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sufrimiento

Dios conoce tu dolor

January 27, 2022 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Josué Barrios

«Porque él no desprecia ni tiene en poco el sufrimiento del pobre; no esconde de él su rostro, sino que lo escucha cuando a él clama» Salmos 22:24


En el momento más crítico de la historia de la humanidad, cuando todo parecía perdido y el Hijo de Dios agonizaba en la cruz del Calvario, este fue el salmo que estuvo en Su mente y corazón (Mat. 27:46). Se trata de uno de los pasajes de la Biblia más explícitos sobre el sufrimiento incomparable de Jesús por nosotros.
Al igual que David, el autor humano del salmo, Jesús soportó gran aflicción antes de ser exaltado como el Rey del pueblo de Dios. Sin embargo, las cosas que en este salmo lucen como exageraciones o meras figuras literarias por parte de David para ilustrar y expresar su dolor, fueron verdaderas en Jesús.

Los vestidos de Jesús fueron repartidos y otros echaron suerte sobre ellos mientras Él estaba desnudo y en vergüenza (v. 18; comp. Mat. 27:35). Sus manos y pies fueron horadadas en verdad (v. 16). La gente lo miró colgado en la cruz, y menearon la cabeza en burla hacia Él mientras le decían: «Este confía en el Señor, ¡pues que el Señor le ponga a salvo!» (v. 8; comp. Mat. 27:43). En aquella cruz, Él experimentó realmente el abandono de Dios para que nosotros no tengamos que experimentarlo jamás si creemos el evangelio (v. 11; comp. Mat. 27:46).

El Salmo 22 parece escrito por el mismo Jesús mientras agonizó en el Calvario. Por lo tanto, es un salmo que nos llama a la esperanza en Dios. No importa cuán terrible sea la adversidad que enfrentemos, sabemos que Dios está con nosotros porque Su Hijo sufrió hasta lo sumo para que eso fuese una realidad. Cristo fue tratado como un criminal ante el Juez del universo para que tú y yo podamos ser recibidos como hijos.

Además, este salmo nos recuerda que Dios conoce el dolor no solo porque conoce todas las cosas, sino también porque lo experimentó por nosotros. Nuestro Salvador es varón de dolores experimentado en aflicción (Isa. 53:3). Esto no brinda todas las respuestas que quisiéramos aquí y ahora a todas nuestras preguntas en medio del sufrimiento, pero sí es la muestra más grande de que Dios no es indiferente a nuestra aflicción. El sufrimiento de Jesús en la cruz es la muestra irrefutable de Su amor por nosotros que nunca nos dejará (Rom. 5:8; 8:31-39).

Al mismo tiempo, este salmo no solo nos apunta al sufrimiento de Cristo, sino también a Su exaltación (v. 22) y nuestra adoración a Dios en respuesta a Su salvación (vv. 23-31). Por tanto, ora que el Señor te conceda deleitarte más en Su amor revelado en el evangelio, y que así tu corazón sea movido a la alabanza en medio de la prueba. Cristo no se quedó en el sepulcro. Él fue exaltado. En esto tenemos la certeza de nuestra salvación y esperanza.


Josué Barrios sirve como Coordinador Editorial en Coalición por el Evangelio. Ha contribuido en varios libros y es el autor de Espiritual y conectado: Cómo usar y entender las redes con sabiduría bíblica. Es periodista y cursa una maestría de estudios teológicos en el Southern Baptist Theological Seminary. Vive con su esposa Arianny y su hijo Josías en Córdoba, Argentina, y sirve en la Iglesia Bíblica Bautista Crecer, donde realiza una pasantía ministerial. Puedes leerlo en josuebarrios.com y seguirlo en Instagram, Twitter y Facebook.

¡Prepárate para sufrir!

August 20, 2020 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Juan Sánchez

Debemos prepararnos para el sufrimiento cristiano. 

Observa cómo Jesús lo hace para la iglesia en Esmirna. Él explica la realidad del sufrimiento, le habla a la iglesia sobre «… lo que estás por sufrir», pero les ordena que no tengan miedo (Apoc. 2:10). En Occidente hoy en día, la mayoría de los cristianos no padecen persecución, realmente no, todavía no. Sin embargo, al leer nuestros periódicos o ver nuestros noticieros, estamos convencidos de que el mundo se está desmoronando. Nos quejamos de incrédulos que actúan como, eh, bueno, como incrédulos. Y tememos vernos atrapados en el «sufrimiento», la «pobreza» y las «calumnias» que las poblaciones anticristianas quieren que padezcamos. Pero Jesús nos muestra cómo leer las noticias con fe, no con miedo. De hecho, Él nos asegura que no hay que tener miedo.  

Si bien podemos seguir a Cristo a pesar del sufrimiento o incluso de la muerte, no debemos temer, porque el sufrimiento que ahora padecemos es solo ligero y efímero en comparación con el peso eterno de gloria que aguarda a todos los que venzan sus temores (2 Cor. 4:17). Jesús le recuerda a la iglesia en Esmirna que su sufrimiento es temporal; Él les expresa que sufrirán encarcelamiento por solo diez días (Apoc. 2:10).

Independientemente de cómo interpretes los números en Apocalipsis, la esencia de lo que Jesús quiere declarar es que su sufrimiento será limitado. Si bien es posible que en esta vida nuestro sufrimiento no tenga fin, aún este no es nada en comparación con la eternidad de gozo que nos espera. Comprender la realidad del sufrimiento y sus límites nos ayudará a resistir con fidelidad. 

Jesús les recuerda a los cristianos de Esmirna que la fuente real de su sufrimiento es Satanás mismo. Los judíos en Esmirna eran una sinagoga de Satanás porque, como Satanás, se oponían a Cristo y a Su Iglesia; el verdadero pueblo de Dios. Después de que Satanás perdió la guerra contra Jesús, comenzó a pelear contra nosotros, la Iglesia de Cristo (12:13-17). 

Cristiano, recuerda que nuestra batalla no es contra otras personas, ni siquiera contra nuestros perseguidores; nuestra batalla es contra Satanás y sus demonios. Nuestra batalla es espiritual. Los incrédulos en este mundo que se oponen a nosotros no son nuestros enemigos; son nuestro campo misionero. Debemos amar a aquellos que somos dados a considerar como «enemigos» y orar por aquellos que nos persiguen; y rogar que, a través de nuestro testimonio fiel, ellos también puedan llegar a conocer a Cristo. 

Jesús le indica a la iglesia en Esmirna el motivo del sufrimiento cristiano: «ponerlos a prueba» (2:10). A simple vista, escuchar que nuestro Señor nos permite sufrir para poner a prueba nuestra fe quizás no sea muy reconfortante. Pero, si nos detenemos y pensamos en ello, si comprendemos lo que Jesús afirma, nos daremos cuenta de que todo sufrimiento cristiano tiene un propósito. Nuestro sufrimiento, ya sea como cristianos individuales o como parte de una iglesia, es un medio por el cual nuestro Padre celestial nos está transformando según la imagen de Su Hijo (Rom. 8:28-30). Cuando nuestra fe se sostiene bajo el peso del sufrimiento, demuestra que es genuina, y esto a su vez aumenta nuestra confianza. Incluso si todos nuestros peores temores se hacen realidad, Dios los usará para nuestro bien. No siempre está claro cómo lo hará; de hecho, el sufrimiento puede dejarnos sintiéndonos magullados y frágiles espiritualmente, tal vez incluso por un tiempo muy prolongado. Pero, aun así, podemos aferrarnos a esta promesa de que nuestro dolor no se desperdiciará. 

Jesús no desperdicia nuestro sufrimiento; Su intención es que nuestro sufrimiento fortalezca nuestra fe como un medio para nuestra perseverancia (1 Ped. 1:6-7). Sé que puede ser difícil de entender, pero Dios permite el sufrimiento cristiano para Su gloria y para nuestro bien; de modo que seamos transformados a la imagen de Cristo. 

Así que, déjame preguntarte: ¿crees tú eso? Si así es, ¿dejarás que esta verdad fortalezca tu corazón para que pueda imponerse al miedo que tantas veces acecha tu mente? Recuerda algunas de las decisiones recientes que has tomado, como individuo o como miembro de tu iglesia. ¿Es posible que el miedo te haya motivado, consciente o inconscientemente? Si es así, ¿volverás a considerar esas decisiones? 

¿Y qué me dices de tu familia de la iglesia? ¿Tienen ellos la impresión de que, en última instancia, la vida cristiana es cómoda? ¿Se están abordando estos temas desde el púlpito? ¿Hablas sobre ellos al compartir un café? ¿Desafías estas expectativas, o las justificas con una sonrisa amable o con tu silencio? Si no hacemos estas cosas, entonces dejaremos a nuestros hermanos expuestos al peligro, porque el miedo es realmente poderoso, pero Cristo es aún más poderoso. 

¡Adelante!

A medida que crecemos en nuestra comprensión del sufrimiento cristiano (su realidad, su origen y su propósito) podremos, por fe, tener en cuenta el mandamiento del Señor de ser «… fiel hasta la muerte…», porque este viene con una promesa para todos los que resisten fielmente: «… y yo te daré la corona de la vida» (Apoc. 2:10). Aquí, la vida eterna se representa como «la corona de la vida», una corona otorgada a los vencedores. El vencedor recibe el botín, y este es un premio de valor indescriptible. 

Al seguir a Jesús, no solo lo seguimos al sufrimiento y a la muerte; también lo seguimos a la resurrección y a la gloria, porque Él es «… el que murió y volvió a vivir» (v. 8). Jesús afirma que todos los que venzan el temor al sufrimiento y a la muerte por la fe en Él, y que perseveren fielmente hasta el final, no sufrirán «… daño alguno de la segunda muerte» (v. 11). Pero, al final de Apocalipsis, se nos advierte qué sucederá con los cobardes infieles que prefieren negar a Cristo antes que enfrentar el sufrimiento: «… recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Ésta es la segunda muerte» (21:8). 

Alguien que se aferró a esta promesa de la corona de la vida fue Policarpo, obispo de Esmirna. Alrededor del año 155, unos 60 años después de que esta carta fue escrita, las autoridades gobernantes le indicaron a Policarpo que se postrara ante César y renunciara a Cristo. Policarpo respondió: «Durante 86 años he sido su siervo, y Él no ha errado en mi contra. ¿Cómo puedo blasfemar a mi Rey, quien me salvó?». Entonces el procónsul amenazó a Policarpo con bestias salvajes y fuego. Una vez más, Policarpo respondió: «Me amenazas con un fuego que arde solo brevemente y después de un corto tiempo se apaga, porque ignoras el fuego del juicio venidero y el castigo eterno, que está reservado para los impíos —luego añadió—: ¿Pero por qué tardas? Ven, haz lo que quieras». 

Policarpo, un cristiano de 86 años, básicamente expresa… ¡Adelante!

¿Puedes imaginar eso? ¡Oh, cuánto anhelo ese tipo de fe en todos mis momentos de cobardía! Pero Jesús afirma que podemos tenerla. Necesitamos verlo en toda Su gloria: el Cristo resucitado que, como el Primero y el Último, gobierna en todo momento. Él es quien murió y resucitó para no morir más. Cuando miramos a este Cristo resucitado y creemos lo que nos ha prometido, entonces no tendremos miedo. Esa es la fe de Policarpo, y esa es la fe que yo anhelo. Esa es la fe que todos deberíamos anhelar. Esa es la fe por la que debemos orar. 

Entonces, (casi) en las palabras de Policarpo… ¡Adelante!

—

Un fragmento del libro 7 amenazas que enfrenta toda iglesia y tu parte en superarlas (B&H Español)

Portada por Eric Ward en Unsplash

Las tormentas del mundo

July 6, 2020 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Tim Keller

“Descendió a Jope y, encontrando un barco rumbo a Tarsis, pagó el pasaje y se embarcó para ir con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor. Pero el Señor lanzó un gran viento sobre el mar, y hubo una tormenta tan poderosa que se esperaba que el barco se iba a romper.”

—JONÁS 1:3b‐4

Jonás huyó, pero Dios no lo soltó. El Señor «lanzó un gran viento sobre el mar» (v. 4). La palabra «lanzó» se usa con frecuencia para arrojar una lanza (1 Sam. 18:11). Es una viva imagen de Dios que puso en marcha una poderosa tempestad en el mar alrededor del barco donde iba Jonás. Era un «gran» (gedola) viento, la misma palabra que se usa para describir a Nínive. Si Jonás se negaba a ir a la gran ciudad, tendría que atravesar una gran tormenta. Esto nos comunica tanto noticias desalentadoras como reconfortantes.

Las tormentas que se relacionan con el pecado

Las noticias desalentadoras son que todo acto de desobediencia a Dios se relaciona con una tormenta. Este es uno de los grandes temas de la literatura de sabiduría del Antiguo Testamento, en especial el Libro de Proverbios. Debemos tener cuidado en este punto. Esto no significa que toda dificultad que viene a nuestras vidas es el castigo por algún pecado en particular. Todo el Libro de Job contradice la creencia común de que a las buenas personas todo les sale bien y que, si algo va mal en sus vidas, debe ser su culpa. La Biblia no afirma que toda dificultad sea el resultado de algún pecado, pero sí enseña que todo pecado traerá consigo dificultades.

No podemos tratar nuestros cuerpos con indiferencia y esperar tener buena salud. No podemos tratar a las personas con indiferencia y esperar mantener su amistad. No podemos poner nuestros propios intereses antes que el bien común y todavía tener una sociedad funcional. Si atentamos contra el diseño y el propósito de las cosas, si pecamos contra nuestros cuerpos, nuestras relaciones y nuestra sociedad, nos devolverán el golpe. Hay consecuencias. Si atentamos contra las leyes de Dios, estamos atentando contra nuestro propio diseño, ya que Dios nos creó para conocerlo, servirlo y amarlo. La Biblia menciona que, en ocasiones, Dios castiga el pecado («El Señor aborrece a los arrogantes. Una cosa es segura: no quedarán impunes». [Prov. 16:5]), pero, en otras ocasiones, el mismo pecado nos castiga («La violencia de los malvados los destruirá, porque se niegan a practicar la justicia» [Prov. 21:7]). Ambos textos son verdaderos. Todo pecado se relaciona con una tormenta.

El erudito del Antiguo Testamento, Derek Kidner, escribió: «El pecado […] va creando estragos en la estructura de la vida, lo que solo puede terminar en quebrantamiento». En general, a los mentirosos se les miente, a los agresores se les agrede y quien a hierro mata, a hierro muere. Dios nos creó para vivir para Él más que para otra cosa, así que hay una parte espiritual que nos es dada. Si edificamos nuestras vidas y el sen- tido que ellas tienen en algo más que en Dios, estamos actuando contra la naturaleza del universo y de nuestro diseño y, por lo tanto, de nuestro propio ser.

En este caso, los resultados de la desobediencia de Jonás son inmediatos y dramáticos. Hay una poderosa tormenta dirigida directamente a Jonás. Lo súbito y violento era algo que aun los marineros paganos pudieron discernir como algo que tenía un origen sobrenatural. Con todo, esa no es la norma. Los resultados del pecado son a menudo más parecidos a la respuesta física que se tiene a una dosis debilitante de radiación. Uno no siente dolor de manera súbita en el momento que está expuesto a la radiación. No es como un dis- paro o el desgarre causado por una espada. Uno se siente bastante normal. Hasta después se experimentan los síntomas, pero para entonces es demasiado tarde.

El pecado es un acto suicida de la voluntad. Es algo parecido a tomar un fármaco adictivo. Al principio, puede sentirse maravilloso, pero cada vez se hará mas difícil no volver a hacerlo. Este es solo un ejemplo. Cuando te deleitas con pensamientos amargos, se siente tan gratificante fantasear con la venganza. Sin embargo, poco a poco aumentará tu capacidad de sentir lástima por ti mismo, reducirá tu capacidad de confiar y disfrutar de las relaciones, y, por lo general, consumirá la felicidad de tu vida diaria. El pecado siempre endurece la conciencia, te encierra en la prisión de tus propios razonamientos y una actitud defensiva, y te carcome poco a poco desde adentro.

Todo pecado se relaciona con una poderosa tormenta. La imagen es contundente porque aun en nuestra sociedad tecnológicamente avanzada, no podemos controlar el clima. No puedes sobornar a una tormenta o confundirla con lógica y retórica: «… estarán pecando contra el Señor. Y pueden estar seguros de que no escaparán de su pecado» (Núm. 32:23).

Las tormentas que se relacionan con los pecadores

La noticia desalentadora es que el pecado siempre se relaciona con una tormenta, pero también hay noticias reconfortantes. Para Jonás la tormenta fue la consecuencia de su pecado, pero los marineros también fueron atrapados en ella. Casi siempre las tormentas de la vida vienen a nosotros no como la consecuencia de un pecado en particular, sino como la consecuencia inevitable de vivir en un mundo caído y aquejado por problemas. Se ha dicho que «… el hombre nace para sufrir, tan cierto como que las chispas vuelan» (Job 5:7), y por eso el mundo está lleno de tormentas destructivas. No obstante, como veremos, esta tormenta llevó a los marineros a la fe genuina en el Dios verdadero, aunque no fuera su culpa. El mismo Jonás inició su viaje para comprender la gracia de Dios bajo una nueva perspectiva. Cuando las tormentas vienen a nuestras vidas, ya sea como consecuencia de nuestra maldad o no, los cristianos tenemos la promesa que Dios las usará para nuestro bien (Rom. 8:28).

Cuando Dios quiso hacer de Abraham un hombre de fe, quien sería el padre de todos los fieles en la tierra, Dios lo hizo peregrinar durante años con promesas, al parecer, sin cumplir. Cuando Dios quiso cambiar a José de un adolescente arrogante y sumamente consentido a un hombre de carácter, Dios hizo que durante años lo trataran mal. José supo lo que era ser un esclavo y estar en prisión antes de poder salvar a su pueblo. Moisés se convirtió en un fugitivo y pasó 40 años en la soledad del desierto antes de poder dirigir.

La Biblia no afirma que cada dificultad es el resultado de nuestro pecado, pero sí enseña que, para los cristianos, cada dificultad puede ayudar a reducir el poder del pecado en nuestros corazones. Las tormentas pueden despertarnos a verdades que de otra manera no las veríamos. Las tormentas pueden fomentar la fe, la esperanza, el amor, la paciencia, la humildad y el dominio propio en nosotros como ninguna otra cosa. Y un sinnúmero de personas ha testificado que encontraron la fe en Cristo y la vida eterna solo porque alguna gran tormenta las condujo hacia Dios.

De nuevo, debemos ser prudentes. Los primeros capítulos de Génesis enseñan que Dios no creó al mundo y a la raza humana para sufrir, para padecer enfermedades, para que ocurrieran los desastres naturales, para envejecer y morir. El mal entró al mundo cuando le dimos la espalda a Dios. Él tiene atado Su corazón al nuestro de tal manera que cuando ve el pecado y el sufrimiento en el mundo, Su corazón se llena de dolor (Gén. 6:6) y «en todas sus angustias Él fue afligido» (Isa. 63:9). Dios no es como un jugador de ajedrez que con indiferencia nos mueve como peones sobre un tablero. Tampoco suele ser evidente hasta años después, si es que alguna vez lo es en esta vida, lo que Dios estaba logrando a través de las dificultades que sufrimos.

Un fragmento del libro El profeta pródigo (B&H Español)


Foto por Felix Mittermeier en Unsplash

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