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Miguel Núñez

El llamado de Dios es nuestro propósito

June 23, 2022 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Miguel Núñez

Podemos decir que el llamado de Dios es toda tarea que Él le ha asignado al ser humano y que comprende el liderazgo de su familia, el trabajo como miembro de una iglesia, su vocación, su carrera profesional, su labor como ciudadano de una nación y su participación en la comunidad donde Dios lo ha colocado, por mencionar algunas cosas. Su llamado, en el sentido más amplio, es su propósito de vida. Como veremos más adelante, nosotros tenemos más de un llamado. O también podríamos decir que tenemos un llamado en diferentes áreas. Lo que sí quisiéramos dejar en claro es que nuestro llamado y nuestro propósito están íntimamente relacionados. El texto de Hechos 13:36, nos dice que «David, después de haber servido el propósito de Dios en su propia generación, durmió, y fue sepultado con sus padres, y vio corrupción». David no sirvió en el templo ni sirvió primariamente como profeta, como sí lo hizo Natán. Sirvió a Dios primordialmente como rey. 

Toda la historia fue orquestada y movida para que en el tiempo perfecto de Dios se produjera la primera venida del Señor Jesucristo (Gál. 4:4); pero lo mismo podemos decir de David, quien sirvió en una generación en particular al igual que cada uno de nosotros. No entramos a este mundo al azar, sino que entramos por diseño de Dios. Faraón fue levantado para que Dios mostrara Su poder en él y para que Su nombre fuera proclamado sobre toda la tierra (Rom. 9:17). Jeremías fue elegido antes de que Dios lo formara en el seno materno para servir como profeta en un tiempo designado (Jer. 1:5) y Pablo fue llamado desde el vientre de su madre para ser apóstol (Gál. 1:15-16), a pesar de que en la primera parte de su vida persiguió a la Iglesia a la que luego serviría. Cada ser humano ha sido creado con un propósito específico en la mente de su Creador. El rey David no fue la excepción, sino la regla. Consideremos nuevamente el texto citado más arriba acerca del propósito de David: «Porque David, después de haber servido el propósito de Dios en su propia generación, durmió, y fue sepultado con sus padres, y vio corrupción». Este versículo contiene tres palabras claves para los fines de nuestra discusión:

  1. Después,
  2. Propósito y
  3. Generación.

El texto habla de la muerte de David, pero nos dice varias cosas sobre esa muerte. Por un lado, nos deja ver que su muerte fue como la de cualquier mortal porque su cuerpo vio corrupción; se descompuso en la tumba de la misma manera que ocurrirá con el suyo y el nuestro. Pero este pasaje también nos deja ver que la muerte de David ocurrió después (esa es la primera palabra clave) de un evento en particular y ese evento fue el cumplimiento de su propósito en la vida. Al nacer, entras a una historia que no comenzó para jugar un rol en particular dentro de ella y saldrás de allí en el momento designado por el autor de la historia. Dios será quien la continúe a través de otros seres humanos. Nosotros entramos y salimos de este mundo conforme al calendario de la Providencia de Dios. Jesús lo dijo de esta manera: «¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?» (Mat. 6:27). Y David lo había expresado de esta otra manera en el Libro de los Salmos: «Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos» (Sal. 139:16). Su nacimiento le da inicio al propósito de Dios en su vida, y su muerte es el punto final de su historia de este lado de la eternidad. David murió, pero no sin antes llenar el propósito de Dios en su vida. Para los que creemos que Dios inspiró cada palabra escrita en el texto bíblico, la palabra después no aparece allí de manera accidental. Con esa sola palabra, Dios nos deja ver que David permaneció con vida hasta que Él culminó Su propósito con David en esta tierra y después murió. 

La segunda palabra que queremos explorar del texto de Hechos 13:36 es la palabra propósito. El versículo de Hechos 13 que citamos unos párrafos atrás nos deja ver que Dios hizo nacer a David en el momento que nació porque su vida no solo tenía un propósito, sino que tenía un propósito dentro de su propia generación; por eso no nació en una generación anterior ni en una posterior. Los propósitos de Dios tienen un tiempo específico. «Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gál. 4:4). Si miras un reloj a las doce en punto, notarás que la manecilla que da la hora, la manecilla que da los minutos y la manecilla que indica los segundos están todas superpuestas y coinciden para marcar las doce en punto. Cuando todos los eventos de la historia coincidieron de esa forma en el «reloj» de Dios, el Padre envió a Su Hijo. Así de preciso es el tiempo de Dios para cada cosa. 

El propósito de Dios debe ser llevado a cabo en Su tiempo. Salomón parece haber entendido muy bien este principio, pues en Eclesiastés 3:1 escribió: «Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo». Leamos esto nuevamente: «Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo». El propósito de Dios tiene un tiempo específico y una generación específica. Si tratas de llevar a cabo el propósito de Dios antes de tiempo, fracasarás. Moisés quiso liberar al pueblo hebreo de la opresión y comenzó por matar a un egipcio 40 años antes de que Dios estuviera listo para usarlo. Esa acción le costó mucho, ya que tuvo que huir, y Dios no comenzó a liberar a ese pueblo hasta 40 años después. Y lo hizo a través de Moisés, pero no en su tiempo. Moisés entendió su propósito: liberar al pueblo judío; pero no entendió el tiempo… Su reloj estaba adelantado. El reloj de Dios nunca se adelanta ni se atrasa. Lo que Dios hace hoy en el tiempo lo decidió ayer en la eternidad pasada, fuera del tiempo. Y a partir de ahí, movió la historia en la dirección de Sus propósitos eternos.

La siguiente ilustración que escuchamos una vez quizás podrá ayudarte a entender mejor lo que estamos tratando de decir. Cuando una hija casada de 28 años le dice a su madre que está embarazada, hay alegría, gozo y celebración en ese hogar. Cuando la otra hija de 16 años y soltera le dice a su madre que está embarazada, hay tristeza, lágrimas, vergüenza y dolor. ¿Cuál es la diferencia? El tiempo. La hija soltera se apresuró y actuó de manera pecaminosa fuera del diseño y del tiempo de Dios. Él hace todo hermoso, pero en Su tiempo.

Dios lo colocó a David en medio de una generación en particular para que dentro de esa generación pudiera impactar su era, pero el impacto del propósito de David fue más allá de su generación. Y de esa misma manera, Dios nos ha llamado a hacer algo que impacte nuestros tiempos y que perdure más allá de nuestra generación. Él no lo ha puesto en esta tierra para que registre la historia, sino para impactarla y cambiarla a través de su vida, bajo la dirección y el señorío de Cristo y para Su honor y Su gloria. Los padres que logran criar una descendencia santa para Dios no solo impactan su generación, sino también la próxima. Si lo único que hacemos es quejarnos de cómo están las cosas en nuestros días, solo estamos registrando la historia; pero Dios quiere que la cambiemos y no meramente que la registremos.

Una generación es el conjunto de personas que viven dentro de una misma época. Unos sirven a su generación como David lo hizo y otros se sirven de ella. Cuando tratamos de servirnos de nuestra generación, no encontramos satisfacción ni propósito porque ni siquiera Cristo vino a ser servido, sino a servir (Mar. 10:45). Y esa es otra de las observaciones que queríamos hacer. Muchas veces no estamos satisfechos porque no servimos. No podemos llevar a cabo nuestro propósito cruzados de brazos, en la inactividad. Nuestro Dios no es un Dios pasivo. Cristo dijo: «Hasta ahora mi Padre trabaja, y yo también trabajo» (Juan 5:17). Nuestro propósito está íntimamente relacionado con nuestro servicio. Dios nos llama siervos y los siervos sirven. Además, los verdaderos siervos no solo sirven a los cristianos, sino también al incrédulo como Cristo lo hizo con Judas. El verdadero siervo no es selectivo en su servicio; sirve porque esa es su naturaleza; servir es su gozo y lo hace dentro y fuera de la iglesia.

Cuando cumplió el propósito para el cual fue creado, David durmió. Desconocemos cuántas personas creen que Dios las creó con un propósito definido. Pero esa es la realidad. Nuestro Dios es un Dios de propósito y, como tal, nunca ha creado algo sin que haya concebido previamente el propósito para el cual lo crearía. Ningún alfarero crea una vasija sin pensar primero cuál es el uso que quiere que se le dé. Si es una taza de café, la hace poco profunda al momento de crearla y le coloca un asa; si es un florero, lo hace profundo para que pueda sostener el tallo de la flor y usualmente sin asa. Así también es nuestro Dios; Él nos formó con un propósito en mente. La primera razón por la que cada uno de nosotros necesita encontrar su propósito (ver capítulo anterior) es porque nuestra satisfacción en la vida depende de que hayamos encontrado el propósito para el cual Dios nos creó, y no solo que lo hayamos encontrado, sino que lo estemos viviendo. 

Un fragmento del libro Siervos Para Su Gloria (B&H Español)


Piedras de tropiezo en el ministerio: El orgullo

September 10, 2020 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Miguel Núñez

Muchas de las caídas de los hombres de Dios han estado precedidas por el orgullo. El orgullo nos lleva a creer que a nosotros no nos ocurrirá lo que le ha ocurrido a otros. Este mismo orgullo nos hace creer que no tenemos que rendir cuentas o que podremos manejar la tentación sin la ayuda de ninguna otra persona. […] El orgullo nos conduce a permanecer callados cuando hemos pecado. 

La persona humilde busca ayuda, confiesa, se arrepiente, rinde cuentas. El orgullo quiere impresionar; lucir bien; ganarse el aplauso y frecuentemente entiende que no necesita someterse a nadie. 

[…] El orgullo parte de una comparación subjetiva que favorece al que hace la comparación. Uno de los aspectos más serios del orgullo, es que lleva al líder a acreditarse el mérito y a empañar la gloria de Dios […].

Un hombre orgulloso siempre quiere ser el centro de atención y siempre hace lo posible para que la atención esté sobre él. Esto impide que otros surjan o se formen como líderes, porque piensa que podrían quitarle la posición o la autoridad. Este hombre orgulloso considera a los demás líderes como posibles amenazas a su autoridad. 

Manifestaciones del orgullo

A continuación, algunas manifestaciones que el orgullo puede tener: 

El líder que frecuentemente enfatiza sus títulos, sus logros, o que disfruta hacer alardes de poder. 

Todo esto solo habla de una inseguridad en el ser humano que requiere traer a colación su preparación y sus logros para sentirse seguro o superior a otros. En medio de nuestra generación donde proliferan los autodenominados apóstoles y profetas, debemos recordar que los alardes de poder por parte de este grupo nunca fueron parte de la vida de Jesús, ni de sus verdaderos apóstoles. El Apóstol Pablo dejó todas estas cosas atrás al experimentar el cambio en su vida, declarando en Filipenses 3:3: «… no poniendo la confianza en la carne». Lo que antes consideraba de importancia, luego Pablo le llamó «basura» o «pérdida» por amor a Cristo (Fil. 3:7). La meta de Pablo y la nuestra debe ser conocerlo a Él y el poder de su resurrección (Fil. 3:10). 

El líder incuestionable que no tolera ningún tipo de observación o señalamiento.

Este es el líder que se ofende con facilidad y luego perdona y olvida con dificultad. Cristo, que es la máxima expresión de la humildad, nunca se ofendió… aun cuando injustamente le llamaron bebedor, glotón y amigo de prostitutas. Debemos estar conscientes de que somos peor de lo que pensamos y no somos tan buenos como creemos. 

El líder controlador. 

La necesidad de controlar a otros es una señal de debilidad en muchos líderes. Esto habla de inseguridad en la persona que teme que las circunstancias puedan salirse de su control. Desafortunadamente, el controlador se irrita con facilidad, sospecha con frecuencia de los demás y no da espacio para el desarrollo de otros ni para la expresión de la diversidad. El orgullo quiere controlarlo todo, saberlo todo, determinarlo todo y que todo lo que se considere y se determine sea para la satisfacción personal del individuo. 

Indisposición al aprendizaje.

El orgullo indispone al hombre de Dios para aprender. […] Nadie lo sabe todo. Si existen recursos de educación continua y conferencias para pastores, ¿por qué considerar ofensivo el asistir? Ese pastor podría también pensar: «¿irán ovejas también a estas conferencias?». El aprender sentados junto a las ovejas es bueno para el alma, porque todos necesitamos aprender, aunque sea en distintas áreas y niveles de conocimiento de Dios. 

No aceptación o no apertura a las opiniones de los demás. 

El orgullo no nos permite aceptar las opiniones de otro y con frecuencia las rechaza con ofensas. Por un lado, el orgullo ofende con facilidad a otros, sobre todo cuando otros mencionan algo que quizás la persona orgullosa no percibe como correcto o con lo que no está de acuerdo. A la vez, el orgullo es defensivo porque defiende su posición, muchas veces sin dar siquiera el beneficio de la duda o sin reconocer que podría estar en un error. 

Autosuficiencia.

El orgullo es autosuficiente; no le gusta pedir ayuda. Existe una broma generalizada en muchas culturas de que cuando un hombre está conduciendo y se pierde, no pide dirección. Generalmente la mujer se detiene y pregunta para saber cómo llegar. Pero el hombre da vueltas y vueltas. El orgullo no nos permite admitir que estábamos perdidos, aunque eventualmente hayamos encontrado el camino. 

Vulnerabilidad a la caída. 

El orgullo vuelve a la persona particularmente vulnerable a las caídas. El orgulloso no admite sus errores, no pide ayuda, no reconoce que otros pueden saber más. Esto vuelve al líder más vulnerable a los errores y caídas, resulta en nuestro detrimento y empeora nuestra condición. Este orgullo también interfiere al momento de lidiar con las ovejas porque endurece nuestro corazón y lo vuelve poco compasivo. […] Este es uno de esos pecados que todo el mundo ve, menos el que lo tiene; es como un punto ciego. Es el mismo orgullo el que no nos permite ver que somos orgullosos. 

[…] El orgullo no es solo una piedra de tropiezo para tu posible caída; es un impedimento para poder ministrar a las ovejas que están en necesidad. 

El líder enigmático o misterioso. 

El orgullo hace a las personas excesivamente reservadas y faltas de transparencia; a estas personas les gusta hacer las cosas en secreto y mantenerlas en secreto porque el orgullo vive para la apariencia, para el buen nombre, para la buena posición y, por tanto, el orgulloso es muy reservado con sus cosas. El orgullo muchas veces hace que el individuo ponga distancia entre él y los demás. En algunos casos, puede tener muchos conocidos, pero nadie lo conoce a profundidad, los pasos que da y las decisiones que toma porque él no comparte esta información.

Dios ha revelado su sentir respecto al orgullo: «… no toleraré al de ojos altaneros y de corazón arrogante» (Salmo 101:5b). Debemos notar que Dios no dijo «lo ignoraré», sino que utiliza un término enfático, «no toleraré». Estas palabras nos llaman a la sobriedad y nos deben conducir a orar por humildad en todo tiempo. 

—

Un fragmento del libro De pastores y predicadores (B&H Español)


IMAGEN: Alex Mihai C en Unsplash

Vive el llamado de Dios

August 13, 2020 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Miguel Núñez

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón,
como para el Señor y no para los
hombres.” (Col. 3:23)

De acuerdo con nuestra experiencia, la mayoría de los cristianos tienen un entendimiento limitado de lo que es el llamado de Dios. Algunos (o muchos) hablan de llamado casi exclusivamente cuando se refieren al llamado ministerial, en particular, al llamado a ser pastor. Sin embargo, pensar de esta manera limita mucho el entendimiento de la revelación de Dios con relación a la responsabilidad del hombre aquí en la tierra. Desde que comenzamos a leer el relato bíblico sobre la creación de Adán y Eva, podemos identificar un llamado que Dios hizo a esta primera pareja y a sus descendientes: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra» (Gén. 1:28). Más adelante, en Génesis 2:15 leemos: «Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara». Esta asignación le fue dada al hombre antes de la caída; ese trabajo con todas sus implicaciones posteriores ha sido denominado «el trabajo de creación».

Después de la caída, hubo necesidad de un tipo de trabajo diferente que tiene que ver con la evangelización del mundo y la redención de lo creado, y ese trabajo ha sido denominado «el trabajo de redención». De esta manera, al estudiar la revelación bíblica es fácil ver esta responsabilidad dual que Dios le ha dado al hombre y a la mujer: el trabajo de creación y el trabajo de redención. No olvidemos que los dos temas principales de la vida son la creación y la redención. Si deseamos ser hijos de Dios responsables, tenemos que participar en ambos. Podríamos simplificarlo y pensar que la tarea redentora tiene que ver con la evangelización y que la tarea relacionada a la creación tiene que ver con servir a la cultura y a la sociedad donde Dios nos ha colocado. No todo el mundo ha sido llamado a realizar la misma tarea y eso está claramente evidenciado en el registro bíblico:

  • Abraham sirvió a Dios como ganadero.
  • Moisés sirvió a Dios como legislador y profeta.
  • José sirvió a Dios como un hombre de estado, al igual que Daniel.
  • David sirvió a Dios como pastor y luego como rey.
  • Isaías sirvió a Dios como profeta.
  • María sirvió a Dios como la portadora de Su Hijo.
  • Pablo sirvió a Dios como evangelista, plantador de iglesias y pastor.

Ninguno de estos hijos de Dios tuvo un llamado superior o inferior al otro. Como habíamos mencionado en un capítulo anterior, hasta la época de la Reforma hubo un malentendido con relación al llamado del ser humano. En aquel entonces, se decía que los ministros tenían una vocación y un llamado especial de parte de Dios para hacer una tarea sagrada, mientras que se consideraba que el resto de la labor del hombre era algo secular. Martín Lutero y los demás reformadores pusieron fin a esa dicotomía y entendieron que la vocación es aquello a lo cual Dios nos ha llamado. Y si Dios te ha llamado a servirlo en una capacidad, lo que haces es tan sagrado para Él como cualquier otra cosa que el hombre pueda hacer por designación divina. «El término vocación era entendido como un llamado a la vida monástica, lo cual implicaba dejar el mundo atrás. Desde el inicio, el protestantismo rechazó la idea medieval y eliminó la distinción entre lo sagrado y lo secular. Aunque esto puede entenderse como un acto para deshacer lo sagrado, también puede entenderse como la transformación de lo secular en sagrado». El trabajo dignifica al hombre. 

El texto de Colosenses 3:23 con el que comienza este capítulo nos recuerda que toda obra hecha por un hijo de Dios aquí en la tierra debe ser hecha para el Señor y no para los hombres. El apóstol Pablo no diferencia en este texto el trabajo de redención del trabajo de creación, según lo definimos más arriba. Hagamos lo que hagamos, esa tarea que desempeñamos en la vida es una de las múltiples obras dadas por Dios a los seres humanos para que glorifiquemos Su nombre. Cada talento que trae el ser humano al nacer y que es capaz de desarrollar le ha sido dado por el Creador con la intención expresa de que lo use de alguna manera que traiga honra y gloria a la multiforme gracia y creatividad de nuestro Señor. Dios nos dio en Su Palabra toda una cosmovisión de cómo vivir, en cualquier ámbito de este mundo, de una manera santa y digna de nuestro llamado.

Un fragmento del libro Siervos para su gloria (B&H Español)


Portada por Clark Young en Unsplash

11 señales de inmadurez en nuestro carácter

June 23, 2020 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Miguel Núñez

En la medida en que somos sinceros, podemos, con la ayuda de la Palabra de Dios y del Espíritu de Dios, ir descubriendo las señales de inmadurez en nuestro carácter. A continuación algunas de estas señales:

1. Una necesidad muy grande de aprobación.

Debido a nuestra condición caída, todos anhelamos ser aprobados. Sin embargo, algunos tenemos necesidad extrema de aprobación. A la menor señal de que el otro no nos aprobó, nos ofendemos o irritamos, así fuera un simple saludo que alguien dejó de darnos. Otras veces la necesidad está más escondida. «Aun el compartir públicamente nuestro arrepentimiento o fracasos podría estar motivado por un hambre inconsciente de aprobación». 

Somos personas complejas con mecanismos de defensa o formas múltiples de ocultar nuestras disfunciones. En el fondo, estas manifestaciones externas corresponden a inseguridades internas. Necesitamos una idea más grande del Dios que adoramos y una idea más pequeña del hombre y de los reconocimientos de esta vida. 

2. El perfeccionismo.

El perfeccionismo es una señal de inseguridad. A medida que experimentamos mayor grado de inseguridad, experimentamos mayor necesidad de sentirnos seguros, y el perfeccionismo no es más que una forma extrema de querer controlar nuestro entorno porque el control del entorno garantiza nuestra seguridad, lo cual nunca lograremos alcanzar realmente. Conforme maduramos en nuestra relación con Dios, ese perfeccionismo debiera disminuir al sentirnos seguros en Cristo. 

3. Los celos.

Los celos son otra indicación de que nuestro mundo emocional necesita madurar. Algunos experimentan celos por sus amistades cuando hacen otros amigos. La persona celosa quiere controlar las relaciones de los demás. 

Frecuentemente los hijos únicos experimentan esa sensación cuando sus padres tienen un segundo hijo. Algunos incluso retroceden en su comportamiento y entonces vemos a niños de ocho y diez años que comienzan de nuevo a mojar las sábanas durante la noche, sin «poder» controlar el esfínter urinario. Hasta ahí llega nuestra condición caída. Donde hay celos, invariablemente hay contiendas (1 Cor. 3:3; 2 Cor. 12:20; Gál. 5:20; Sant. 3:14,16).

4. La condenación frecuente del otro.

Esta actitud está motivada por un sentido de superioridad respecto de los demás; es lo que en inglés se conoce como self-righteousness o arrogancia moral. Estas personas tienden a señalar o criticar a cualquier otro que no llene su estándar. Las personas maduras son personas humildes y las personas humildes no se sienten motivadas a condenar al prójimo.

5. El resentimiento y la falta de perdón.

El resentimiento y la falta de perdón son evidencias de ira acumulada. Esta es una señal de alerta de que tenemos profundas áreas de inmadurez. Las personas emocionalmente maduras perdonan con relativa facilidad. Incluso las no cristianas, pero emocionalmente maduras, pueden lograr otorgar el perdón con relativa facilidad dada la imagen de Dios en el hombre. Quizás esas personas no creyentes que logran perdonar a otros no puedan perdonar con la profundidad con la que un hijo de Dios puede hacerlo, o con las bendiciones que se le añaden por ser un hijo de Dios. Las personas con dificultad para el perdón se ven a sí mismas como víctimas y olvidan que la mayor víctima de todas fue el Señor Jesús y nosotros fuimos Sus victimarios.

6. Los arranques incontrolables de ira.

Los arranques de ira que no podemos controlar revelan falta de dominio propio. Esta falta de control se relaciona más con nuestra naturaleza carnal que con la imagen del nuevo hombre. Si no podemos controlar la ira, hay algo de nuestra naturaleza pecadora que está tomando el control en esos momentos en lugar del Espíritu Santo que mora en el creyente. Recordemos que el dominio propio es un fruto del Espíritu (Gál. 5:22-23). 

7. Amar servir, pero por las razones equivocadas.

Cuando nos encanta servir, pero por las razones equivocadas, revelamos nuestro egocentrismo. Muchas veces, nos encanta servir a otros porque al hacerlo somos el centro de atención y, en nuestra inmadurez, nos gusta estar en el centro. Cuando somos el centro, la gente nos ve, nos aplaude, nos aprueba y demás. Debemos servir, pero por las razones correctas. «Mucha gente ha cambiado su conducta, pero sus motivaciones y deseos todavía están errados, de manera que Dios no se siente más complacido con la nueva conducta que con la anterior».

8. Dificultad para reconocer el talento de los demás.

Cuando tenemos dificultad para reconocer el talento de otro, que no es otra cosa sino una señal de envidia, nos autojustificamos con frases como «No puedo aplaudir a otros porque entonces se podrían enorgullecer». Pero la realidad es que en la Biblia frecuentemente encontramos a Dios elogiando a muchos de Sus hijos. De Moisés se dice que era el más humilde sobre la faz de la tierra (Núm. 12:3). De Job, Dios dice que era un hombre justo o intachable. Pablo exhorta a los hermanos a imitar a Timoteo (Fil. 2:19-24). Nuestro rol es animar al otro, edificarlo, estimularlo, ayudarlo; y Dios se encarga del resto. Esto nos permite apreciar los talentos de los demás.

9. Dificultad para controlar la lengua.

La dificultad para controlar la lengua revela una falta de llenura del Espíritu en la persona. Esta es una debilidad pecaminosa de la cual Santiago habla en el capítulo 3 de la epístola que lleva su nombre. La falta de control sobre la lengua no solamente es algo pecaminoso, sino que también evidencia una inmadurez espiritual que es la raíz de la falta de control en nuestro hablar. El fruto del Espíritu (Gál. 5:22-23) es el resultado de la llenura del mismo Espíritu. 

10. Dificultad para seguir relacionándonos de cerca con otros que difieren de nosotros.

Esto es algo significativo. Los demás no tienen que estar de acuerdo con lo que nosotros apreciamos, con aquello que nos gusta y con lo que deseamos. 

Muchos se alejan de personas que difieren de ellos porque se sienten inseguros en su presencia. Otros solo conocen una manera de relacionarse con los demás y es a través de la codependencia. Las personas codependientes necesitan estar de acuerdo en todo para sentirse cómodas. La codependencia frecuentemente es una señal de que tenemos una necesidad extrema de aprobación por parte de otras personas a quienes necesitamos para nuestro sentido de identidad. 

11. Actitud de sospecha hacia los demás.

Existen personas a nuestro alrededor que sospechan de todo el mundo. Emiten juicios de valor y evalúan las intenciones de los demás como si vivieran en su interior. Estas son personas que viven construyendo rompecabezas y jugando ajedrez en su mente y con la gente. Dicha actitud lleva a la manipulación. Así no podemos vivir. No se vive en tranquilidad, en paz, moviendo fichas todos los días en la mente. Si somos emocionalmente maduros, descansamos sabiendo que las fichas del ajedrez las mueve Dios. No hay nada mejor que vivir emocionalmente libre. En Cristo y por Cristo. No por esfuerzo propio. ¿Te imaginas el daño que podemos causar si vivimos amarrados por algunas de las cosas que acabamos de mencionar?

Un fragmento del libro Siervos para su gloria (B&H Español)


Foto por Eric Ward en Unsplash

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