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La esperanza del cielo al final del ministerio

February 2, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Phil Newton

Al crecer en un pueblo pequeño, a menudo asistía a servicios de adoración y funerales que presentaban canciones sobre el cielo. Algunos tenían buena teología. Otros no se parecían en absoluto a la enseñanza bíblica sobre el cielo. Pero el cielo no fue solo un tema principal de nuestras canciones. Mucha gente habló de ello. Mientras hablaban de “las puertas aperladas” o su “hogar celestial”, noté que nunca hablaban de ser liberados de la presencia del pecado o de mirar al Salvador o de pasar la eternidad con Dios en perfecta adoración. En cambio, la gente hablaba del cielo porque querían ver a la abuela Sally o escapar de las dificultades o evitar tomar decisiones difíciles. Para muchos en mi comunidad, el cielo no era un lugar infinitamente santo donde Dios mismo vivía, sino más bien una forma de lograr una versión más o menos optimizada de su vida actual sin la interrupción de varias dificultades.

Pero el cielo no es el cielo sin Jesús.

PASTOREANDO A LA LUZ DEL CIELO

Años más tarde, cuando me convertí en pastor, reaccioné mal a esta visión sentimental y blandita del cielo. ¿Cómo es eso? Bueno, simplemente no le di mucha importancia ni le presté mucha atención. Por eso no quería ser un escapista del cielo. No quería cantar canciones cursis sobre el cielo que carecieran de ideas bíblicas. Y así, para mi vergüenza, lo dejé en su mayor parte solo, sin decirlo, asumido.

La Palabra, sin embargo, comenzó a remodelar mi pensamiento deformado. Cuando tenía unos cuarenta años, prediqué el Evangelio de Juan. Recuerdo cómo el Discurso del Cenáculo y la Oración del Sumo Sacerdote me impresionaron por completo (Juan 14-17). No podía dejar de pensar en el cielo porque Jesús me quería allí, junto con todos los que ha redimido.

Cuanto más pastoreaba, más cosas pasaban que me empujaban hacia el cielo. Muere un ser querido y la familia sufre. En este punto, como pastor, tengo la opción de qué hacer. Podría señalarles el cielo de las vibrantes canciones del evangelio del sur, o podría señalarles el cielo de Jesús, la morada eterna prometida de los redimidos, todos los cuales entraron por la muerte sangrienta del Cordero de Dios (Apocalipsis 5). El cielo es nuestro país de origen, el lugar real de ciudadanía para todos los que siguen a Cristo (Fil. 3: 20-21). ¿Hay una mejor manera de consolar a un cónyuge en duelo que ayudarla a pensar en la gloria infinita que su difunto esposo está experimentando ahora? ¿Hay una verdad más feliz que la que una vez vio vagamente que ahora ve cara a cara?

Cuanto más y más pastoreé, más y más me di cuenta de que no podría hablar bien sobre el cielo si no meditaba en él ante el Señor. Si su realidad no moldeó mi vida ahora, entonces solo podría pronunciar palabras verdaderas a los necesitados.

 LO QUE TODAVÍA ME AFECTA

Un aspecto del cielo me afecta más que todos los demás: el uso repetitivo de la palabra esperanza en las Escrituras. Cuando era un joven cristiano, me empobrecí espiritualmente al reaccionar contra un uso no bíblico de la esperanza como mera realización de un deseo. Suficientemente cierto. La esperanza bíblica es más que eso. La Escritura envuelve la riqueza de todas las promesas de Cristo en esa pequeña palabra de esperanza (Ro. 8: 24–25; Tito 2: 11–14; He. 6: 13–20). Todo lo que Jesús aseguró para nosotros a través de su muerte y resurrección, todo lo que nos prometió en el evangelio viene a enfocarse en esa pequeña palabra esperanza.

Al leer la Palabra devocionalmente y al predicar la Biblia, esta esperanza del cielo se hizo más pronunciada. Me estoy haciendo mayor ahora, y mi anticipación de vivir para siempre con Jesús y los santos está comenzando a hacerse patente. Pablo podía “regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios”, sabiendo que “la esperanza no defrauda” (Ro. 5:2, 5). Más tarde, relaciona la esperanza con nuestra perseverancia actual cuando declara: “Porque en esperanza hemos sido salvos” (Ro. 8: 24-25). Esta esperanza de nuestra herencia en Cristo cambia la forma en que vivimos y enfrentamos las pruebas.

Fascinado por la enseñanza bíblica sobre la esperanza, comencé a estudiarla intensamente, no tanto para predicar sobre ella —aunque eso sucedió en el curso de las exposiciones— sino para enriquecer mi alma y mantener mi corazón enfocado en “las cosas de arriba donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios” (Col. 3: 1). En algún momento de este proceso, pasé un año predicando Apocalipsis. Decir que el cielo me abruma sería quedarse corto. A partir de ese momento, descubrí que mi predicación, mi oración pública, mi consejo y mis ánimos para la congregación a menudo se aventuraban en la esperanza del cielo. Parecía más natural y resultó muy útil.

ESPERANZA, CIELO Y PREPARACIÓN

Finalmente, a mediados de 2018, me diagnosticaron un linfoma no Hodgkin (también conocido simplemente como linfoma o NHL, por sus siglas en inglés). Ese diagnóstico llevó a quimioterapia y visitas repetidas al oncólogo. Fue una temporada dura. ¿Pero sabes lo que pasó? Mi corazón ministerial había estado tan concentrado en ayudar al rebaño a comprender la esperanza del cielo que cuando enfrenté este diagnóstico de prueba, descubrí que esta misma esperanza quitó gran parte del aguijón de lo que me esperaba. Recuerdo haberle dicho a mi oncólogo: “No tengo miedo de morir. Soy un seguidor de Cristo, y él me ha prometido mediante el evangelio que estaré con él para siempre”. Esa certeza me ayudó una y otra vez cuando enfrenté los efectos destructivos de la quimioterapia. Todavía lo hace ya que vivo en remisión. El cielo no es solo para mis sermones; es para estabilizar mi caminar como pastor de mi rebaño.

Cuando hablo con la gente sobre el sufrimiento y la muerte, hablo con alegría de la esperanza del cielo que me anima. Saben que he mirado de cerca la muerte sin que me robe el gozo porque la esperanza del cielo estabiliza mi corazón a la vez que enriquece mi ministerio.

Una hermana de nuestra iglesia perdió recientemente a su esposo por setenta años. Ella me dijo unas horas después de su muerte: “Pastor, nunca supe cuán poderosa es la salvación hasta este momento”. El cielo apareció a la vista mientras descansaba en la poderosa obra de Cristo. Qué agradable charla tuvimos incluso en medio del dolor de la pérdida. Al reflexionar sobre ello, me siento animado incluso ahora.

Como escribió Samuel Rutherford: “No debemos temer las cruces, ni suspirar, ni estar tristes por nada que esté de este lado del cielo, si tenemos a Cristo”. La esperanza del cielo en el futuro significa que podemos soportar cualquier cosa en el presente, este lado del cielo. Debería haber hablado de esto al comienzo de mi ministerio porque ciertamente no puedo dejar de hablar de eso ahora que me acerco al final de mi ministerio.

Phil Newton es el pastor principal de la Iglesia Bautista South Woods en Memphis, Tennessee.


Traducido y publicado desde 9 Marks. El artículo original puede ser consultado aquí.

IMAGEN: Brett Zeck on Unsplash

¡Prepárate para sufrir!

August 20, 2020 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Juan Sánchez

Debemos prepararnos para el sufrimiento cristiano. 

Observa cómo Jesús lo hace para la iglesia en Esmirna. Él explica la realidad del sufrimiento, le habla a la iglesia sobre «… lo que estás por sufrir», pero les ordena que no tengan miedo (Apoc. 2:10). En Occidente hoy en día, la mayoría de los cristianos no padecen persecución, realmente no, todavía no. Sin embargo, al leer nuestros periódicos o ver nuestros noticieros, estamos convencidos de que el mundo se está desmoronando. Nos quejamos de incrédulos que actúan como, eh, bueno, como incrédulos. Y tememos vernos atrapados en el «sufrimiento», la «pobreza» y las «calumnias» que las poblaciones anticristianas quieren que padezcamos. Pero Jesús nos muestra cómo leer las noticias con fe, no con miedo. De hecho, Él nos asegura que no hay que tener miedo.  

Si bien podemos seguir a Cristo a pesar del sufrimiento o incluso de la muerte, no debemos temer, porque el sufrimiento que ahora padecemos es solo ligero y efímero en comparación con el peso eterno de gloria que aguarda a todos los que venzan sus temores (2 Cor. 4:17). Jesús le recuerda a la iglesia en Esmirna que su sufrimiento es temporal; Él les expresa que sufrirán encarcelamiento por solo diez días (Apoc. 2:10).

Independientemente de cómo interpretes los números en Apocalipsis, la esencia de lo que Jesús quiere declarar es que su sufrimiento será limitado. Si bien es posible que en esta vida nuestro sufrimiento no tenga fin, aún este no es nada en comparación con la eternidad de gozo que nos espera. Comprender la realidad del sufrimiento y sus límites nos ayudará a resistir con fidelidad. 

Jesús les recuerda a los cristianos de Esmirna que la fuente real de su sufrimiento es Satanás mismo. Los judíos en Esmirna eran una sinagoga de Satanás porque, como Satanás, se oponían a Cristo y a Su Iglesia; el verdadero pueblo de Dios. Después de que Satanás perdió la guerra contra Jesús, comenzó a pelear contra nosotros, la Iglesia de Cristo (12:13-17). 

Cristiano, recuerda que nuestra batalla no es contra otras personas, ni siquiera contra nuestros perseguidores; nuestra batalla es contra Satanás y sus demonios. Nuestra batalla es espiritual. Los incrédulos en este mundo que se oponen a nosotros no son nuestros enemigos; son nuestro campo misionero. Debemos amar a aquellos que somos dados a considerar como «enemigos» y orar por aquellos que nos persiguen; y rogar que, a través de nuestro testimonio fiel, ellos también puedan llegar a conocer a Cristo. 

Jesús le indica a la iglesia en Esmirna el motivo del sufrimiento cristiano: «ponerlos a prueba» (2:10). A simple vista, escuchar que nuestro Señor nos permite sufrir para poner a prueba nuestra fe quizás no sea muy reconfortante. Pero, si nos detenemos y pensamos en ello, si comprendemos lo que Jesús afirma, nos daremos cuenta de que todo sufrimiento cristiano tiene un propósito. Nuestro sufrimiento, ya sea como cristianos individuales o como parte de una iglesia, es un medio por el cual nuestro Padre celestial nos está transformando según la imagen de Su Hijo (Rom. 8:28-30). Cuando nuestra fe se sostiene bajo el peso del sufrimiento, demuestra que es genuina, y esto a su vez aumenta nuestra confianza. Incluso si todos nuestros peores temores se hacen realidad, Dios los usará para nuestro bien. No siempre está claro cómo lo hará; de hecho, el sufrimiento puede dejarnos sintiéndonos magullados y frágiles espiritualmente, tal vez incluso por un tiempo muy prolongado. Pero, aun así, podemos aferrarnos a esta promesa de que nuestro dolor no se desperdiciará. 

Jesús no desperdicia nuestro sufrimiento; Su intención es que nuestro sufrimiento fortalezca nuestra fe como un medio para nuestra perseverancia (1 Ped. 1:6-7). Sé que puede ser difícil de entender, pero Dios permite el sufrimiento cristiano para Su gloria y para nuestro bien; de modo que seamos transformados a la imagen de Cristo. 

Así que, déjame preguntarte: ¿crees tú eso? Si así es, ¿dejarás que esta verdad fortalezca tu corazón para que pueda imponerse al miedo que tantas veces acecha tu mente? Recuerda algunas de las decisiones recientes que has tomado, como individuo o como miembro de tu iglesia. ¿Es posible que el miedo te haya motivado, consciente o inconscientemente? Si es así, ¿volverás a considerar esas decisiones? 

¿Y qué me dices de tu familia de la iglesia? ¿Tienen ellos la impresión de que, en última instancia, la vida cristiana es cómoda? ¿Se están abordando estos temas desde el púlpito? ¿Hablas sobre ellos al compartir un café? ¿Desafías estas expectativas, o las justificas con una sonrisa amable o con tu silencio? Si no hacemos estas cosas, entonces dejaremos a nuestros hermanos expuestos al peligro, porque el miedo es realmente poderoso, pero Cristo es aún más poderoso. 

¡Adelante!

A medida que crecemos en nuestra comprensión del sufrimiento cristiano (su realidad, su origen y su propósito) podremos, por fe, tener en cuenta el mandamiento del Señor de ser «… fiel hasta la muerte…», porque este viene con una promesa para todos los que resisten fielmente: «… y yo te daré la corona de la vida» (Apoc. 2:10). Aquí, la vida eterna se representa como «la corona de la vida», una corona otorgada a los vencedores. El vencedor recibe el botín, y este es un premio de valor indescriptible. 

Al seguir a Jesús, no solo lo seguimos al sufrimiento y a la muerte; también lo seguimos a la resurrección y a la gloria, porque Él es «… el que murió y volvió a vivir» (v. 8). Jesús afirma que todos los que venzan el temor al sufrimiento y a la muerte por la fe en Él, y que perseveren fielmente hasta el final, no sufrirán «… daño alguno de la segunda muerte» (v. 11). Pero, al final de Apocalipsis, se nos advierte qué sucederá con los cobardes infieles que prefieren negar a Cristo antes que enfrentar el sufrimiento: «… recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Ésta es la segunda muerte» (21:8). 

Alguien que se aferró a esta promesa de la corona de la vida fue Policarpo, obispo de Esmirna. Alrededor del año 155, unos 60 años después de que esta carta fue escrita, las autoridades gobernantes le indicaron a Policarpo que se postrara ante César y renunciara a Cristo. Policarpo respondió: «Durante 86 años he sido su siervo, y Él no ha errado en mi contra. ¿Cómo puedo blasfemar a mi Rey, quien me salvó?». Entonces el procónsul amenazó a Policarpo con bestias salvajes y fuego. Una vez más, Policarpo respondió: «Me amenazas con un fuego que arde solo brevemente y después de un corto tiempo se apaga, porque ignoras el fuego del juicio venidero y el castigo eterno, que está reservado para los impíos —luego añadió—: ¿Pero por qué tardas? Ven, haz lo que quieras». 

Policarpo, un cristiano de 86 años, básicamente expresa… ¡Adelante!

¿Puedes imaginar eso? ¡Oh, cuánto anhelo ese tipo de fe en todos mis momentos de cobardía! Pero Jesús afirma que podemos tenerla. Necesitamos verlo en toda Su gloria: el Cristo resucitado que, como el Primero y el Último, gobierna en todo momento. Él es quien murió y resucitó para no morir más. Cuando miramos a este Cristo resucitado y creemos lo que nos ha prometido, entonces no tendremos miedo. Esa es la fe de Policarpo, y esa es la fe que yo anhelo. Esa es la fe que todos deberíamos anhelar. Esa es la fe por la que debemos orar. 

Entonces, (casi) en las palabras de Policarpo… ¡Adelante!

—

Un fragmento del libro 7 amenazas que enfrenta toda iglesia y tu parte en superarlas (B&H Español)

Portada por Eric Ward en Unsplash

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