Por : D.r Miguel Núñez
Porque David, después de haber servido el propósito de Dios en su propia generación, durmió, y fue sepultado con sus padres, y vio corrupción.
(Hech. 13:36)
Introducción
Se cuenta que años atrás, la policía encontró al famoso filósofo alemán Schopenhauer sentado en la cuneta de una calle a eso de las cinco de la mañana. Se acercaron a él y le preguntaron:
«¿Quién es usted?». Los policías no lo conocían y les pareció extraño encontrarse con un hombre sentado en aquel lugar a esa hora de la madrugada. Y la respuesta del filósofo fue: «¡Eso desearía saber!». Para Schopenhauer, «toda vida es esencialmente sufrimiento. Y aun cuando el hombre logra escapar momentáneamente del sufrimiento, termina por caer, de manera inexorable, en el insoportable vacío del aburrimiento»72. Según él, la existencia humana es un constante movimiento entre el dolor y el tedio o el aburrimiento. Así luce una vida inteligente, pero sin Dios. Era un filósofo afamado, con inteligencia, alguien que había dedicado tiempo a pensar en el sentido de la vida, y años después no sabía quién era. La búsqueda de ese gran filósofo ha sido la pregunta de muchos adolescentes que dicen no saber cuál es el propósito de sus vidas. Existen personas en la quinta y sexta década de la vida que con cierta frecuencia expresan su sentido de vacío aun después de haber vivido más de la mitad de la vida.
En una ocasión, tuvimos la oportunidad de hablar con un exgeneral de nuestra nación y le dijimos: «Don fulano, usted está en sus 80 años y conocemos una pequeña parte de su historia. Se hizo de un nombre, tuvo poder, tiene dinero y ha vivido muchos años… ¿Qué se siente a su edad al haber sido quien fue?» Y con lágrimas en los ojos, nos dijo: «Doctor, ¡me siento vacío!». Entonces le preguntamos: «¿Sabe por qué se siente vacío?». La respuesta fue una negación. Le preguntamos si quería saber el porqué de su vacío. Asintió con la cabeza y fue así que compartimos el evangelio con él. Ese día, este general de cinco estrellas, con un nombre, dinero, fama y poder, entregó su vida al Señor y descubrió lo que el gran periodista, escritor y pensador británico Malcolm Muggeridge descubrió en su propia vida. Presta atención a las palabras de Muggeridge:
Si me considero a mí mismo, podría pasar como un hombre relativamente exitoso. La gente a veces me mira en las calles: eso es fama. Puedo con relativa facilidad ganar lo suficiente para ser parte de los grupos de más altos ingresos en las oficinas de Renta Interna: eso es éxito. Equipados con dinero y un poco de fama, incluso los ancianos, si quisieran, podrían disfrutar de las diversiones que están de moda: eso es placer. Puede ocurrir de vez en cuando que algo que dije o escribí fuera discutido lo suficiente para convencerme a mí mismo de que tendría un impacto significativo en nuestro tiempo: eso es satisfacción. Sin embargo, yo le digo a usted (y le ruego que me crea) que multiplique estos pequeños triunfos por un millón, súmelos todos y no son nada, menos que nada, solo un impedimento frente al torrente de agua viva que Cristo ofrece a los que están espiritualmente sedientos, sin importar de quién sea o qué sea.73
Esa fuente de satisfacción de la que habla Muggeridge fue lo que Adán perdió.
el hombre perdido
Hay un grupo significativo de personas que viven buscando el éxito para encontrar significado y propósito en su vida, pero los motivadores del éxito son todos erróneos:
- Infelicidad
- Inseguridad
- Inferioridad
- Ansiedad
- Insatisfacción
- Sentirse incompleto
La fuerza que ha impulsado a la humanidad de manera primordial desde la caída de Adán es la búsqueda de significado, de propósito o de sentido. Nosotros podemos ver esa realidad en las páginas del Libro de Eclesiastés. Si hay alguien que nos deja ver con claridad la búsqueda de propósito del ser humano, su ansiedad, el dolor agudo que ese hombre experimenta y la desesperación, es el autor de este libro. Observa parte de su gemir en estos versos seleccionados de los capítulos 1 y 2 de este libro.
Yo, el Predicador, he sido rey sobre Israel en Jerusalén. Y apliqué mi corazón a buscar e investigar con sabiduría todo lo que se ha hecho bajo el cielo. Tarea dolorosa dada por Dios a los hijos de los hombres para ser afligidos con ella. He visto todas las obras que se han hecho bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y correr tras el viento (1:12-14).
Y apliqué mi corazón a conocer la sabiduría y a conocer la locura y la insensatez; me di cuenta de que esto también es correr tras el viento. Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor (1:17-18).
Más adelante volvemos a leer:
Entonces me dije: Ven ahora, te probaré con el placer; diviértete. Y he aquí, también esto era vanidad. Dije de la risa: Es locura; y del placer: ¿Qué logra esto? Consideré en mi mente cómo estimular mi cuerpo con el vino, mientras mi mente me guiaba con sabiduría, y cómo echar mano de la insensatez, hasta que pudiera ver qué hay de bueno bajo el cielo que los hijos de los hombres hacen en los contados días de su vida. Engrandecí mis obras, me edifiqué casas, me planté viñedos; me hice jardines y huertos, y planté en ellos toda clase de árboles frutales; me hice estanques de aguas para regar el bosque con árboles en pleno crecimiento. Compré esclavos y esclavas, y tuve esclavos nacidos en casa. Tuve también ganados, vacas y ovejas, más que todos los que me precedieron en Jerusalén. Reuní también para mí plata y oro y el tesoro de los reyes y de las provincias. Me proveí de cantores y cantoras, y de los placeres de los hombres, de muchas concubinas. Y me engrandecí y superé a todos los que me precedieron en Jerusalén; también la sabiduría permaneció conmigo. Y de todo cuanto mis ojos deseaban, nada les negué, ni privé a mi corazón de ningún placer, porque mi corazón gozaba de todo mi trabajo, y esta fue la recompensa de toda mi labor. Consideré luego todas las obras que mis manos habían hecho y el trabajo en que me había empeñado, y he aquí, todo era vanidad y correr tras el viento, y sin provecho bajo el sol (2:1-11).
Nadie puede describir la búsqueda del hombre mejor que Salomón en estos versículos.
el origen de la búsqueda
Dios creó a Adán y Eva, les dio un propósito de vida extraordinario y ellos lo arruinaron incluso antes de reproducirse. Observa a continuación el propósito de vida que Dios le dio a esta primera pareja:
Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra (Gén. 1:27-28).
Hemos leído y oído estas palabras tanto que ya no nos llaman la atención. Pero se trata de un propósito extraordinario:
- Multiplicar la raza humana hasta llenar la tierra con personas portadoras de la imagen de Dios. Poblar todo un planeta con la imagen de Dios por doquier.
- Dominar y desarrollar todo el planeta hasta el punto de ejercer control sobre los peces del mar y las aves del cielo. Dominio absoluto. La administración completa de toda la creación aquí en la tierra. ¿Se imagina?
Dios no entregó a Adán un proyecto, una compañía, una finca o una industria, sino todo un planeta; de manera que su propósito de vida abarcaría la gerencia absoluta del planeta Tierra. Llevar a cabo esa tarea, bajo la autoridad y dirección de Dios, para la gloria de Dios, proveería todo el gozo y satisfacción que Adán y sus descendientes pudieran desear o necesitar. Pero Adán se separó de Dios y, cuando lo hizo, perdió el planeta, perdió su propósito de vida y perdió al dador de dicho propósito. Poco tiempo después, encontramos a los descendientes de Adán cavando cisternas agrietadas que no retienen agua. Cuando Adán pecó, lo perdió todo:
Perdió el sentido de lo trascendente, que solo Dios puede dar. Ahora, buscaría su trascendencia en sus propios logros. Pero los logros temporales no pueden dar al hombre la trascendencia que solo el sentido de lo eterno puede entregarle.
Perdió el sentido de pertenecer a un gran Dios. A partir de entonces, el hombre buscaría su sentido de pertenencia en cosas y relaciones que hoy están, pero que mañana pueden no estar presentes.
Perdió el sentido de propósito y significado que tendría al desarrollar todo un planeta con potencialidades plenas y con descendientes en la plenitud de su capacidad. Adán cambió eso por un plantea disfuncional en todos los sentidos: llueve en un lugar, mientras que en otro la naturaleza muere a causa de la sequía, para citar un solo ejemplo.
Perdió el sentido de satisfacción que tenía al vivir en relación con Dios y trabajar para Su gloria. Perdió también la satisfacción y el gozo de la criatura. Ahora, el trabajo de Adán sería tedioso, monótono, carente del sentido de lo eterno. El trabajo del hombre sin el sentido de lo eterno carece de propósito y se vuelve algo pesado. El autor de Eclesiastés lo describe de la siguiente forma en el texto que citamos más arriba: «Tarea dolorosa dada por Dios a los hijos de los hombres para ser afligidos con ella» (Ecl. 1:13b). Él era consciente de esta realidad y por eso no le encontraba sentido a la vida. La palabra trabajo se registra en el Libro de Eclesiastés (1:12‒2:26) unas quince veces, lo que refleja lo laboriosa que es la vida.
Las frases «bajo el sol», «bajo el cielo», «vanidad de vanidades» y «correr tras el viento» expresan lo insípida que era la vida para el autor de Eclesiastés y para todo aquel que no se ha encontrado con su Creador. Si lo que hacemos hoy no tiene importancia más allá de nuestra muerte, ¿para qué lo hacemos? sería la pregunta. La tarea que Adán y sus descendientes realizarían para la gloria de Dios se convirtió en un trabajo tedioso después de la caída. Esa es la conclusión del autor del Libro de Eclesiastés, que tampoco le encontraba sentido y significado a la vida. Para el Predicador (nombre que el autor de este libro se adjudica), la vida era solo una monotonía. Este hombre aplicó toda la sabiduría que poseía para tratar de entender la vida y la encontró no solo monótona, sino también enigmática. Un enigma tal que escapa a toda sabiduría humana. Así es como lo expresa:
Y apliqué mi corazón a conocer la sabiduría […] me di cuenta de que esto también es correr tras el viento. Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor (Ecl. 1:17-18).
Inicialmente, el Predicador pensó que cultivando la sabiduría le encontraría sentido a la vida, como han pensado muchos filósofos a lo largo de la historia, pero al final se dio cuenta de que la sabiduría no le había servido. Tal fue el énfasis de Salomón en aplicar su corazón a buscar e investigar con sabiduría todo lo que se hace bajo el cielo (Ecl. 1:13) que las palabras sabio y sabiduría aparecen 53 veces a lo largo del Libro de Eclesiastés y, de esas 53, 17 aparecen en la sección citada más arriba (1:12‒2:26). El autor de Eclesiastés se encontraba frustrado porque aun toda la sabiduría humana no lo había ayudado a resolver el gran enigma de la vida ni había podido (ni podemos) cambiar las cosas. Esta fue su conclusión: «Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará» (Ecl. 1:9a). Y más adelante dijo: «Lo torcido no puede enderezarse, y lo que falta no se puede contar» (Ecl. 1:15).
Cuando el hombre no logra mover las piezas del ajedrez a su manera, se torna hacia sí mismo; se vuelve egocéntrico y, por tanto, incapaz de ver la vida como Dios la ve. Todo comienza entonces a ser interpretado a través de su persona y la mejor evidencia bíblica de esto la provee el autor de Eclesiastés. No ha existido un hombre más egocéntrico que Salomón en su peor momento. De ahí su necesidad de poseer mil mujeres. En 1 Reyes 11:3 se menciona que tuvo 700 mujeres que eran princesas y 300 concubinas. En el Libro de Eclesiastés se habla solamente de concubinas. «La palabra hebrea para concubinas (šiddāh) está relacionada con la palabra shad, que significa ‘senos’. Esta es la razón por la que algunos traductores en vez de usar la palabra concubinas, usan la palabra senos, y para la frase “muchas concubinas”, usan la frase “muchos senos”».74 «Es una cruda referencia a mujeres que se utilizan solo para el placer sexual».75
Si quieres saber cuán egocéntrico se puede volver un hombre que se ha alejado de Dios y que no tiene propósito en la vida, presta atención a las siguientes frases registradas en los primeros once versículos de Eclesiastés 2:
- me dije (v. 1)
- mi mente (v. 3)
- mi cuerpo (v. 3)
- mi mente (por segunda vez en el v. 3)
- me guiaba (v. 3)
- mis obras (v. 4)
- me edifiqué (v. 4)
- me planté (v. 4)
- me hice (v. 5)
- me hice (v. 6)
- me precedieron (v. 7)
- mi plata y oro (v. 8)
- me proveí (v. 8)
- me engrandecí (v. 9)
- mis ojos (v. 10)
- mi corazón (v. 10)
- mi corazón (por segunda vez en el v. 10)
- mi labor (v. 10)
- mis manos (v. 11)
- me había empeñado (v. 11)
Veinte veces en once versículos (LBLA), el autor de este libro hace referencia a sí mismo. Así vive el hombre sin propósito, sin dirección, sin significado en la vida. Lamentablemente, lo que este y cualquier otro hombre centrado en sí mismo no logra entender es que nadie puede sentirse satisfecho centrado en sí mismo; no ha sido posible ni lo será. Como decía alguien, «cuando un hombre se envuelve en sí mismo, se torna un paquete muy pequeño».76
El autor de Eclesiastés no podía encontrar la solución al enigma de la vida porque su búsqueda se centró en…
- su propia observación,
- su propia razón,
- su propia experiencia y
- su propia consciencia.
Al parecer nunca se le ocurrió que el Creador de la vida es el único que tiene la respuesta al acertijo o a las interrogantes de la vida. Este hombre experimentó todas las áreas del quehacer humano y en ninguna encontró propósito o sentido. Por eso concluyó que buscarle sentido a la vida es como correr tras el viento. Trata de atrapar el viento y verás cómo se escurre entre tus dedos. De esa misma manera, para Salomón, tratar de entender el sentido de la vida era una insensatez porque se escurriría inmediatamente de su mente. No lo intenten; sería su consejo para nosotros; él ya lo intentó y no le produjo ningún resultado.
Lo que uno descubre a lo largo de este Libro de Eclesiastés es un vacío y no solo un vacío, sino un dolor emocional como fruto de no encontrar una razón para vivir. No cabe duda de que el vino del que habla el autor de Eclesiastés, la promiscuidad sexual que experimentó, las múltiples obras de construcción de las que participó, los múltiples jardines que plantó y los numerosos viñedos que cultivó no fueron más que su intento de anestesiar el dolor con el cual no podía vivir. El autor de este libro debió de experimentar un profundo sentido de depresión, lo cual es una experiencia común en nuestra época.
Ese estado es tan común hoy en día que muchos hablan de hoy como la época de la melancolía, a diferencia de la era de la ansiedad como fue llamada la época inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.77 Después de esta guerra, la capacidad de producción de Estados Unidos era mayor de lo que la gente compraba y, por tanto, se pensó que era necesario convencerla para que consumiera lo que se estaba produciendo como una forma de activar la economía. Precisamente alrededor de esa época, comenzaron a proliferar las técnicas de mercadeo. En 1950, Vance Packard escribió un libro titulado The Hidden Persuaders [Los persuasores escondidos], donde explica cómo canalizar nuestros hábitos inconscientes y cómo manipular nuestras conductas de compras.78 Desde entonces, el consumismo ha sido la teoría económica dominante en el hemisferio norte, pero a la vez diríamos que es la filosofía de vida número uno de la población. Es el anestésico primario del dolor existencial de la mayoría de la población. De ahí la proliferación de centros comerciales. El centro comercial podría ser catalogado como el lugar de adoración de preferencia en nuestros días; el dios que se adora es el «yo» y la religión a través de la cual se adora al «yo» es el hedonismo. El problema del hedonista es que busca un placer que solo puede ser encontrado en Dios. El salmista lo dice de esta forma: «… [E]n tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre» (Sal. 16:11). La primera parte del verso, dice: «Me das a conocer la senda de la vida…». La senda de la vida nos lleva a la presencia de Dios y es allí donde encontramos todo el gozo, todo el placer y todo el deleite que el hedonista busca. Pero el hedonista quiere esos placeres para su carne y no para su alma. Cuando lo experimenta en la carne, su alma sigue insatisfecha. En vez de entender que su insatisfacción proviene de un vacío mucho más profundo, entiende que su insatisfacción proviene de la necesidad de más placeres en la carne. Y para él, mil mujeres como las que llegó a poseer Salomón no son suficientes para satisfacer el vacío humano.
la solución
Desde la caída, el hombre ha adorado falsos dioses en busca de aquello que le hace falta. Y cada cosa que ha emprendido, ha sido otra cisterna más que provee agua para satisfacer su sed, pero solo por un momento porque es una cisterna agrietada incapaz de retener el agua. (ver Jer. 2:13) Solo Cristo tiene el agua que puede satisfacer al hombre por la eternidad. Si el ser humano ha de encontrar propósito en su vida, tendrá que entender primero que fuimos creados para conocer a Dios y para relacionarnos con Él. Eso es un gran privilegio y por tanto, Dios revela en Jeremías 9:23-24b de qué forma debemos vivir:
No se gloríe el sabio de su sabiduría, ni se gloríe el poderoso de su poder, ni el rico se gloríe de su riqueza; mas el que se gloríe, gloríese de esto: de que me entiende y me conoce.
La vida es una oportunidad que Dios nos ha brindado para conocerlo personal e íntimamente en la medida en que perseguimos Su gloria; y cuando perseguimos Su gloria, encontramos gozo.
Todo cuanto el ser humano hace debe fluir de su relación con Dios. Si hay algo que el hombre, a diferencia de la mujer, frecuentemente no tiene es una buena relación con su Creador. Dios nos hizo para dominar la tierra, pero bajo Su señorío. Sin embargo, después de la caída de Adán y Eva, ese hombre ha buscado su sentido de significado y propósito en lo que hace y no en lo que es en Cristo. Si lo que hace es lo que lo llena de satisfacción de manera primaria, nos preguntamos: ¿qué ocurrirá cuando no pueda hacer lo que hace? Carecerá de un propósito de vida. ¿Cómo se sentirá cuando otros hagan mejor que él lo que hace? ¿Celos, envidia? ¿Qué sucederá cuando no se sienta en control de lo que hace? Se sentirá inseguro; se volverá perfeccionista o quizás neurótico.
Gran parte del temor, del celo y de la envidia humana no son más que el resultado de vivir comparándonos con otras personas en vez de encontrar nuestro sentido de identidad en Cristo, como nuestro modelo. El trabajo en las condiciones caídas del planeta jamás podrá satisfacer las necesidades del hombre caído. Cuando Dios le dio al hombre la responsabilidad de trabajar, se suponía que el trabajo mismo formaría parte del propósito de su vida. Pero Adán debía hacer su trabajo para la gloria de Dios y bajo Su autoridad. Sin embargo, a partir de la caída, el hombre comenzó a hacer las cosas para su propia gloria. Compare ese deseo del hombre de autogloriarse con el deseo en esta cita del Libro de Isaías: «[A] todo el que es llamado por mi nombre y a quien he creado para mi gloria, a quien he formado y a quien he hecho» (Isa. 43:7). El sentido de satisfacción en su vida depende no solo de que pueda conocer a Dios, sino de que pueda trabajar y hacer lo que hace para la gloria de Dios, como ya mencionamos en un capítulo anterior. Trabajar para Su gloria es otra forma de decir que trabajamos para reflejar quién Él es. Vivir para la gloria de Dios es vivir para reflejarlo a Él.
Si Dios nos creó para Su gloria, no nos creó para este mundo, sino para otro, para otro reino. Lamentablemente, la mayoría de las personas, incluyendo a los cristianos, no viven para el mundo venidero, sino para el presente. Por eso, cualquier decepción o sinsabor significativo aquí los envuelve en un torbellino del cual no saben cómo salir. El cristiano que no vive para la gloria de Dios está volando a muy baja altura. Vive a una altura para la cual no fue creado. Fuimos creados para volar alto, que es una forma metafórica de decir que fuimos creados para vivir para la gloria de Dios. Vivir para Su gloria requerirá excelencia de vida en todo lo que hacemos. Fuimos creados para reflejar las excelencias de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable (1 Ped. 2:9); por eso la mediocridad produce insatisfacción. Tenemos que elevar la mirada y tenemos que elevar nuestra mente para contemplar la hermosura de nuestro Dios.
Una vida cómoda no nos producirá la satisfacción necesaria aun después de descansar. El descanso más allá de lo necesario produce aburrimiento y el aburrimiento engendra pecado, al tratar de entretener a la carne que se ha cansado de estar aburrida. El autor de Eclesiastés nos dejó esa enseñanza. Fue un hombre aburrido que se cansó de entretenerse a sí mismo. Observa cómo lo expresó: «Y aborrecí la vida […]. Asimismo aborrecí todo el fruto de mi trabajo […].
Por tanto me desesperé en gran manera…» (2:17-18,20). ¿Por qué el predicador de Eclesiastés aborreció la vida, aborreció su trabajo y terminó desesperándose?
La respuesta está en el versículo 23 del mismo capítulo 2: «Porque durante todos sus días su tarea es dolorosa y penosa; ni aun de noche descansa su corazón». El hombre, como dijimos, es muy dado a hacer cosas, pero el hacer no satisfará el anhelo del alma por su Dios. El hacer no llena al hombre, no importa si es hacer dinero, hacer el amor, hacer un nombre famoso o acumular poder. El hombre busca la prosperidad para tener una buena vida, el éxito para darle significado a la vida, la fama para disfrutar de reconocimiento y el poder para ejercer control. El autor de Eclesiastés hizo todo esto y, sin embargo, observa nuevamente cuál fue su conclusión: «Por tanto me desesperé en gran manera…» (Ecl. 2:20). Se desesperó porque no estaba viviendo para la gloria de su Dios. Aquellos que viven para la gloria de Dios viven y hablan de una forma muy diferente a como lo hizo el autor de Eclesiastés. Este otro grupo piensa así:
«Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia». ~Apóstol Pablo
«No es tonto aquel que da lo que no puede retener para ganar lo que no puede perder». ~Jim Elliot 79
No es tonto el que da su vida terrenal para ganar la vida celestial. Así vivieron Pablo, en el pasado lejano, y Elliot, en el pasado reciente. Ellos le dieron una orientación diferente a sus vidas, pues tuvieron otra lente a través de la cual veían el mundo: la gloria de Dios.
A un misionero que estaba a punto de partir hacia las islas Nuevas Hébridas para evangelizarlas, le advirtieron que si iba a esa región se lo comerían los caníbales que habitaban estas islas, tal como había ocurrido con otros 2 misioneros 19 años atrás, a lo cual este joven misionero respondió: «Sr. Dickson, usted está avanzado en años, y su propio destino es que pronto lo coloquen en la tumba para ser comido por gusanos; pero le confieso que, si puedo vivir y morir para servir y honrar al Señor Jesús, no habrá ninguna diferencia para mí si me comen los caníbales o los gusanos; y en el gran día, mi cuerpo resucitado se levantará tan bien como el suyo en la semejanza de nuestro Redentor resucitado».80 Estas fueron las palabras de John Paton, el famoso misionero en las islas Nuevas Hébridas.
Así vive y así habla el hombre que ha encontrado su propósito de vida. Victor Frankl, un médico austríaco, neurólogo y psiquiatra que estuvo en los campos de concentración de Adolf Hitler de 1942 a 1945, sobrevivió y luego escribió un libro llamado El hombre en bu ca de sentido. Afirmó después de pasar esa experiencia que el hombre puede prácticamente soportar cualquier cosa si encuentra el propósito de su vida. El problema está en que ese propósito solo lo encontramos en Dios y solo cuando vivimos para Su gloria.
Si quiere que su vida cuente, tendrá que vivir para un propósito que perdure más allá de la muerte y ese propósito no lo puede hallar sin una relación con Dios. Sin conocer a ese Dios, el hombre trata de encontrarle sentido a la vida aquí abajo, pero en realidad la respuesta se encuentra allá arriba. Una vida sin Dios es como una caminata por la naturaleza para un ciego. Ningún lugar por donde pasa le produce satisfacción. Recuerda las palabras que el autor de Eclesiastés dijo en un momento: «me desesperé en gran manera». Se cansó y se angustió. Esa es la realidad de la mayoría de los hombres… Viven cansados, física, emocional, espiritual y moralmente. Lo que cansa al hombre es el hacer todo lo que hace para llenar su vacío. Pero hasta que no vivamos para el propósito para el cual fuimos creados seguiremos cansados.
Cuando Adán fue echado del jardín del Edén, comenzó a vivir con un sentido de desaprobación inmenso porque fue Dios mismo quien desaprobó su conducta y lo expulsó de Su presencia. Eso debió haberle dolido inmensamente. A partir de entonces, los descendientes de Adán nacemos con ese sentido de desaprobación y a lo largo de toda nuestra vida tratamos de buscar la aceptación de los demás de formas diferentes. Eso es cierto en la historia bíblica y lo es en el día de hoy:
- Aarón, el primer sacerdote de Israel, hizo el becerro de oro porque se sintió presionado y quería la aprobación del pueblo (Ex. 32).
- El apóstol Pedro dejó de juntarse con los gentiles cuando los judíos llegaron a Antioquía por temor a la condenación de parte de ellos. En otras palabras, Pedro quería su aprobación (Gál. 2:11-13).
- Los adolescentes están dispuestos a beber, fumar y aun experimentar con drogas, siempre y cuando otros los aprueben.
- Los jóvenes están dispuestos a cambiar su forma de vestir y de lucir con tal de lograr la aprobación de los demás.
- Los predicadores modernos están dispuestos a cambiar el mensaje y diluirlo porque le temen al rechazo y prefieren que otros los aprueben.
- Los líderes de adoración muchas veces están dispuestos a entregar lo que el pueblo quiere, pues desean sentirse aprobados por la congregación.
- El empleado está dispuesto a darle a su trabajo lo que no le da a su familia porque quiere la aprobación de su jefe.
El hombre anhela alcanzar cada día más logros porque busca en esos logros la aprobación que necesita; pero dichos logros son un gran obstáculo para la adoración de su Dios, que es donde puede encontrar su verdadero propósito. Eso explica por qué la gente siempre encuentra tiempo para hacer un curso más, un estudio más o vender algo más, pero nunca hay tiempo para pasar con Dios. ¿Por qué? Porque a través de sus logros, el hombre busca que su vida cuente o que otros lo aprueben porque, como ya mencionamos, nace con un sentido de desaprobación que heredó de su padre Adán. Sin embargo, es a través de una relación íntima con Dios y de la experiencia de adoración y devoción a Él que Dios busca devolvernos, en Cristo, todo lo que Adán perdió.
Si Dios no es quien nos devuelve lo que Adán perdió, tratamos de conseguirlo en el mundo. Es como si deseáramos que el mundo nos abrazara. El abrazo del mundo es el éxito que algunos obtienen y que les produce satisfacción personal y profesional, pero que los aleja continuamente de Dios. Y si somos sinceros, muchos ahora mismo andan en búsqueda del abrazo del mundo y algunos hasta lo disfrutan.
No permita que el mundo sea la fuente de su sentido de aprobación, pues no importa cuánto se esfuerce, a la corta o a la larga seguirá sintiéndose desaprobado. El abrazo del mundo produce una satisfacción temporal, pero ese abrazo se constituye en un obstáculo para una verdadera e íntima relación con Dios.
No se deje engañar; los brazos del mundo no son lo suficientemente largos como para abrazar todo su ser. No es ese abrazo lo que necesita, sino el abrazo del Padre. Después de la caída, en un sentido, Adán perdió a su Padre. Y desde entonces, el hombre ha buscado el sentido de la vida en todos los lugares equivocados. Lamentablemente, muchas veces encontramos aun al creyente cavando cisternas que no retienen agua. Después de que el apóstol Pablo tuvo su encuentro con el Cristo resucitado, perdió toda necesidad de aprobación de parte de los hombres y así lo expresó con las siguientes palabras: «Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Gál. 1:10).
reflexión final
La Biblia declara que el universo proclama la gloria de Dios; y la gloria de Dios representa lo que Él es… Su misma esencia. Por tanto, el universo le devuelve al Creador Su gloria. Pero el universo no fue hecho a imagen y semejanza de Dios como nosotros. Por tanto, el hombre tiene un mayor compromiso de reflejar esa gloria para que vuelva a su Dios.
A. W. Tozer explica en su libro The Purpose of Man [El propósito
del hombre] que el hombre debería ser como un espejo que refleja la gloria de Dios y se la devuelve. Al llevar a cabo esa función, encontramos el propósito de nuestras vidas. Su propósito de vida no lo llenará yendo a la iglesia, aunque debe ir a la iglesia. Tampoco lo encontrará haciendo un devocional, aunque debe hacer su devocional. Ese propósito no lo encontrará enseñando, predicando o aconsejando, aunque debemos hacer todo eso. Muchos hacen estas cosas y aun así se sienten sin propósito. La realidad es que todo lo que hemos mencionado son tareas y pueden realizarse como el resto de las tareas que hacen los hombres, si es que no se tiene la motivación correcta. Su propósito de vida lo encontrará cuando deje de vivir para sí mismo y comience a vivir para Cristo. Su búsqueda terminará el día que comience a adorar de manera exclusiva a Aquel que nunca se ha postrado delante de lo creado. Él es a quien la creación adora. Él es la fuente de toda sabiduría y de quien depende toda tecnología humana que el hombre moderno tanto adora. Él no adora el poder porque es la fuente de todo dominio y autoridad.
Cuando lo adoras a Él, dejas de adorar el éxito porque el éxito temporal no se compara con la vida eterna que has ganado en Él. Dejas también de adorar el placer porque en Su presencia hay plenitud de gozo y a Su diestra delicias para siempre. Asimismo, cuando lo adoras a Él, dejas de adorar el dinero porque ahora sigues a un Dios que es dueño del cielo y la tierra.
Finalmente, cuando lo adoras a Él, pasas de ser una persona egocéntrica y hedonista a ser una persona cristocéntrica que ha entendido que su búsqueda número uno es el reino de los cielos.
D.r Miguel Núñez sirve como pastor titular de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) en Santo Domingo, República Dominicana, y es el presidente y fundador del Ministerio Integridad & Sabiduría, que busca como visión despertar a Latinoamérica a la Verdad de Dios
Extraído del libro Siervos para su gloria.
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