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Sembradores de Iglesias

Sé un siervo no seducido por el éxito

November 18, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Miguel Núñez

Sin lugar a dudas, la prosperidad y el éxito han hecho sucumbir a muchas más personas que la adversidad. «Por cada hombre que puede manejar la prosperidad, hay 100 que pueden manejar la adversidad». La prosperidad tiende a volver al hombre orgulloso, autosuficiente, indiferente hacia los demás e insensible hacia las precariedades de otros. La adversidad, por otro lado, con frecuencia acerca al hombre a Dios. La sociedad siempre ha estado en búsqueda de seguridad y de fama; estas dos condiciones por sí solas hacen que el hombre busque el éxito y la prosperidad. Es lamentable que la misma sed pecaminosa del hombre se haya infiltrado en la Iglesia de nuestros días y, como consecuencia, haya originado todo un movimiento, concebido en el infierno mismo, conocido como el evangelio de la prosperidad. Este movimiento se originó en el Hades y se dirige a su lugar de origen. Decimos esto sin temor a equivocarnos porque es un movimiento que ha distorsionado el evangelio y ha hecho del dinero y las riquezas la búsqueda número uno del hombre. Además, este movimiento enseña que las enfermedades no forman parte de la voluntad de Dios para ninguno de Sus hijos. Con frecuencia, ha he- cho del evangelio un mensaje de riqueza, salud y felicidad que bien podría representar la medida del éxito para mucha gente.


Prestemos atención al testimonio de Malcolm Muggeridge a sus 75 años:

Puedo decir con completa certidumbre que todo lo que he aprendido en mis 75 años en este mundo, cada cosa que verdaderamente ha mejorado e iluminado mi existencia, ha sido a través de la aflicción y no a través de la felicidad, sin importar que lo haya perseguido u obtenido. En otras palabras, si alguna vez fuera posible eliminar la aflicción de nuestra existencia terrenal por medio de alguna droga o cóctel médico, como Aldous Huxley visualizó en su novela Brave New World [Un mundo feliz], el resultado no sería una vida exquisita, sino una vida demasiado superficial y trivial para ser tolerada.

Si regresamos al tema de este capítulo, nos percatamos de que hay más de una forma de ser próspero: una según Dios y la otra según los humanos. La mayoría de las personas asocian la palabra prosperidad con bonanza económica, lo cual es totalmente erróneo. Tal es así que ni siquiera el diccionario define la palabra prosperidad de esa manera. El diccionario de la Real Academia Española define la prosperidad así:

  • Curso favorable de las cosas.
  • Buena suerte o éxito en lo que se emprende, sucede u ocurre.

Estas definiciones no dicen nada sobre la parte económica de la vida. Sin embargo, cuando hablamos de prosperidad, todo el mundo la asocia con el dinero. Ahora bien, lo que sí podemos ver en la segunda definición es que hay una conexión entre la prosperidad y la idea de tener éxito. De hecho, quisiéramos citar una vez más la segunda definición: «Buena suerte o éxito en lo que se emprende, sucede u ocurre». De ahí que, para muchos, la prosperidad sea sinónimo de éxito. Por consiguiente, para fines del desarrollo del tema de este capítulo, usaremos las palabras éxito y prosperidad de forma indistinta.

Si prosperidad es éxito en lo que se emprende, la pregunta sería ¿qué es entonces el éxito? Uno de los diccionarios consultados define el éxito como «obtener lo deseado». Si es así, creemos que habría diferentes definiciones de lo que es el éxito según cada persona. Lamentablemente, la forma como la sociedad define el éxito está muy mal enfocada debido al sistema de valores con el que vive. Steven Burglas, en su libro The Success Syndrome [El síndrome del éxito], dice que «el éxito en Norteamérica es más que meramente obtener lo que uno desea; es obtener un resultado final deseado que provee un alto nivel de riqueza material y reconocimiento público».
Antes de continuar, quisiéramos recordar que nuestra sociedad es altamente materialista y esto es importante a la hora de hablar del tema que estamos tratando porque es esa sociedad materialista la que pretende definir a una persona como exitosa o como fracasada. El hombre de hoy valora lo material por encima de lo espiritual y esto lo lleva a preocuparse excesivamente por las cosas materiales, por aquellas cosas temporales que no tienen valor eterno.

Nuestra sociedad exhibe una actitud de descontento en todos los niveles y en todas las edades: nadie está contento con su trabajo, con su pa- reja ni con su nivel de ingreso, y hasta los niños se quejan de estar aburridos. Aburrimiento es una palabra que ni siquiera existía en el vocabulario de las generaciones de antaño. El Oxford Old English Dictionary [Diccionario de inglés antiguo Oxford] menciona que la palabra aburrimiento (en inglés) aparece por primera vez en 1852 en la novela Bleak House [Casa desolada] de Charles Dickens, aunque la actitud de estar aburrido es anterior a ese tiempo.100 Esto hace que nuestra sociedad viva con un espíritu de queja continuo y con una actitud de ingratitud. Por esta razón, el hombre y la mujer de hoy han puesto un énfasis desmedido en las cosas materiales pensando que la adquisición de dichas cosas calmará su espíritu de descontento. Sin embargo, estas condiciones que acabamos de describir están presentes tanto en personas que son prósperas como en aquellas que no han tenido éxito, lo cual nos deja ver claramente que la prosperidad no llena las verdaderas necesidades del hombre.


Si queremos saber el estado o la condición de nuestra sociedad, solo tenemos que ver cómo la gente define la prosperidad o el éxito, y luego cómo trata de vivirlo o de exhibirlo.

El ser humano busca lo siguiente:


• Prosperidad adquiriendo cosas que le provean seguridad. Pero como bien dijo Salomón: «El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto […]. Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen» (Ecl. 5:10-11, RVR1960).
• Una alta posición para no sentirse inferior o por debajo de los demás.
• Poder porque eso lo hace sentir que controla a los demás.
• Prestigio para llenar el sentido de vacío con el cual nace.
• Placer que compra con dinero tratando de anestesiar el dolor con el que vive.
• Posesiones para poder impresionar a otros y poder sentirse a su altura, como ya hemos mencionado. Con dichas posesiones, la persona busca decirles a los demás que ha tenido éxito en la vida.
• Mejorar su atractivo físico porque quiere sentir que otros lo buscan y, si lo logra, con eso pretende anestesiar su sentido de soledad.
• Inteligencia para demostrar cuánto sabe y, por tanto, cuánto vale. Con su inteligencia, ese hombre se propone adquirir conocimiento y frecuentemente lo hace, pero eso tampoco lo llena. Lo que el hombre necesita no es conocimiento; necesita sabiduría. El conocimiento nos permite vivir conforme a nuestros propósitos, pero la sabiduría nos permite vivir conforme a los propósitos de Dios.
• Sentirse joven y, por tanto, con sentido de que aún puede. Las cirugías plásticas no son más que un esfuerzo desmedido de parte del hombre que lucha contra el reloj y que no quiere que llegue la muerte. El problema de la cirugía plástica es que nos rejuvenece por fuera, pero nos deja intactos por dentro.
• Perpetuar un nombre. Por eso, hoy en día vemos tantos filántropos que hacen obras de caridad porque buscan perpetuar un nombre para no ser olvidados.

Para Dios, el éxito o la prosperidad dependen de la obediencia a Su Palabra. Josué debía aprender la ley, meditar en ella día y noche y obedecerla; solo entonces haría prosperar su camino y tendría éxito. Dios define la prosperidad de manera distinta al mundo y lo expresa en las siguientes palabras de Jesús: «Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?» (Mat. 16:26). La prosperidad en este mundo suele significar fracaso en el reino de los cielos. Si Dios nos creó con un propósito y al final de nuestros días no hemos cumplido con ese propósito, ante los ojos de Dios somos un enorme fracaso.

Cuando alguien nos dice: «Eres un fracaso», esas son palabras mayores; pero cuando Dios nos dice: «Eres un fracaso porque no cumpliste con mis propósitos», estas palabras son de mayor peso aún.

Obtenido del libro “Siervos para Su Gloria”

Miguel Núñez es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puedes encontrarlo en Twitter.

Foto por Hunters Race en Unsplash

Sé un siervo reflexivo

November 16, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Miguel Núñez

«La superficialidad es la maldición de nuestra generación. La doctrina de la satisfacción instantánea es un problema espiritual primario. La necesidad imperante hoy no es por un mayor número de personas inteligentes o de personas dotadas, sino de personas profundas». Esta descripción que el autor y pastor Richard Foster hace de nuestros días fue lo que nos animó a incluir una invitación a la reflexión hacia el final de este libro.


El ritmo de vida acelerado con el cual vive el hombre moderno se constituye en su primer obstáculo para la reflexión. Una de nuestras más grandes frustraciones consiste en la dicotomía que frecuentemente vemos en el cristiano entre su actitud ante el sermón que escucha el domingo y al cual dice amén, y la manera en que vive el resto de la semana. Este divorcio puede tener múltiples causas, pero en nuestra opinión una de ellas es que el sermón que la persona escucha el domingo en la mañana tiene una vida muy efímera; su duración puede ser de 45 minutos a una hora en el mejor de los casos; pero, luego que salen de la iglesia, la gran mayoría de los creyentes no vuelven a meditar en las cosas que escucharon. Es im- posible que una exposición tan corta como esta pueda contribuir al cambio significativo en la manera de pensar del creyente y mucho menos del incrédulo.

A la hora de leer un libro, ocurre algo similar. Leemos varias páginas a la vez y, si luego no volvemos a meditar en las cosas más importantes, lo leído pasará al olvido. «Los libros no cambian a las personas; los párrafos sí lo hacen, a veces las oraciones». Esas son palabras de John Piper con las cuales nos identificamos profundamente y, por esa razón, hemos dedicado este capítulo a reflexionar sobre frases que de una u otra forma contribuyeron a cambiar aspectos importantes de nuestra vida y que a la vez son sumamente prácticas. Con relación a algunas de estas frases, recordamos perfectamente bien quién las dijo o dónde las leímos, pero en otros casos ya no recordamos dónde se originaron. Algunas de las frases que aparecen en esta sección son el resultado de nuestra propia reflexión. De cierta forma, esta última parte del libro puede ser una especie de testimonio de cómo Dios ha usado frases de algunos de Sus hijos o las nuestras para transformar nuestro pensamiento. Y como bien dice la Palabra, tal como el hombre piensa en su corazón, así es Él (Prov. 23:7).

Vivimos en una generación pragmática, utilitarista, terapéutica, relativista, situacional, minimalista, desconectada, emocional y, por tanto, enemiga del pensamiento sobrio y profundo. A la gente de nuestros días no le gusta pensar porque le cuesta trabajo y porque quiere resultados rápidos y autocomplacientes. Para aquellos que están menos familiarizados con estos términos, procederemos a definirlos.

  • Pragmática: juzga los hechos como buenos o válidos según los resultados.
  • Utilitarista: juzga el valor de algo por la utilidad que represente.
  • Terapéutica: ve el pecado como una enfermedad; por tanto, la persona necesita terapia y no arrepentimiento.
  • Relativista y situacional: lo moral lo determinan las personas y sus circunstancias.
  • Minimalista: todo es reducido a su mínima expresión, incluyendo lo sagrado.
  • Desconectada: desconoce lo que está ocurriendo dentro y fuera de sí.
  • Emocional: las decisiones se toman por las emociones y no por la razón.

Todo esto impide que el individuo de nuestros días tenga alguna motivación para pensar seriamente sobre su vida y la sociedad que lo rodea. Si conocemos las circunstancias en medio de las cuales nos encontramos, podemos entender perfectamente bien las razones a la luz de lo que acabamos de decir.

Si quieres «ser antes de hacer», necesitas cultivar tu mente; así que no la desperdicies. Ahora bien, recuerda que tu mente no es el cerebro. El cerebro es un órgano, mientras que la mente es una habilidad dada por Dios al hombre, que usa las capacidades cerebrales, pero que al mismo tiempo hace uso de la conciencia y de la imagen de Dios en el hombre para razonar las ideas que tarde o temprano tendrán consecuencias. Dios nos llamó a amarlo con todo nuestro corazón, alma y mente (Mat. 22:37), como ya habíamos visto. También nos llamó a ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente (Rom. 12:2). Él conoce la importancia de cómo el hombre piensa porque toda acción estará precedida de un pensamiento. Nosotros pecamos con el pensamiento mucho antes de pecar con la acción. Por eso dijo Jesús «que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mat. 5:28).

No cultivar nuestra mente es malgastar o desperdiciar uno de los mayores regalos que Dios le haya dado al hombre. Los animales no tienen tal capacidad ni ningún otro ser sobre la tierra. Es algo que forma parte de la imagen de Dios en el hombre. Entonces, si es así, ¿cómo no hacer el mayor esfuerzo para alimentar nuestra mente con la sabiduría de Dios?

Otra forma de renovar y transformar nuestra mente es analizar de continuo los eventos de la vida a través de la lente bíblica. Leer literatura cristiana escrita por personas que han sido dotadas por Dios de sabiduría y discernimiento contribuye a hacernos cada vez más sabios. Y en ese sentido quisiéramos enfatizar que tenemos un legado de 2000 años de historia durante los cuales miles de siervos de Dios han dejado plasmado para la posteridad aquello que han aprendido acerca de nuestro Dios. No hacer uso de ese legado no es humilde ni sabio.

Obtenido del libro “Siervos para Su Gloria”

Miguel Núñez es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puedes encontrarlo en Twitter.

Foto por Joshua Earle en Unsplash

La motivación del hombre para prosperar

November 11, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Miguel Núñez

¿Qué es lo que mueve al hombre continuamente a buscar el éxito y la prosperidad? ¿Qué lo mueve a buscar prestigio, poder, posesión, posición, popularidad y demás? Si analizamos bien lo que los estudios han revelado, nos daremos cuenta de que el hombre nace con una necesidad inmensa de aprobación; sin esa aprobación se siente infeliz, inseguro, incompleto, inferior, inquieto e insatisfecho. Por tanto, debido a esa insatisfacción interna, se propone adquirir las cosas que cree que calmarán su sed. Piensa que, si es próspero económicamente, su prosperidad le permitirá comprar las cosas materiales que le ganen la aprobación de aquellos que miden el éxito por las apariencias. Muchos piensan que, si compran un auto de una marca prestigiosa, una casa de cierto nivel o adquieren cierta posición, estarán a la altura de aquellos con quienes se relacionan; entonces eso los hace buscar el éxito económico.


Por su parte, la mujer piensa que, si luce al último estilo de la moda, atraerá a los hombres que le interesan y que, cuando esos hombres la vean lucir así, terminarán valorándola y apreciándola por lo que ella es. Sin embargo, en realidad ocurre todo lo contrario. Cuando un hombre es atraído simplemente por la forma como una mujer luce, aprende a valorar su apariencia externa y no tiene ninguna apreciación por lo que ella realmente es. De ahí que, cuando los años avanzan y la mujer ya no luce como en sus años de juventud, el hombre comienza a buscar en otra dirección.


Por otro lado, hay personas que se percatan de su inseguridad en algún momento y piensan que la manera de sentirse seguros es comprando pólizas de seguro: seguros de vida, seguros para la casa, seguros médicos y cosas parecidas. Pero esas pólizas cuestan dinero y, como cuestan dinero, entienden que necesitan ser prósperos para poder comprar seguridad, lo cual es imposible porque nada los puede proteger contra la eventualidad de un terremoto o una enfermedad.

Las pólizas proveen dinero para reparar los daños causados por ciertas circunstancias de la vida, pero no previenen las circunstancias. Aún la adicción al trabajo de nuestros días es un reflejo de los problemas que hemos estado viviendo. La gente trabaja más para comprar más o para sentirse que es alguien importante en la vida. Aquellos que se sienten inferiores quieren alcanzar un peldaño más en la escalera del éxito para sentirse que están por encima del otro. De esta manera, podemos hacer toda una lista de las más frecuentes motivaciones humanas para alcanzar el éxito.


El ser humano busca lo siguiente:


• Prosperidad adquiriendo cosas que le provean seguridad. Pero como bien dijo Salomón: «El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto […] Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen» (Ecl. 5:10-11, RVR1960).
• Una alta posición para no sentirse inferior o por debajo de los demás.
• Poder porque eso lo hace sentir que controla a los demás.
• Prestigio para llenar el sentido de vacío con el cual nace.
• Placer que compra con dinero tratando de anestesiar el dolor
con el que vive.
• Posesiones para poder impresionar a otros y poder sentirse a
su altura, como ya hemos mencionado. Con dichas posesiones, la persona busca decirles a los demás que ha tenido éxito en la vida.
• Mejorar su atractivo físico porque quiere sentir que otros lo buscan y, si lo logra, con eso pretende anestesiar su sentido de soledad.
• Inteligencia para demostrar cuánto sabe y, por tanto, cuánto vale. Con su inteligencia, ese hombre se propone adquirir conocimiento y frecuentemente lo hace, pero eso tampoco lo llena. Lo que el hombre necesita no es conocimiento; necesita sabiduría. El conocimiento nos permite vivir conforme a nuestros propósitos, pero la sabiduría nos permite vivir conforme a los propósitos de Dios.
• Sentirse joven y, por tanto, con sentido de que aún puede. Las cirugías plásticas no son más que un esfuerzo desmedido de parte del hombre que lucha contra el reloj y que no quiere que llegue la muerte. El problema de la cirugía plástica es que nos rejuvenece por fuera, pero nos deja intactos por dentro.
• Perpetuar un nombre. Por eso, hoy en día vemos tantos filántropos que hacen obras de caridad porque buscan perpetuar un nombre para no ser olvidados.


Dios creó al hombre con el sentido de la eternidad en su corazón (Ecl. 3:11) y ese sentir debiera llevarlo a buscar a su Creador. Él es quien trasciende el «aquí y el ahora». No obstante, ese hombre que tiene el deseo innato de ser eterno, en vez de buscar a Dios, busca la forma de extender su vida: tomando sol, tomando vitaminas, yendo al gimnasio, investigando cómo detener el proceso de envejecimiento; y, como resultado, ha cambiado la imagen del Dios eterno por actividades temporales que continúan dejando al hombre sin sentido de propósito.

Es precisamente en momentos como estos cuando no podemos dejarnos seducir por el éxito ni por las ofertas del mundo ni por las artimañas del enemigo. Esto requerirá una vida cristocéntrica, una mente bíblica saturada por la Palabra y una orientación completa- mente vertical en toda nuestra vida.

Obtenido del libro “Siervos para Su Gloria”

Miguel Núñez es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puedes encontrarlo en Twitter.

¿Quiénes eran los puritanos?

November 9, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Michael Reeves


«Puritano»: la palabra siempre ha sido más un arma que una descripción. Para la gran mayoría es lodo verbal que, una vez arrojado, hace que la víctima parezca un James Ussher ridículo y lúgubre. Para la pequeña minoría, se blandió como una descripción de un equipo dorado unido con las más impecables credenciales teológicas y espirituales.

La palabra se acuñó como un insulto poco después de que Isabel se convirtiera en reina: para el inglés promedio, estaba el católico «papista» por un lado, y el «precisionista» o «puritano», situado muy lejos al otro extremo. Sugiere un tipo quisquilloso, «más santo que tú», que se consideraba más puro que el resto. Ciertamente no fue una descripción justa: aquellos a quienes se aplicó claramente nunca se consideraron puros (ni mucho menos, como lo demuestra su constante testimonio de su propia pecaminosidad). Pero tampoco era una descripción muy precisa: los puritanos reconocidos diferían entre sí, a menudo de forma marcada. Podrían estar en desacuerdo sobre el tema de la cruz; podrían estar en desacuerdo sobre cómo, exactamente, salvarse; el poeta John Milton, un puritano indudable, ni siquiera creía en la Trinidad, el Dios de todos los credos cristianos.

¿Quiénes, entonces, eran los puritanos? Quizás John Milton lo expresó mejor cuando habló de «la reforma de la Reforma», porque ese era el objetivo común de todos los puritanos. No es que pensaran que eran puros; era que querían purificar lo que en la iglesia y en ellos mismos aún no se había purificado. Querían reforma, y aunque tenían algunas ideas diferentes sobre cómo debería ser, querían aplicar la Reforma a todo lo que aún no había tocado. Pensaban que la Reforma era algo bueno, pero que aún no estaba completa.

¿Cierto pero repulsivo?

Antes de ver su historia, es necesario limpiar parte del barro que se les ha arrojado para que podamos entenderlos.
Por un lado, ni siquiera se parecían a lo que nosotros consideramos como el estereotipo de un puritano. Imaginamos que, en medio de todas las mangas abullonadas y corpiños llamativos del período Isabelino, y las gorras y jubones alegres de los caballeros risueños, los puritanos simplemente vestían de negro y fruncían el ceño. Así es como los muestran sus retratos, con su mejor atuendo de domingo (y sentarse para los retratos era algo formal). Pero otros días podían usar todos los colores del arcoíris. John Owen, probablemente el más grande teólogo puritano, caminaba por Oxford «cabello empolvado, banda de batista con grandes y costosos cordones, chaqueta de terciopelo, calzones redondeados en las rodillas con cintas puntiagudas y botas españolas de cuero con tapas de batista».

Tampoco eran una multitud de amargados empedernidos

Contrario a la impresión popular, el puritano no era un asceta. Si continuamente advirtió contra la vanidad de las criaturas como mal utilizada por el hombre caído, nunca elogió las camisas de pelo o las costras secas. Le gustaba la buena comida, la buena bebida y las comodidades hogareñas; y aunque se reía de los mosquitos, le resultaba muy difícil beber agua cuando se acababa la cerveza. Francamente, cualquier intento de decir cómo eran «todos los puritanos» será engañoso, dado el grupo grande y, a menudo, diverso que representaban. Entonces, por supuesto, algunos fueron bastante severos: William Prynne, por ejemplo, podía escribir que «Cristo Jesús, nuestro modelo… estaba siempre de luto, nunca riendo». Pero lo que podría ser cierto para uno no es necesariamente cierto para otro. Lo que se puede decir de muchos de ellos, sin embargo, es que su celo por reformar todo en la vida podría conducir a cierta pedantería. El posterior puritano estadounidense Cotton Mather, por ejemplo, escribió una vez en su diario:

Una vez estaba vaciando la cisterna de la naturaleza y haciendo agua en la pared. Al mismo tiempo, vino un perro, que también lo hizo, antes que yo… [Sorprendido de que su acción lo degradara «a la condición de la bestia»] Decidí que debería ser mi práctica ordinaria, siempre que me detuviera a responder a una u otra necesidad de la naturaleza para convertirla en una oportunidad de moldear en mi mente algún pensamiento santo, noble y divino.

¡Quizás demasiado serio, se podría pensar! Pero, nuevamente, no podemos suponer que todos los puritanos hicieron lo mismo. El rasgo más importante que deja a los puritanos tan incomprendidos es el que realmente los unió a todos: su amor apasionado por la Biblia, por el estudio de la Biblia y por escuchar los sermones. Una y otra vez escuchamos de puritanos viajando felices durante horas para escuchar un buen y largo sermón, y que les parece mejor un buen estudio bíblico que una noche de baile. Los sermones de hasta siete horas de duración no eran desconocidos. Laurence Chaderton, el maestro extraordinariamente longevo del criadero del puritanismo, Emmanuel College en Cambridge, se disculpó una vez con su congregación por predicarles durante dos horas seguidas. Su respuesta fue gritar: «¡Por el amor de Dios, señor, continúe, continúe!»

Para las personas que nunca han experimentado la Biblia como algo emocionante, tal comportamiento suena, en el mejor de los casos, aburrido y, en el peor, trastornado. Pero Europa había estado sin una Biblia que la gente pudiera leer durante unos mil años. Poder leer las palabras de Dios, y ver en ellas tan buenas noticias de que Dios salva a los pecadores, no sobre la base de lo bien que se arrepientan, sino por su propia gracia, fue como un estallido de sol mediterráneo en el mundo gris de la culpa religiosa. Era casi intoxicantemente atractivo y seductor. Realmente, no comprender eso hace imposible comprender a los puritanos.

Obtenido del libro “La llama indestructible”

Michael Reeves (PhD, King’s College) es presidente y profesor de teología en Union School of Theology en el Reino Unido. Es miembro del Newton House, Oxford, director de la Red de Teólogos Europeos, y enseña de manera regular al rededor del mundo.

«Tan pronto como la moneda suena en el cofre, el alma salta del purgatorio»

November 4, 2021 By lifewayliderzgo Leave a Comment

Por Michael Reeves

Así dijo Johann Tetzel, el televangelista de las indulgencias, quien encendió la furia de Lutero. Otra de sus rimas más populares fue: «Pon tu centavo en el tambor, las puertas de perlas se abren
y dentro pasea tu madre». Con sus sermones tenebrosos y su cuarteto con quien viajaba, era poco sutil. «¿No escuchas las voces de los lamentos de tus padres muertos?», preguntó a su audiencia, «y otros, que dicen: “Ten piedad de mí, por‐ que estamos en dolor y castigo severo? De esto podrías redimir‐ nos con una pequeña limosna”».


Por eso, el precio sonaba barato. Ni siquiera le pidió a la gente que confesara sus pecados. Solo bas‐ taba el dinero. Y así, la indulgencia te libraría del purgatorio, incluso bajo culpa de violar a la Madre de Dios. Tetzel, por supuesto, era enormemente exitoso, y mientras la gente salía del purgatorio, el papa conseguía el dinero para reconstruir la Basílica de San Pedro como la joya de la corona del Vaticano. Sin embargo, en el fondo, había un descontento porque el dinero alemán estaba siendo utilizado para financiar proyectos de construcción italianos. Pero nadie veía problemas en esto como lo vio Lutero. Para el monje, la forma en que se ofrecían estas indulgencias significaba que nadie necesitaba realmente arrepentirse de sus pecados, y eso era un escándalo.

En el día de Todos los Santos (1 de noviembre) en 1517, los méritos de los santos debían ser ofrecidos en Wittenberg. Y así, en la víspera del día de Todos los Santos, clavó en la puerta de la iglesia una lista de 95 tesis con el fin de debatir el asunto de las indulgencias. Todos verían el documento al día siguiente. Con frecuencia la gente imagina a Lutero martillando los clavos y las 95 tesis lleno de ira y rencor, provocando así un inicio espectacular hacia la Reforma. Sin embargo, las tesis estaban en latín, el idioma de la academia, y era bastante habitual que se publicaran avisos en las puertas de la iglesia.

Las tesis, en ese entonces, no eran una protesta dramática y popular, sino una convocatoria a una disputa académica. Y, si las 95 tesis estaban destinadas a ser un manifiesto de la Reforma, fueron un esfuerzo bastante pobre: no contienen ni una mención de la justificación solo por la fe, la autoridad de la Biblia, o, de hecho, de cualquier pensamiento fundamental de la Reforma. Esto se debe a que Lutero toda‐ vía no había captado esa «revelación» reformista. Como tal, las tesis no cuestionaban las reliquias e indulgencias, solo su mal uso (más adelante él describiría de manera burlona una mayor colección de reliquias que las de Wittenberg, una que incluía «tres llamas de la zarza ardiente», «la mitad de un ala del arcángel Gabriel» y «dos plumas y un huevo del Espíritu Santo»).

Las tesis fueron un ataque al maltrato de las indulgencias por parte de un monje que todavía trabajaba dentro del mundo pensante medieval Católico Romano. Las tesis afirman la existencia del purgatorio y buscaban defender al papa y las indulgencias de la mala reputación. En las 95 tesis, Lutero estaba siendo un buen católico.
Las 95 tesis causaron revuelo, pero fue un revuelo que bien podría haberse olvidado si Lutero no hubiese desarrollado una comprensión completamente diferente del cristianismo. Intencionalmente, Lutero había iniciado una reacción en cadena: «Dios me dirigió a esta tarea en contra de mi voluntad y conocimiento».

Obtenido del libro “La llama indestructible”

Michael Reeves (PhD, King’s College) es presidente y profesor de teología en Union School of Theology en el Reino Unido. Es miembro del Newton House, Oxford, director de la Red de Teólogos Europeos, y enseña de manera regular al rededor del mundo.

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