que no tenemos un verdadero amigo, alguien a quien podamos acudir con cualquier problema sabiendo que no nos recha- zará. ¿Con quién en nuestras vidas nos sentimos seguros, realmente seguros, lo suficientemente seguros como para abrir todo nuestro ser?

Aquí está la promesa del evangelio y del mensaje de toda la Biblia: en Jesucristo se nos da un Amigo que siempre disfrutará nuestra presencia y no nos rechazará. Él es un Compañero cuyo abrazo no se fortalece o debilita según cuán limpios o inmundos, atractivos o repugnantes, fieles o inconstantes seamos. La amistad subjetiva de Su corazón hacia nosotros es tan estable como la declaración de Su justificación objetiva a favor nuestro.

La mayoría de nosotros podemos admitir que, incluso con nuestros mejores amigos, no nos sentimos completamente cómodos

divulgando todo sobre nuestras vidas. Nos agradan, e incluso los amamos, y nos vamos de vacaciones con ellos, y los alabamos frente a los demás, pero en realidad, en el ámbito más profundo del corazón, no nos entregamos en plena confianza a ellos. Incluso muchos matrimonios, aunque comparten una amistad, no han desnudado su alma el uno para con el otro.

¿Qué pasaría si tuvieras un amigo en el centro de la diana de tu círculo de relaciones, con quien pudieras compartir incluso lo peor de ti, sabiendo que no te rechazará? Todas nuestras amistades humanas tienen un límite de lo que pueden soportar. Pero ¿y si hubiera un amigo sin límites, sin restricciones de lo que soportaría y, hagas lo que hagas, no te rechazaría? «Todos los tipos y grados de amistad se encuentran en Cristo», escribió Sibbes.2

Considera la representación del Cristo resucitado en Apocalip- sis 3. Allí dice (a un grupo de cristianos «desventurado[s], misera- ble[s], pobre[s], ciego[s] y desnudo[s]», v. 17): «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (v. 20). Jesús quiere venir a ti, desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo, y disfrutar de una comida contigo. Pasar tiempo contigo para que lo conozcas más. Con un buen amigo no necesitas llenar constantemente todos los vacíos de silencio con palabras. Simplemente pueden estar juntos con calidez, saboreando en silencio la compañía del otro. Goodwin escribió: «La comunión es el alma de toda verdadera amistad y una cercana conversación con un amigo tiene la mayor dulzura».

No debemos reducir a Jesús a un amigo cualquiera. En algunos capítulos previos de Apocalipsis, observamos una representación de Cristo tan abrumadora para Juan que cayó inmovilizado (1:12-16). Pero tampoco debemos diluir la humanidad, el deseo relacional, claramente presente en estas palabras pronunciadas por Cristo. Él no está esperando que cautives Su corazón; ya está parado a la puerta, tocando, queriendo entrar. ¿Cuál es nuestro trabajo? Como lo expresó Sibbes: «Nuestro deber es aceptar la invitación de Cristo. ¿Qué otra cosa podríamos hacer que compartir un ban- quete con Él?».

Pero un amigo no solo te busca, sino que también permite que lo busques y se abre a ti sin retener nada. ¿Alguna vez has notado la finalidad de que Jesús llame a Sus discípulos «amigos» en Juan 15? A punto de ir a la cruz, les dice: «Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado ami- gos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer» (Juan 15:15).

Los amigos de Jesús son aquellos a quienes les ha revelado Sus más profundos propósitos. Jesús dice que no les transmite a Sus discípulos algo de lo que el Padre le ha dicho; les revela todo. No retiene nada. Les da completa entrada. Los amigos de Jesús son bienvenidos a venir a Él. Jonathan Edwards declaró:

Dios, en Cristo, permite que criaturas tan pequeñas y pobres como tú vengan a Él, amen la comunión con Él y mantengan una comunicación de amor con Él. Puedes ir a Dios y decirle cómo lo amas y abrir tu corazón; Él te aceptará […]. Ha bajado del cielo y ha tomado sobre sí la naturaleza humana con el propósito de poder estar cerca de ti y ser, por así decirlo, tu compañero.

Compañero es otra palabra para amigo, pero connota específica- mente la idea de alguien que te acompaña en un viaje. A medida que hacemos nuestra peregrinación a través de este amplio mundo, tenemos un amigo constante y fiel.

Lo que estoy tratando de decir en este capítulo es que el corazón de Cristo no solo cura nuestros sentimientos de rechazo con Su abrazo, no solo corrige nuestra percepción de Su dureza con una visión de Su bondad, y no solo cambia nuestra suposición de Su distanciamiento con una comprensión de Su compasión por nosotros, sino que también cura nuestra soledad con Su compañía.

En el segundo volumen de sus Obras, Richard Sibbes reflexiona sobre lo que significa que Jesucristo sea nuestro Amigo. Es particularmente impactante cuando describe un tema en común a través de varias facetas de la amistad de Cristo con Su pueblo. Ese tema común es la mutualidad; en otras palabras, la amistad es una relación bidireccional de alegría, comodidad y apertura, a diferencia de una relación unidireccional, como la del rey con sus subordinados o el padre con su hijo. Sin duda, Cristo es nuestro gobernante, nuestra autoridad, a quien se debe reverenciar con toda lealtad y obediencia. Sibbes nos recuerda esto explícitamente mientras reflexiona sobre la amistad de Cristo («Como es nuestro amigo, también es nuestro rey»). Pero igualmente, y quizás menos obvio o lógico para nosotros, la condescendencia de Dios en la Persona de Su Hijo significa que se acerca a nosotros en nuestros propios términos y nos hace amigos tanto para Su deleite como para nuestro deleite.

Considera la forma en que Sibbes habla de la amistad de Cristo con nosotros:

En la amistad hay un consentimiento mutuo, una unión de juicio y afecto. Existe una simpatía en lo bueno y lo malo del otro […]. Hay libertad, que es lo que da vida a la amistad; existe un intercambio gratuito entre amigos, una libre apertura de secretos. Entonces aquí Cristo nos abre sus secretos, y nosotros nos abrimos a Él […].

En la amistad, tenemos consuelo el uno en el otro. Cristo se deleita en Su amor a la Iglesia, y Su Iglesia se deleita en Su amor a Cristo […] En la amistad existen muestras de honor y respeto mutuos.

¿Observas el tema en común? Observa la palabra «mutuo» o la frase «uno en el otro» a lo largo de estas diversas facetas de la amistad de Cristo. El punto es que Él está con nosotros, como uno de nosotros, compartiendo nuestra vida y experiencia, y el amor y el consuelo que se disfrutan entre amigos también se disfrutan entre Cristo y nosotros. En resumen, se relaciona con nosotros como persona. Jesús no es una idea abstracta de la amistad; Él es un amigo real.

Sería cruel sugerir que la amistad humana es irrelevante cuando ya tenemos a Cristo. Dios nos hizo para la comunión, para unir nuestros corazones con otras personas. Todos se sienten solos, incluidos los introvertidos.

Pero el corazón de Cristo por nosotros significa que Él será nuestro amigo que nunca falla, sin importar qué amigos hagamos en la tierra. Nos ofrece una amistad que penetra el dolor de nuestra soledad. Si bien ese dolor no desaparece, su aguijón se hace completamente soportable por la amistad de Jesús que es mucho más profunda. Él camina con nosotros en cada momento. Él conoce el dolor de ser traicionado por un amigo, mas nunca nos traicionará. Ni siquiera nos dará la bienvenida fríamente. Así no es Él. Así no es Su corazón.

Así como Su amistad es tierna, es constante en todas las condiciones […]. Si otros amigos fallan, este Amigo nunca nos fallará. Si no nos avergonzamos de Él, nunca se avergonzará de nosotros. ¡Qué cómoda sería nuestra vida si pudiéramos extraer todo lo que este título de amigo ofrece! Es una amistad confortable, fructífera y eterna.

Obtenido del libro “Manso y Humilde”

Dane Ortlund (PhD, Wheaton College) es vicepresidente de publicaciones de la Biblia en Crossway en Wheaton, Illinois, donde vive con su esposa, Stacey, y sus cuatro hijos.

Foto de Ben White en Unsplash

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