Por Dane Ortlund
Ahora consideraremos el corazón de Cristo relacionado a la amistad. Su corazón es nuestro amigo que nunca falla.
A diferencia de la actualidad, en generaciones anteriores era común pensar en Cristo como un Amigo. Analizaremos el tema de la amistad divina desde la perspectiva de los puritanos en este capítulo, pero ni siquiera necesitamos acudir a autores históricos o incluso cristianos para saber que hoy hemos menospreciado de forma lamentable aun la amistad entre humanos, quizás especialmente entre varones. Richard Godbeer, profesor de historia en la universidad de Virginia Commonwealth, ha demostrado a través de una extensa revisión de correspondencia escrita que la amistad masculina se ha diluido mucho en la actualidad en comparación con la riqueza del afecto saludable y no erótico entre los hombres en la América colonial.
Pero si permitimos que el mundo que nos rodea nos dicte el significado de la amistad, no solo perderemos una realidad vital para el florecimiento humano a nivel horizontal; perderemos, lo que es incluso peor, el deleite de la amistad de Cristo a nivel vertical.
Una de las referencias más llamativas sobre la amistad de Cristo llega justo antes del icónico texto de nuestro estudio en Mateo 11:28-30. En Mateo 11:19, Jesús cita a Sus acusado- res, quienes despectivamente lo llamaban «amigo de publica- nos y de pecadores» (es decir, un amigo de los hombres más despreciables en aquella cultura). Y como suele ser el caso en los Evangelios —como cuando los demonios dicen: «Sé quién eres, el Santo de Dios» (Mar. 1:24), o cuando el mismo Satanás reconoce que Cristo es el «Hijo de Dios» (Luc. 4:9)—, no son Sus discípulos sino Sus adversarios quienes de forma más clara perciben quién es Él. Aunque las multitudes lo llaman «el amigo de los pecadores» como una acusación, el calificativo es de un consuelo indescriptible para aquellos que se saben pecadores. Que Jesús sea amigo de los pecadores solo es despreciable para aquellos que sienten que no están en esa categoría.
¿Qué significa que Cristo sea amigo de los pecadores? Por lo menos, significa que le gusta pasar tiempo con ellos. También significa que ellos se sienten bienvenidos y cómodos en Su presencia. Observa el enunciado que da lugar al comienzo de una serie de parábolas en Lucas: «Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle» (Luc. 15:1). Los mismos grupos de personas con quienes se acusaba a Jesús de entablar amistad en Mateo 11 son aquellos que no pueden mantenerse alejados de Él en Lucas 15. Se sienten cómodos a Su alrededor. Perciben algo diferente en Él. Otros los mantienen a distancia, pero Jesús ofrece la irresistible intriga de una nueva esperanza. Lo que realmente está haciendo es atraerlos a Su corazón.
Considera tu propio círculo de personas con las que te relacionas. Sin duda, la línea de quiénes son tus amigos podría trazarse en diferentes zonas, como círculos concéntricos que se reducen hasta llegar a una diana. Hay algunas personas en nuestras vidas cuyos nombres conocemos, pero realmente están en el círculo exterior de nuestras amistades. Otros están más cerca del centro, pero tal vez no sean amigos íntimos. Al continuar hacia el interior, algunos de nosotros tenemos la bendición de tener uno o dos amigos particularmente cercanos, personas que realmente nos conocen y nos «cautivan», con quienes es un placer pasar tiempo. A muchos de nosotros, Dios nos ha dado un cónyuge como nuestro amigo terrenal más cercano.
Incluso caminar a través de este breve experimento mental puede encender focos de dolor. Algunos de nosotros estamos obligados a reconocer que no tenemos un verdadero amigo, alguien a quien podamos acudir con cualquier problema sabiendo que no nos recha- zará. ¿Con quién en nuestras vidas nos sentimos seguros, realmente seguros, lo suficientemente seguros como para abrir todo nuestro ser?
Aquí está la promesa del evangelio y del mensaje de toda la Biblia: en Jesucristo se nos da un Amigo que siempre disfrutará nuestra presencia y no nos rechazará. Él es un Compañero cuyo abrazo no se fortalece o debilita según cuán limpios o inmundos, atractivos o repugnantes, fieles o inconstantes seamos. La amistad subjetiva de Su corazón hacia nosotros es tan estable como la declaración de Su justificación objetiva a favor nuestro.
La mayoría de nosotros podemos admitir que, incluso con nuestros mejores amigos, no nos sentimos completamente cómodos
divulgando todo sobre nuestras vidas. Nos agradan, e incluso los amamos, y nos vamos de vacaciones con ellos, y los alabamos frente a los demás, pero en realidad, en el ámbito más profundo del corazón, no nos entregamos en plena confianza a ellos. Incluso muchos matrimonios, aunque comparten una amistad, no han desnudado su alma el uno para con el otro.
¿Qué pasaría si tuvieras un amigo en el centro de la diana de tu círculo de relaciones, con quien pudieras compartir incluso lo peor de ti, sabiendo que no te rechazará? Todas nuestras amistades humanas tienen un límite de lo que pueden soportar. Pero ¿y si hubiera un amigo sin límites, sin restricciones de lo que soportaría y, hagas lo que hagas, no te rechazaría? «Todos los tipos y grados de amistad se encuentran en Cristo», escribió Sibbes.2
Considera la representación del Cristo resucitado en Apocalip- sis 3. Allí dice (a un grupo de cristianos «desventurado[s], misera- ble[s], pobre[s], ciego[s] y desnudo[s]», v. 17): «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (v. 20). Jesús quiere venir a ti, desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo, y disfrutar de una comida contigo. Pasar tiempo contigo para que lo conozcas más. Con un buen amigo no necesitas llenar constantemente todos los vacíos de silencio con palabras. Simplemente pueden estar juntos con calidez, saboreando en silencio la compañía del otro. Goodwin escribió: «La comunión es el alma de toda verdadera amistad y una cercana conversación con un amigo tiene la mayor dulzura».
No debemos reducir a Jesús a un amigo cualquiera. En algunos capítulos previos de Apocalipsis, observamos una representación de Cristo tan abrumadora para Juan que cayó inmovilizado (1:12-16). Pero tampoco debemos diluir la humanidad, el deseo relacional, claramente presente en estas palabras pronunciadas por Cristo. Él no está esperando que cautives Su corazón; ya está parado a la puerta, tocando, queriendo entrar. ¿Cuál es nuestro trabajo? Como lo expresó Sibbes: «Nuestro deber es aceptar la invitación de Cristo. ¿Qué otra cosa podríamos hacer que compartir un ban- quete con Él?».
Pero un amigo no solo te busca, sino que también permite que lo busques y se abre a ti sin retener nada. ¿Alguna vez has notado la finalidad de que Jesús llame a Sus discípulos «amigos» en Juan 15? A punto de ir a la cruz, les dice: «Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado ami- gos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer» (Juan 15:15).
Los amigos de Jesús son aquellos a quienes les ha revelado Sus más profundos propósitos. Jesús dice que no les transmite a Sus discípulos algo de lo que el Padre le ha dicho; les revela todo. No retiene nada. Les da completa entrada. Los amigos de Jesús son bienvenidos a venir a Él. Jonathan Edwards declaró:
Dios, en Cristo, permite que criaturas tan pequeñas y pobres como tú vengan a Él, amen la comunión con Él y mantengan una comunicación de amor con Él. Puedes ir a Dios y decirle cómo lo amas y abrir tu corazón; Él te aceptará […]. Ha bajado del cielo y ha tomado sobre sí la naturaleza humana con el propósito de poder estar cerca de ti y ser, por así decirlo, tu compañero.
Compañero es otra palabra para amigo, pero connota específica- mente la idea de alguien que te acompaña en un viaje. A medida que hacemos nuestra peregrinación a través de este amplio mundo, tenemos un amigo constante y fiel.
Lo que estoy tratando de decir en este capítulo es que el corazón de Cristo no solo cura nuestros sentimientos de rechazo con Su abrazo, no solo corrige nuestra percepción de Su dureza con una visión de Su bondad, y no solo cambia nuestra suposición de Su distanciamiento con una comprensión de Su compasión por nosotros, sino que también cura nuestra soledad con Su compañía.
En el segundo volumen de sus Obras, Richard Sibbes reflexiona sobre lo que significa que Jesucristo sea nuestro Amigo. Es particularmente impactante cuando describe un tema en común a través de varias facetas de la amistad de Cristo con Su pueblo. Ese tema común es la mutualidad; en otras palabras, la amistad es una relación bidireccional de alegría, comodidad y apertura, a diferencia de una relación unidireccional, como la del rey con sus subordinados o el padre con su hijo. Sin duda, Cristo es nuestro gobernante, nuestra autoridad, a quien se debe reverenciar con toda lealtad y obediencia. Sibbes nos recuerda esto explícitamente mientras reflexiona sobre la amistad de Cristo («Como es nuestro amigo, también es nuestro rey»). Pero igualmente, y quizás menos obvio o lógico para nosotros, la condescendencia de Dios en la Persona de Su Hijo significa que se acerca a nosotros en nuestros propios términos y nos hace amigos tanto para Su deleite como para nuestro deleite.
Considera la forma en que Sibbes habla de la amistad de Cristo con nosotros:
En la amistad hay un consentimiento mutuo, una unión de juicio y afecto. Existe una simpatía en lo bueno y lo malo del otro […]. Hay libertad, que es lo que da vida a la amistad; existe un intercambio gratuito entre amigos, una libre apertura de secretos. Entonces aquí Cristo nos abre sus secretos, y nosotros nos abrimos a Él […].
En la amistad, tenemos consuelo el uno en el otro. Cristo se deleita en Su amor a la Iglesia, y Su Iglesia se deleita en Su amor a Cristo […] En la amistad existen muestras de honor y respeto mutuos.
¿Observas el tema en común? Observa la palabra «mutuo» o la frase «uno en el otro» a lo largo de estas diversas facetas de la amistad de Cristo. El punto es que Él está con nosotros, como uno de nosotros, compartiendo nuestra vida y experiencia, y el amor y el consuelo que se disfrutan entre amigos también se disfrutan entre Cristo y nosotros. En resumen, se relaciona con nosotros como persona. Jesús no es una idea abstracta de la amistad; Él es un amigo real.
Sería cruel sugerir que la amistad humana es irrelevante cuando ya tenemos a Cristo. Dios nos hizo para la comunión, para unir nuestros corazones con otras personas. Todos se sienten solos, incluidos los introvertidos.
Pero el corazón de Cristo por nosotros significa que Él será nuestro amigo que nunca falla, sin importar qué amigos hagamos en la tierra. Nos ofrece una amistad que penetra el dolor de nuestra soledad. Si bien ese dolor no desaparece, su aguijón se hace completamente soportable por la amistad de Jesús que es mucho más profunda. Él camina con nosotros en cada momento. Él conoce el dolor de ser traicionado por un amigo, mas nunca nos traicionará. Ni siquiera nos dará la bienvenida fríamente. Así no es Él. Así no es Su corazón.
Así como Su amistad es tierna, es constante en todas las condiciones […]. Si otros amigos fallan, este Amigo nunca nos fallará. Si no nos avergonzamos de Él, nunca se avergonzará de nosotros. ¡Qué cómoda sería nuestra vida si pudiéramos extraer todo lo que este título de amigo ofrece! Es una amistad confortable, fructífera y eterna.
Obtenido del libro “Manso y Humilde”
Dane Ortlund (PhD, Wheaton College) es vicepresidente de publicaciones de la Biblia en Crossway en Wheaton, Illinois, donde vive con su esposa, Stacey, y sus cuatro hijos.
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